DOMINGO DE RAMOS -B-








PARA LA PROCESIÓN DE LAS PALMAS

EVANGELIO



Lectura del santo evangelio según S. Marcos 11,1‑10
Bendito el que viene en el nombre del Señor

Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles: *Id a la aldea de enfrente y, en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: "El Señor lo necesita y lo devolverá pronto."+
Fueron y encontraron el borrico en la calle, atado a una puerta, y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron: *)Por qué tenéis que desatar el borrico?+
Ellos les contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron. Llevaron el borrico, le echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: *Hosanna, bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino que llega, el de nues­tro padre David. ¡Hosanna en el cielo!







MISA



PRIMERA LECTURA

Lectura del Profeta Isaías 50, 4‑7.
No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado (tercer cántico del Siervo del Señor)

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido; por eso ofrecí el rostro como pedernal, y sé que no quedaré avergonzado.
Palabra de Dios.



REFLEXIÓN

“SERVIDORES DE LA VERDAD”

El profeta acepta la misión que el Señor le ha dado: ser portador de su palabra, de su mensaje, pero aceptar esto le va a exigir estar en constante actitud de escucha; cada mñana se ha de presentar para decir al Señor: “dime qué quieres de mi”, y con esa actitud se pone a disposición para hacer lo que le pida sin condiciones.
Esta actitud que describe el profeta es la que tiene Jesús, sin resistencias de ningún tipo y es la actitud que Cristo pide a todos los que le siguen: ser capaz de dar la cara, no pasar haciéndose el loco, el que no ve, ni oye, el que no se entera de la realidad que tiene delante, sin darle rodeos y sin hacer lo blanco negro y viceversa.
Esta actitud que presenta el profeta y que asume Jesús como suya y que pide a todos los que le siguen, no puedo evitar el acogerla yo para reflexionar cómo la asumo en mi vida y mirar cómo la estamos asunmiendo dentro de la comunidad.
En este momento no puedo volver la cara para otro lado y evitar la realidad que estamos viviendo en este Domingo de Ramos en el que Jesús, fiel a esta actitud, se presenta en Jerusalén dando la cara, de frente, contra un sistema de explotación y de muerte que se está imponiendo y que le piden que se calle y no deje a la gente que grite.
Él no se echa atrás frente a los que le insultan y le ofenden y le golpean. Hoy, con vergüenza estamos asistiendo a la cobardía de aquellos que en nombrre de jesus sostienen el sistema de muerte y ante las amenazas y las advertencias de los políticos se echanb atrás y se callan ante el crimen que se está cometiendo.


Salmo responsorial Sal 21, 8‑9. 17‑18a. 19‑20. 23‑24

V/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V/. Al verme se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza:
*Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre si tanto lo quiere.+
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V/. Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores:
me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
V/. Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V/. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo, linaje de Jacob, glorificadlo, temedlo, linaje de Israel.

R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?


SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2, 6‑11
Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo

Hermanos:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el *Nombre‑sobre‑todo‑nombre+;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble Cen el Cielo, en la Tierra, en el Abismo, y toda lengua proclame: ¡Jesucristo es Señor!, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.



REFLEXIÓN


“NO UTILIZAR EL PODER EN BENEFICIO PROPIO”

La comunidad cristiana tiene presente la actitud de Cristo como referente para su vida: Él tiene en sus manos la posibilidad de hacer que todas las cosas sean de otra forma; Él podrá aprovechar del poder que tiene para hacer que su plan se realice con éxito de acuerdo a los esquemas que tiene establecidos el sistema.
Pero Cristo no se aprovecha del poder que tiene en beneficio propio, sino que prefiere quedarse al lado del hombre, al lado del último de los hombres: “tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a los hombres… se humilló a si mismo haciéndose obediente hasta la muerte”.
Tener esa posibilidad en las manos y desperdiciarla, es considerado de tontos: adán no se pudo resistir a la tentación de ser como Dios y precipitó al género humano al abismo; es exactamente lo que hacen todos los que quieren aprovecharse y muerden la manzana del poder, llegan a sentirse como “dioses” incluso sobre aquellos que los auparon al trono, ni siquiera se consideran deudores de una confianza que se puso en ellos y confunden lo que deberían ser: servidores de una causa par la que se les puso y se instalan en un endiosamiento megalómano.
El camino es completamente contrario: Cristo no muerde la “manzana” y su vida se convierte en salvación para todos, pues al vaciarse de si entra la potencia salvadora de Dios y hace que su vida y su persona se conviertan en expresión de la gloria de Dios.



Versículo antes del Evangelio Flp 2, 8‑9

Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso, Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el *Nombre‑sobre‑todo‑nombre+.



PASIÓN DEL SEÑOR

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según S. Marcos 14,1-15,47

C Faltaban dos días para la Pascua y los Azimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:
S - No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
C- Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:
S - ¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
C- Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
+ - Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.

C- Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

(En este momento se hace una pausa y todos se sientan)

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
S - ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
C- Él envió a dos discípulos, dicién­doles:

+ - Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: )Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
C- Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:
+ - Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.
C- Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:
S - ¿Seré yo?
Respondió:
+ - Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, (ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; (más le valdría no haber nacido!
C- Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
+ - Tomad, esto es mi cuerpo.
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
C- Y les dijo:
+ - Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.
C- Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:
+ - Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas." Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C- Pedro replicó:
S - Aunque todos caigan, yo no.
C- Jesús le contestó:
+ - Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.
C- Pero él insistía:
S - Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C- Y los demás decían lo mismo.

Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:
+ - Sentaos aquí mientras voy a orar.
C- Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:
+ - Me muero de tristeza; quedaos aquí velando.
C- Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
+ - ¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C- Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
+ - Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
C- De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:
+ - Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C- Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:
S - Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien sujeto.
C- Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
S - ¡Maestro!
C- Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
+ - Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.
C- Y todos lo abandonaron y huyeron.
Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echa­ron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muer­te; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:
S - Nosotros le hemos oído decir: "Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.
C- Pero ni en esto concordaban los testimonios.
El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
S - ¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?
C- Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:
S - ¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C- Jesús contestó:
+ Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
C- El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:
S - ¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?
C- Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S - Haz de profeta.
C- Y los criados le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacer­dote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:
S - También tú andabas con Jesús, el Nazareno.
C- El lo negó, diciendo:
S - Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
C- Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
S - Este es uno de ellos.
C- Y él volvió a negar.
Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:
S - Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
C- Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S - No conozco a ese hombre que decís.
C- Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: *Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres+, y rompió a llorar.
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó:
S - ¿Eres tú el rey de los judíos?
C- Él respondió:
+ Tú lo dices.
C- Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
S - ¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.
C- Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les contestó:
S - ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C- Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S - ¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
C- Ellos gritaron de nuevo:
S - ¡Crucifícalo!
C- Pilato les dijo:
S - Pues ¿qué mal ha hecho?
C- Ellos gritaron más fuerte:
S - ¡Crucifícalo!
C- Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

(En este momento Se hace una pausa y. Todos se ponen de nuevo de pie)

Los soldados se lo llevaron al interior del palacio Cal pretorioC y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S - ¡Salve, rey de los ju­díos!
C- Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.
Y a uno que pasaba, de vuel­ta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de "la Calavera"), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: "El rey de los ju­díos." Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S - ¡Anda!, tú que des­truías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C- Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:
S - A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
C- También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
+ Eloí, Eloí, lamá sabaktaní.
C- Que significa:
+ ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?
C- Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S -Mira, está llamando a Elías.
C- Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:
S- Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C- Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

(Se hace una pausa Y todos se ponen de rodillas Durante un momento)

El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S- Realmente este hombre era Hijo de Dios.
C- Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para aten­derlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.


REFLEXIÓN

“DANDO UN FUERTE GRITO, EXPIRÓ”

El evangelio nos presenta a Jesús como el Hijo del Hombre, como el Dios supremo y rey de la gloria, que tiene en sus manos todo el poder y reunirá a todas las naciones y les pedirá cuentas… Pues bien, este Señor de toda la creación es el que se presenta humillado y deshecho.
Parece una gran contradicción y en todo el relato de la pasión va sacando dos elementos contradictorios: el poder y la mansedumbre, la grandeza y la humildad: tiene en sus manos la posibilidad de echar mano a todos los ejércitos celestes y se deja capturar; es el rey del universo y deja que se rían de Él, o se calla ante aquellos que tienen el poder porque se les ha dado…
En todo el relato aparece una cosa muy clara: no acepta presentarse en ningún momento como un superhombre; es más se subraya su sentimiento de soledad y la necesidad que tiene de estar con los suyos, incluso su sensación de debilidad ante la situación que le supera: va tres veces y se los encuentra durmiendo y les insiste en que estén despiertos, porque la carne es débil. Una cosa que quiere dejar bien claro es que la pasión es algo que entra dentro de los planes de salvación de Dios y por eso hace constantemente referencia a la Escritura.
Termina el relato de la pasión diciendo que Jesús, como el hombre roto, machacado… "dando un fuerte grito, expiró".
Cada vez que pienso en ese momento, siento que suena en mi interior ese grito desgarrado de Jesús, es el grito que resume toda su vida: Jesús fue un hombre sin relevancia social, económica o política, pero fue una persona que tuvo un corazón abierto a todos los despreciados de la sociedad, a todos esos seres sin relevancia alguna, esos por los que nadie da un real; Él vivió en su carne el dolor de los despreciados y se sintió a su lado y teniendo la posibilidad de desclasarse, prefirió seguir a su lado, por eso se convirtió en una amenaza para la clase de los “de bien”
Un hombre que apuesta por los pobres, que se pone al lado de los sin techo, de los despreciados, de los que han sido despedidos y se les han quitado todos sus derechos... es considerado uno de ellos y, por tanto, un ser molesto, una denuncia que no deja que la comida nos siente bien.
El grito desgarrado de Jesús es el grito de toda esta gente que la sociedad margina, que le niega los derechos elementales que toda persona tiene a ser feliz y a desarrollar toda la riqueza que tiene.
Es imposible hacerse el sordo hoy al grito enmudecido al que se le está sometiendo a todos los niños indefensos que se les destroza y no se les deja la posibilidad de defenderse, de desarrollar todo lo que hubieran podido hacer de bien para esta mundo, que por unos prejuicios, por unos intereses económicos, por miles de razones, se determina que son seres molestos, indeseados... lo mismo que ocurrió con Jesús, y se les asesina.
Es el grito del mayor genocidio de la historia de la humanidad que hoy se convierte en estruendo en la boca de Jesús desde lo alto del patíbulo. ¡Qué tristeza que el vientre de una madre se haya convertido en la cruz de los indeseados, de aquellos que no merecían ni siquiera que la tierra los abrace!
En los primeros cristianos quedó grabado este grito de Jesús como algo que produjo un eco en el corazón de todas las comunidades que nunca olvidaron; hoy tiene una resonancia especial, hasta el punto que ha cogido una fuerza enorme y rompe los tímpanos de todos los que sostienen la muerte como un derecho y atentan contra la vida.

SEMANA DE PASIÓN

LUNES SANTO


PASION DE MARÍA



En esta semana deseamos vivir en profundidad el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.
Son demasiadas cosas las que se presentan en estos días que pueden, con frecuencia, desviarnos el foco de atención y orientarlo por otros caminos muy distintos, por eso, ofrezco la posibilidad de hacer una lectura de la pasión desde un ángulo distinto al que estamos acostumbrados, pero que nos puede ayudar a vivirlo con mucha más intensidad poniéndonos al lado de la Virgen y mirando desde ella y con ella.
He dividido la meditación con el fin de que pueda ayudarnos a poner un marco a todo lo que supuso la vivencia de aquella semana trágica, pero al mismo tiempo salvadora.
PRESENTACIÓN

Recuerdo que llevaba poco tiempo en América y para llegar a uno de los poblados de la misión tenía que atravesar un río enorme que era muy peligroso; aprendí a cruzarlo como lo hacían los nativos del lugar: se montaban en un caballo y se metían en el río nadando sobre el caballo, era la forma más segura para cruzarlo.
La primera vez que lo hice me sentí satisfecho y orgulloso de mí porque había hecho una gran hazaña. Recuerdo que hasta me tomaron fotos nadando con el caballo. Orgulloso de poder defenderme como uno de ellos, escribí a mis padres contándoles la odisea y enviándoles una foto para que tuvieran constancia del hecho.
Yo no pude imaginar nunca el sufrimiento y el dolor que generarían aquella carta y, sobre todo aquella foto: mi madre no pudo dormir durante varios meses pensando que me ocurriera cualquier cosa en aquel río.
A partir de ese momento empecé a pensar en todo el sufrimiento de una madre y el que tuvo que pasar desde el silencio y desde la penumbra la Virgen; siempre quise sentarme y contemplarla viendo cómo fue capaz de vivir en esas condiciones todos los grandes momentos que nos va presentando el evangelio.
Estamos acostumbrados a mirar a María en Romerías y en fiestas rocieras, hasta el punto que parece que la Virgen estuviera ligada siempre a la fiesta; bien es verdad que pensar en ella es como bombear alegría en el corazón, pero yo quiero invitar hoy a que nos acerquemos a ella no para cantarle sevillanas ni para piropearla por su belleza... Hoy nos vamos a acercar a ella con actitud de escucha, pidiéndole que nos cuente lo que sintió al tener que vivir como madre todos los avatares de su hijo Jesús.
Cada año en la semana de pasión volvemos a escuchar la pasión de Jesús que nos cuentan todos los evangelistas porque es algo crucial para nuestra vida cristiana, pero en ningún sitio encontramos un evangelio que se haya escrito y nos cuente el dolor que calladamente, y desde un segundo y, hasta tercer plano (porque no aparece para nada) sufrió la Madre del Señor.
Sin embargo, es curioso ver cómo la religiosidad popular no ha permanecido ignorante del tema y ha expresado de forma lindísima cómo fue el hecho: ha colocado a la Santísima Virgen siempre al lado de su hijo, y vemos que cada cofradía de pasión tiene su titular y junto a Él LA MADRE llena de dolor, sufriendo a su lado. El pueblo sencillo no ha podido separar a la madre del dolor del hijo.
Esta es la imagen perfecta de la pasión de todas las madres que desde la impotencia y el silencio sufren calladamente todos los problemas de los hijos.
Yo me voy a atrever a pedirle a la Virgen que nos cuente cómo vivió ella esta semana, que nos invite a cada uno de nosotros a ser uno más del grupo de mujeres que estuvieron con ella en aquellos momentos tan terribles.

Narrador

María, permítenos el atrevimiento de llamarte MADRE, pero queremos acoger el encargo que te dejó Jesús en beneficio nuestro.
Cada año volvemos a recordar lo que pasó aquella semana de muerte; te vemos dolorida unas veces delante, otras detrás de tu hijo, como quien pide auxilio y nadie te escucha o como quien pide morir a su lado y nadie toma en cuenta tu dolor.
En esta semana santa queremos vivirla a tu lado, por eso queremos que nos cuentes cómo viviste el acontecimiento.
Sabemos que no te fue fácil seguir a tu hijo. Aquel Sí inicial que te pidió Dios tuviste que renovarlo cada día y ponerte en sus manos ante la imposibilidad de comprender el alcance de cada cosa que fue ocurriendo.
No, no tuvo que ser fácil tu respuesta al Padre ante el proyecto que te presentaba: comprometía tu persona, tu imagen, tu vida; ser la madre del Salvador, a tu corta edad, estando comprometida, pues te ibas a casar.
Debió ser un golpe duro para tu padre Joaquín, para quien su hija era su honra y para tu madre Ana que había estado a tu lado día y noche....
Tus padres no entendían ¿Cómo pudiste cometer semejante fallo? ¿Cómo pudiste darles ese golpe?
Tuvo que serte duro convencerles que era asunto de Dios y, aún así, siempre quedaría la sombra de la duda.
Tu encuentro con José tampoco debió ser de color de rosa a juzgar por lo que nos cuenta el evangelio, pues pensó darte el acta de repudio y marcharse. Te estabas jugando la vida, ¿Tú eras consciente de eso?


María

¡Claro que sí! Lo pasé muy mal. Por un momento me sentí una proscrita de mi familia; debería vivir errante, sin marido, con mi hijo sin padres, condenada a no se sabe qué tipo de tormento. Esta era la suerte que le esperaba a las mujeres que hacían lo que yo.
Por otro lado se me unía el dolor tremendo que estaba padeciendo José a quien yo amaba con toda mi alma y sabía que él me quería a mi; yo entendía que era algo muy fuerte para él tener que encajar ese golpe, pues lo estaba exponiendo a quedar como un sinvergüenza ante mi familia o como un calzonazos ante sus amigos. Lo pasé muy mal, como no podéis imaginar.
No tengo palabras para agradecer a José el que me escuchara y me creyera y aceptara como suyo lo que yo había hecho pero le costó mucho y tuvo que intervenir Yahvé, de esa manera pudimos reanudar nuestra vida normal,



NACIMIENTO

Narrador

Madre, entiendo que como toda mujer que por primera vez va a ser madre debías estar nerviosa, asustada y, de pronto un viaje así... Cuéntanos, si no te importa.

María

Ya conocéis cómo fue el nacimiento; cualquier mujer que haya sido madre puede entender perfectamente lo que se siente si tuviera que encontrarse en la situación que yo me encontré: fuera de mi tierra, cansada y en estado avanzado de gestación y sin un lugar donde poder dar a luz con dignidad. Fueron unos días para no recordarlos, pero al mismo tiempo os confieso que fue algo impresionante pues todo estaba lleno de misterio a través del cual, Dios se nos iba revelando y dejándonos siempre con una gran interrogante como para decirnos: “¿Por qué buscáis respuestas? Dejad que la vida misma ya os las irá dando”.
Efectivamente, la vida nos iría dando las respuestas a todas las interrogantes que la vida nos fue planteando, que fueron muchas:
Recuerdo el encuentro con el anciano Simeón, cuando llevamos a Jesús al templo para mi purificación: las palabras que me dijo se me quedaron clavadas toda mi vida y el anuncio de la espada lo tuve como una obsesión, pensando que a mi hijo le pudiera pasar algo. Constantemente le pedía a Dios que me pasara a mi lo que fuera antes que a mi hijo le ocurriera algo.
Por más que quisimos pasar desapercibidos, fue imposible, iban sucediendo cosas inexplicables, como la aparición pocos meses después del nacimiento, cuando preparábamos nuestra vuelta a Nazaret, de unos personajes muy extraños que se acercaron a nuestra choza y empezaron a decir cosas extrañas de Jesús.
Estos personajes que decían venir de Oriente y que conocían al Dios Altísimo, nos dijeron que habían tenido una revelación de Dios y habían estado en Jerusalén preguntando a Herodes dónde había nacido el Mesías que desde antiguo anunciaron los profetas...
Cuando José oyó todo esto se puso en guardia, pues sabía muy bien que los políticos son peligrosos cuando huelen que puede estar en peligro su puesto.
Aquellos hombres nos dijeron cosas preciosas, pero nos volvieron a dejar de nuevo con otra interrogante abierta.
Yo no sabía a qué venía todo esto, lo mismo que no entendía ni a los pastores, que nos dieron una sorpresa unos días después de nacer mi hijo: asomaron allí preguntando por él... ¿Quién les había informado y a cuento de qué les habían tenido que hablar del niño? Nos contaron una historia rarísima.
Menos mal que tuve siempre a mi lado a José que no entendía nada, pues estaba como yo, pero nunca tuvo un mal gesto con nadie y a mí me llenaba de cariño y seguridad.


HUIDA A EGIPTO

Narrador:

Ciertamente, madre, a medida que nos vas contando uno va dándose cuenta que Dios es incontrolable y nos sobrecoge contemplarte cómo eres capaz de afrontar cada una de las propuestas que te va haciendo. Dinos: ¿En qué te apoyabas? ¿Qué fuerza te mantenía para seguir fiándote a ciegas? Sabemos que Dios te dio un apoyo formidable con José, pero también sabemos que la fe de José se sostenía en la tuya.

María:

Es cierto, la realidad me sobrepasaba y yo veía que no podía controlar la situación, esto me hacía ver con más claridad que no era cosa mía, sino de Dios y cada día que me levantaba me ponía en sus manos diciéndole: ¿Qué sorpresas piensas darme hoy? Y cada noche cuando me acostaba no podía dejar de preguntarle: “Yahvé, Dios mío, ¿He realizado el papel que me has encomendado? Siempre me quedé con la interrogante de si lo estaría haciendo bien o mal, la única tranquilidad que me quedaba es la certeza de haber hecho lo mejor que sabía. De todas formas, las cosas se iban dando sin que nosotros las buscáramos.
Ya se hablaba del niño en todo el pueblo de Belén y eso que nosotros quisimos pasar desapercibidos y a pesar de que nadie nos quiso dar cobijo en su casa. Fue allí mismo donde la gente nos advirtió que tuviéramos mucho cuidado con Herodes pues había sido capaz de matar hasta miembros de su propia familia cuando vio que peligraba el puesto.
A estos personajes extranjeros les había dicho que volvieran para indicarle dónde estábamos, pero la gente del pueblo les aconsejó que se fueran por otro camino y así lo hicieron; ahora nos tocaba a nosotros desaparecer de allí cuanto antes.
No nos dio tiempo a volver a Nazaret, pues Herodes entró en cólera cuando vio que no volvieron a informarle dónde estaba nuestro hijo y rápidamente envió el ejercito en busca suya; tuvimos que huir a toda prisa por otro camino y refugiarnos en Egipto, pues hicieron una barrida por toda la zona matando a todos los niños que encontraban menores de dos años.
¿Por qué nos ocurría esto? ¿Qué habíamos hecho para tener que huir de nuestra tierra? ¿A dónde iríamos ahora? ¿Qué sería de nosotros?
José no entendía nada, ni yo tampoco. Yo solo sentía que esa criatura que llevaba era un trozo de mi vida y dejaría que me mataran antes que tocaran a mi hijo.
Me llenaba de ternura ver cómo José, que no había tenido que ver nada, lo estaba asumiendo como algo completamente suyo.
En un momento del camino nos sentamos los dos a llorar y desconcertados, los dos entendimos que nos habíamos embarcado en algo que era superior a nuestras posibilidades; solo nos tocaba cuidar de aquel niño y dejarnos en las manos de Dios.
El viaje a Egipto fue tremendo; menos mal que nos pudimos unir a una caravana que iba a Alejandría donde había una colonia judía muy grande; allí llegamos y nos instalamos en una casa con una habitación que compartíamos con otra familia; José encontró rápidamente trabajo pues se le daba todo muy bien, ya que era un manitas, y allí vivimos unos años hasta que supimos que la situación había cambiado en nuestra tierra, pues al morir Herodes, como en Judea se había quedado un hijo suyo, Arquelao, nosotros no nos sentimos seguros, por eso volvimos por otro camino hasta llegar a nuestra Galilea recordando así el camino que había hecho nuestro pueblo cuando salió de Egipto, llevado por Moisés.

VUELTA A NAZARET

Narrador:

Como todo inmigrante que llega a un país extranjero, aquellos años debieron ser muy duros, sin conocer la lengua, la cultura, las costumbres, con otra religión... Después la vuelta a la tierra natal, volver a encontrarse con los prejuicios y las habladurías que habían estado dormidas durante aquellos años, volver a empezar. Otra etapa, otro reto. Cuéntanos, madre, aunque sea rápido, cómo afrontasteis esta nueva etapa.

María:

Llevas razón: aunque era una alegría volver a encontrarte con la familia, con los vecinos de siempre, algunos ya habían muerto, pero no hacía demasiado tiempo y muchas cosas permanecían ahí dormidas; se trataba de comenzar de nuevo.
Con lo poco que pudimos ahorrar en Egipto, lo mismo que hacen las familias que emigran, nos acomodamos en nuestro pueblo Nazaret: volvimos a la casa de José que cerró cuando salimos y ahora estaba bastante deteriorada. Allí compramos unas pocas herramientas y la fue adecentando, se quedó muy linda.
José se dedicó a trabajar en todo lo que le salía; ya podemos imaginar cómo es la vida en una aldea de montaña con unas 20 familias.
De mi embarazo prematuro ya nadie se acordaba; mis padres habían envejecido mucho por el sufrimiento de no saber qué había pasado con nosotros, aunque los vecinos nos contaron que mis padres siempre habían estado muy seguros de que Dios estaba a nuestro lado y que tarde o temprano volveríamos a pesar de que nadie les había dado noticias nuestras.
En Nazaret pasamos unos años tranquilos viendo cómo Jesús crecía y aprendía a ser un hombre.
Entre José y yo también crecía nuestro amor y nuestra unión, pero empezábamos a encontrarnos con un problema muy fuerte: Jesús era el niño más lindo de la aldea, y no es pasión de madre,; todo el mundo lo decía. Era inteligentísimo, educado, atento, solidario... era el líder de todos los niños. Nos hacía preguntas muy comprometidas que no sabíamos contestar; le interesaban mucho los temas que los mayores eludíamos como era la política, la religión, las tradiciones y la cultura del pueblo, la vida y el interior de la gente.
Nosotros, que veníamos viviendo toda la trayectoria y que en nuestras vidas todo lo que había ocurrido era a consecuencia suya empezábamos a enfrentarnos a una etapa de la adolescencia que era un mundo impredecible.
En Jesús habíamos venido observando cómo habían ido arraigando actitudes que lo iban haciendo distinto al resto: él no aceptaba algunos juegos como el matar romanos o matar pájaros o las típicas guerras de niños donde se pelean bandos. Y nosotros siempre habíamos hablado delante de nuestro hijo apoyando la vida y diciendo que un ser humano no puede jamás aceptar la muerte ni la violencia, ni fomentar guerras... esto era algo que lo teníamos muy claro José y yo, pero jamás pudimos imaginar que mi Jesús se radicalizara en aquella postura y que se le hubiera grabado todo esto de esa forma.
La misma cosa ocurría con su relación con Dios: él se sentía feliz cuando nos veía orar, yo observaba que desde muy pequeño se sentía muy a gusto y se quedaba en silencio cuando nos escuchaba recitar los salmos que rezábamos antes de acostarnos y nos oía dar gracias a Yahvé, hasta el punto que si algún día se nos olvidaba porque estuviéramos cansados, él mismo nos pedía que nos despidiéramos de Yahvé.
Cuando murió mi padre, a quien Jesús quería muchísimo y mi padre a él, fue la primera vez que le oí llamar a Yahvé “Mi Padre”; me quedé muy sorprendida y estuve a punto de corregirle pues aquello sonaba a blasfemia.
Hablé con José del tema y él también se quedó sin respiración, fue como tocarle en la tecla que jamás él hubiera querido recordar, pues lo pasó muy mal.
Tuvimos que sentarnos de nuevo y retomar el papel que Dios nos había encomendado; deberíamos tener las cosas muy claras y estar abiertos a todo lo que se nos fuera presentando y ahora vislumbrábamos una etapa nueva, pues en la apariencia de normalidad de Jesús empezaban a asomar detalles que nos decían que algo nuevo comenzaba a presentarse. Nos enfrentamos a la educación de nuestro hijo un ser muy querido, pero tan desconocido... ¿Educar a Dios? Nada más que pensar pronunciar esto nos dejaba sin respiración.
José sentía miedo pero confiaba que yo, por ser madre, estaba más capacitada para abrir los temas y tratarlos con el tacto que solemos tener las mujeres y las madres, de esa manera él recuperaba la confianza y se sentía más fuerte y más en consonancia conmigo, esto nos llevó a hacer un replanteamiento de nuestra vida.
Lo que Jesús sentía hacia Dios era inimaginable en nuestra cultura y en nuestra religión judía: nosotros creíamos en un Dios todopoderoso que se relacionaba con los hombres que eran seres inferiores, pero en cambio Jesús se sentía hijo de ese Dios y, por tanto, de su misma naturaleza; le pregunté directamente sobre el tema y me respondió afirmándomelo y diciéndome que a José lo quería muchísimo, pero que su Padre era Yahvé
Esta confesión de Jesús nos impresionó tanto... pero al ir asumiéndola empezamos a entender y nos fue aclarando todo eso que había estado ahí dormido sin querer tocarlo, pero al despertar nos obligó a enfrentarnos a algo mucho más fuerte que todo lo que habíamos vivido hasta ese momento: ¿Frente a quién estábamos?
La puntilla nos la dio cuando se nos quedó en el templo escuchando las catequesis que se dan allí a los peregrinos en la pascua; delante de los rabinos y de José me contestó que si no sabíamos que él debía ocuparse en las cosas de su Padre. ¡Qué mal lo pasamos aquellos días!


LA MUERTE DE JOSÉ

Narrador

La espada del viejo Simeón te perseguía como una tremenda pesadilla que no te dejó tranquila ni en tiempos de aparente paz.
De nuevo el dolor se asomó a tu puerta y viste cómo el compañero que Dios te dio para el camino te dejaba con un hijo de 20 años más o menos, cuando tiene que decidir la orientación de su vida, cuando el pueblo ya le estaban acomodando una esposa, cuando el ambiente empezaba a quedársele pequeño... ¿Cómo afrontaste el golpe de la muerte de José?

María:

-“Fue un momento tremendo para mi y para Jesús; sentimos que se nos movía el suelo, que nos arrancaban la vida. Mi cariño hacia José era como la veneración que tienes al mejor de los regalos que Dios me había dado, era algo que no podréis entender, estaba por encima de muchas cosas y en ningún momento lo sentí en competencia con mi amor a Dios, a Jesús y mi puesta a su disposición. José para mi fue como la expresión viva del amor que Dios me tiene; su muerte me costó mucho superarla y a partir de ahí, mi vida se centró sola y exclusivamente en mi hijo. Esta situación también le sirvió a Jesús para excusar su soltería: había decidido cuidar de su madre, pues otra cosa no iban a entender los vecinos, y aún así, algunos pensaban otras cosas que él mismo tuvo que aclararles y, como veía que tampoco entendían, concluyó diciendo: “el que tenga oídos que oiga y entienda”
Yo miraba a Jesús, lo veía cada vez más inquieto, aguantando en Nazaret; sabía lo que quería, no estaba de acuerdo con lo que había, cómo estaban las cosas, cómo la gente se acomodaba a todas las injusticias que se estaban cometiendo... le hervía la sangre y yo no sabía qué hacer ni qué decirle; a veces le aconsejaba y me contestaba que aún no había llegado su hora. ¡Su hora, su hora, su hora...! ¡¡Ay qué hora!! ¿en qué consistiría esa hora que ni él mismo sabía cuándo llegaría?
Yo sentía el alma metida en un puño, sin saber qué hacer, qué decirle, solo tenía muy clara una cosa: su suerte era mi suerte, ya hacía mucho tiempo que con José decidimos no ser sus padres, sino sus discípulos, ahora mi vida no tenía otro horizonte que no fuera Él.
Ahora yo sentía a José en la presencia del Padre que Jesús nos enseñó a los dos, unido al proyecto de Jesús, teniendo una visión clara de todas las cosas, que no había podido tener mientras vivió aquí, comprendiendo todo lo que en la vida había ido haciendo guiado por la fe. Yo me quedaba todavía aquí en la tierra esperando que Él me dijera cuándo había llegado su hora para decirle de nuevo: “Aquí está tu esclava” y no tu madre.
MARTES SANTO
VIDA PÚBLICA


Narrador:

Madre, ayer nos contaste algunos de esos grandes momentos que fueron marcando tu vida y te dejaron una huella y un recuerdo imborrable; yo sigo intentando darme una explicación lógica a todo esto, pero no alcanzo a entender, dinos: ¿Cómo te quedaban fuerzas y coraje para seguir diciendo “aquí está tu esclava”?
Ahora se te iba tu compañero, José, el hombre que siempre te apoyó, tus padres ya habían muerto, y tu hijo no parecía estar muy en la onda del resto de tu familia, sus inquietudes iban por otros derroteros ¿Cómo encajabas tú esto? El evangelio no presenta a tu familia muy en consonancia con el mensaje de Jesús. Cuéntanos un poco cómo pudiste llevar el asunto sin entrar en un conflicto familiar.

María:

No fue nada fácil y me costó mucho dolor ver las dificultades más grandes que tuvo mi hijo vinieron de la propia familia; a mi me cogieron en medio: por un lado yo no quería estar mal con mis parientes, pues era lo único que tenía, pero por otro yo estaba plenamente de acuerdo con lo que mi hijo pensaba. Me llevé golpes muy duros.
Déjame contarte aunque sea a grandes rasgos:
Llegó Jesús una tarde y, con gesto preocupado, nos sentamos a la puerta de la casa; era primavera y me contó el encuentro que había tenido con Juan, el hijo de nuestros parientes Isabel y Zacarías: lo había encontrado bautizando en el Jordán, lo había escuchado y le había impresionado su valentía y su sensatez. “Yo estoy de acuerdo con todo lo que decía” -me dijo- pero veo que le falta algo: la esperanza, no se puede quedar en la denuncia, en el castigo.... no me gusta que dejen una imagen de mi Padre como un ser vengativo. Mi Padre no sabe odiar, mi Padre es amor y le duele todo lo que están haciendo al pueblo, yo tengo que decirle esto al pueblo, al mismo tiempo que apoyo al pariente Juan.
Lo vi unos días después reunido con sus amigos de la niñez: los hijos del pariente Zebedeo y con ellos se fue al Jordán donde estaba Juan. Varios días se juntaron aquí en la casa, discutían mucho y programaban el viaje.
Yo los escuchaba en silencio, veía cómo le brillaban los ojos cuando conversaba de la justicia, de la paz, con el coraje y el entusiasmo con que hablaba. Y yo deseaba en mi alma irme con ellos, pero por otro lado, tenía cogido aquí en el estómago un nudo que me ahogaba, pues veía que en estas reuniones se estaba gestando el final de una etapa comparable solo al cielo y nos abríamos a algo que solo Dios sabía a dónde llegaría.

Narrador:

Madre, Perdona que te interrumpa ¿Y tú no te metías en la conversación? ¿qué sentías cuando oías todas esta cosas? ¿No te daba miedo?


María:

No, las mujeres no solíamos meternos en las cosas de los hombres, pero yo sentía el mismo entusiasmo de Jesús dentro de mi corazón, después cuando me encontraba sola, yo me desahogaba con Yavé, a quien empecé a llamarlo también Padre, como me había dicho ya muchas veces mi Jesús y empecé a sentirlo y a tratarlo como mi Padre; En mi casa, y en la intimidad de Nazaret. Él era mi confidente, con Él hablaba constantemente de todo lo que yo iba viviendo y sintiendo.

Narrador:

Disculpa que te cortara, sigue contándonos por donde ibas.


María:

A las pocas semanas volvió con otros pocos amigos que habían encontrado y animado en el Jordán.
Me contaron que Juan, cuando lo vio montó un espectáculo y le dio mucha alegría al verlo, tanto que quiso que Jesús lo bautizara a él, pues también él quería ser discípulo suyo.
Empecé a sentir y a percibir que el momento se estaba aproximando, esto ya no lo paraba nadie. Me contaron que cuando Jesús entró en el agua parecía que se abría el cielo y el Espíritu del Señor presentó a Jesús como el nuevo Mesías de Israel. Aquello corrió de boca en boca, como la pólvora y en pocos días se le había unido un grupo bastante grande de gente que se lo iban contando unos a otros.
Con este grupillo de jóvenes locos nos presentamos en Caná a la boda del hijo de unos amigos: Manasés y Lía.
La fiesta estaba en todo su apogeo y el criado Elin, con quien tenía confianza, se me acercó preocupado y me dijo que se había terminado el vino; yo me acerqué entonces a Jesús y se lo dije, no para obligarle a nada, sino porque quería compartir con él la preocupación, pues Manasés era amigo nuestro. Yo estaba segura que Jesús intentaría ayudarle a salir del atolladero aunque fuera yendo con sus amigos a buscar vino, pero nunca pude imaginar lo que hizo: Aquel momento embarazoso para aquella familia fue el detonante de su “HORA”, aquella que Jesús había estado esperando tanto tiempo y ya sabéis lo que ocurrió.
Juan le había dado la señal de salida con sus palabras en el Jordán y ahora el problema de estos amigos fue como la señal del inicio de algo que ya no tendría vuelta atrás.
Ahora que lo pienso, me pregunto si hice bien o mal con ponerlo en el aprieto cuando dije a los sirvientes que se pusieran a sus órdenes; yo no tenía idea de lo que iba a ocurrir y aquel día comenzó su escalada hasta la cruz. Ahora siento que fui yo la que lo empujó a su muerte.

Narrador:

No sufras, María,
no te atormentes;
aceptaste ser el instrumento
que Dios utilizó en su proyecto,
y realizaste tu papel: un gran trabajo.
Fuiste abriendo camino,
si te arrepientes de esto,
también tendrías que arrepentirte,
de haberle enseñado a hablar y a amar.
Le diste la mano para llevarlo
y que aprendiera a andar,
después, él cogió las tuya para guiarte
fuiste madre y compañera.
guía y seguidora,
Te embarcaste con Él
para cruzar la vida
y en medio de la tempestad
perdiste todo punto de referencia.
El fue la brújula
que te llevó a la otra orilla
y poco a poco te fuiste despojando
de tu propia vida,
de tus horas de luz
y de la paz de tu aldea,
de tus recuerdos en la sinagoga
cuando veías a tu hijo
sentado entre tus vecinos,
de las noches junto al fuego
con José el hombre justo
y hasta de la respiración de tu hijo mientras dormía.
Tu vuelta a Nazaret desde Caná
era el preludio de una larga tragedia
que cada noche te haría
perder el sueño y pasarla en vela
con el corazón en un puño
temiendo siempre lo peor.


EL DÍA A DÍA EN NAZARET

Narrador

Imagino, madre, que después de lo ocurrido en aquella boda las cosas tuvieron que cambiar mucho, pues esas cosas corren como la pólvora y cada uno da su interpretación. Cuéntanos, ¿Cómo explicaba Jesús lo que había pasado a vuestros vecinos de Nazaret? ¿Qué le decía la gente? Me imagino que no os dejarían en paz con lo sensacionalista que es la gente.

María:

¡¡Ay, hijo!!
Esto fue el principio de un calvario. Jesús se quedó con sus amigos llevando a cabo lo que habían programado, yo me volví sola a Nazaret.
Cuando me vieron llegar sola, la aldea entera se escandalizó. A Jesús le llamaban de todo; no podéis ni imaginar los comentarios, había para todos los gustos; el único que lo defendió era Santiago, su primo, y la gente le decía que lo defendía porque eran iguales (la verdad es que se parecían mucho).
Cada día me llegaban con comentarios, chismes, cotilleos... De los milagros decían que es que era un mago charlatán, otros que estaba endemoniado, que estaba loco, que lo habían visto con prostitutas bebiendo en las tabernas con una banda de borrachos y de gentuza...
No podéis ni imaginar las lenguas del pueblo; con razón dice el refrán “Pueblo chico, infierno grande”. Yo ya no sabía qué hacer; por otro lado yo estaba lejos y no sabía lo que estaría pasando; ya llegó un momento que mis mismos familiares vinieron a decirme que había que ir a por él y obligarle a volver a Nazaret para que se dedicase a trabajar y a hacer un hogar, pues parecía que estaba siendo considerado un individuo peligroso, según contaban.
Pero yo conocía muy bien a mi Jesús, sabía lo que llevaba dentro, ¿Cómo podían estar tan ciegos que no vieran lo que estaba haciendo, pues nada de lo que decían cuadraba con lo que él pensaba y era?
Me moría de ganas de verlo, de volver a hablar con Él y, por fin, lo pude hacer el día que vino: nos sentamos y hablamos largo rato; le cogí las manos y fui contándole todo lo que se decía de él en el pueblo; le pedí que me perdonara por el aprieto que le había puesto en Caná, me dijo que no me preocupara, que él también estaba deseando comenzar, aunque no sabía cómo hacerlo ni cuando, que le daba mucha pena ver lo ciegos que estaban en Nazaret, pero el refrán popular volvía a tener la razón: “Nadie es profeta en su tierra” y a él no querían escucharlo. Me dijo que las cosas se estaban poniendo irresistibles y que ya estaba entrando en la recta final, que su mensaje no lo podían aguantar los que siempre habían tenido aplastado al pueblo y que los pobres tenían perdida toda su confianza en ellos mismos... “el vino nuevo hay que ponerlo en odres nuevos...”
Lo escuchaba con atención, ensimismada y sujetando las ganas que me entraban de abrazarme a su cuello y ponerme a llorar con todas mis fuerzas, pues no podía seguir soportando que me lo trataran de loco; ¡no estaba loco, ni endemoniado, ni era un delincuente! ¡El era la verdad personificada y era el único camino de salvación, pero me tragué mis lágrimas y mis ganas de gritar afianzándose mi decisión de apoyarle y seguirlo hasta la muerte. Su destino era el mio y estaba decidida a entrar con él en la recta final.

Narrador:

Perdona, madre, que te interrumpa de nuevo: ¿Y no le dieron posibilidad de explicar al pueblo lo que había hecho, qué significaba aquello, qué pretendía Él?

María:

Sí, el día que llegó era sábado y por la tarde nos fuimos a la sinagoga. Cuando se enteraron que estaba allí, fueron todos los vecinos, pues se esperaban lo que ocurrió: el rabino le dio el rollo donde está el texto de Isaías. Cuando terminó de leer, todos se quedaron en silencio esperando su palabra y comenzó a hablar: “Esta escritura que acabáis de escuchar se ha cumplido hoy; me tenéis en medio de vosotros, he vivido a vuestro lado, y no me habéis conocido, pero ha llegado mi hora: yo he venido enviado por el Dios Altísimo para llevar a cabo esta misión que se indica aquí, para que se cumplan las escrituras, para anunciar a los pueblos la salvación...”
Aquellas palabras fueron como una bomba: unos aplaudían y otros querían matarlo. Empezaron a insultarlo diciendo que quién se creía que era, que si es que no conocían a su familia, y nos pusieron verdes a todos. A mi pobre José lo insultaban, lo culpaban de haberlo hecho un depravado, un impostor y un embustero. Le decían: “Médico, cúrate a ti mismo”.
En medio de todo aquel alboroto, se puso en pie, levantó los brazos y logró que todos se callaran; entonces comenzó a hablar tranquilo: “Recordáis, había muchas viudas en Israel en tiempos de Elías, cuando se cerró el cielo por tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el país... ¿os acordáis? Pues a ninguna de aquellas viudas fue enviado Elías sino a una mujer de Sarepta, de Sidón. Y había muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo y ninguno fue curado, sino Naamán, el sirio, y es que ningún profeta es reconocido en su tierra”
El momento en que les decía estas cosas tenía los ojos llenos de lágrimas de ver la cerrazón de mis vecinos.
Al oír esto que les decía, se abalanzaron contra Él insultándolo, lo sacaron de la sinagoga y se lo llevaron a lo alto del pueblo, querían tirarlo por un barranco.

Narrador:

Madre, ¿Y tú que hiciste en medio de todo este barullo?

María:

Ya te he dicho antes, las mujeres no se nos permitía meternos en asuntos de hombres y esto era cosa de ellos. No me quedaba otra posibilidad que llorar y rezar a Dios, pidiéndole que le diera entendimiento a aquella gente y a mi hijo le diera el coraje que necesitaba para defenderse.
En medio de todo este lío, se me salía el alma por la boca implorando que lo dejaran, pero a mi también me insultaban y querían pegarme, alguna vecina me empujó.
Cuando llegaron al borde del barranco, se volvió hacia el grupo, dio una fuerte voz, se quedaron sin saber qué hacer, como asustados y lo dejaron. Se volvió y pasó despacio por medio de todos mirándolos a la cara. Todos se quedaron como paralizados.
Yo estaba detrás del grupo pidiendo clemencia y llorando. Vino hacia mi, me besó y con la manos sobre mi hombro me llevó a casa.
Detrás oíamos el griterío de la gente que nos insultaba y pedía que nos fuéramos del pueblo, él no se alteró lo más mínimo, pero yo lo vi como lloraba de pena.
No sabía qué hacer y no salía de mi asombro. Cada vez entendía menos cómo la gente responde con la violencia y la ingratitud al bien que se le hace, y no quiere oír la verdad, le molesta que le digan las cosas y prefiere vivir sometida y en el temor.
Estuvo dos días en Nazaret conmigo; cuando le di el beso de despedida, sentí que me arrancaban el alma, que con él se iba parte de mi vida. Yo no sabía qué hacer, pero tenía claro que tenía que salirme también de Nazaret, allí no podía vivir.
Jesús se fue muy triste esta vez y me dijo que no quería volver a Nazaret. No lo pude ver en bastante tiempo.
De vez en cuando me llagaban algunas noticias de él pero siempre en forma de chismes; en el pueblo se estuvieron comentando mucho tiempo las palabras que había dicho en la sinagoga y las opiniones estaban muy divididas; hubo gente que vino después a disculparse por lo que nos hicieron aquella tarde.

Narrador:

Madre, perdona que te remueva los recuerdos, pues entiendo que no te ha de ser agradable el recordar aquellos tiempos de soledad en un pueblo pequeñito sabiendo que todo el mundo lo tienes en contra y de la forma más injusta, oyendo todos los días calumnias, chismes... y sin poder hacer frente con nada, pues allí no tenías internet, ni teléfono ni nada. Cuéntanos

María

Durante todo este tiempo que estuve sola en Nazaret, solo Dios y yo sabemos lo que sufrí: no podéis imaginar lo que tuve que escuchar y aguantar, las veces que tuve que enfrentarme a mis vecinos, gente que siempre había tenido por buena y que yo creía que nos querían, nos hicieron polvo. ¡Qué decepción!
Cada noche, cuando me acostaba, sentía que se me salía el corazón por la boca pensando dónde estaría mi hijo, cómo habría pasado el día, quién habría querido hacerle daño... era un sin vivir; yo perdí el sueño completamente y a cada momento me asomaba a la puerta esperando verlo venir.
No podéis imaginar todo lo que sufrí estando lejos de Él, sin saber nada y teniendo que aguantar todos los chismes que me llegaban: que si las autoridades andaban buscándolo porque era considerado un delincuente; había amigas que venían a contarme los peligros en los que se estaba metiendo: que si estaba encabezando una rebelión contra los romanos, que era un blasfemo, que no guardaba las normas establecidas en la religión y que invitaba a la gente a declararse en rebeldía, que andaba con una banda de borrachos metido en líos...
¡Dios mío, cómo tuve que tragarme el dolor y la ira...! Yo sabía que mi hijo no era nada de eso y estaba absolutamente segura de la falsedad de aquellas informaciones que eran auténticas calumnias, sin más motivo que el hecho de ser bueno, honrado y no aceptar lo que se estaba haciendo con mi pueblo.
Todo me llagaba deformado, lleno de violencia y de sangre... yo, como madre, siempre me ponía en lo peor, aunque estaba absolutamente segura de que no era él quien levantaba todo aquello que decían.
Me quedó bien claro el día que se armó el lío en Nazaret: todo se montó porque él no aceptaba que el Mesías habría de venir a establecer la venganza, pues él no cree en la violencia. Y la gente del pueblo sostiene que el profeta Isaías dice que ha de venir y ha de vengarse de todos los que han hecho daño a Israel.
Solo una madre que ve a su hijo en el ojo del huracán, que todos van contra él, y que tiene que permanecer lejos, enterándose por quintas personas de lo que ocurre, me puede comprender; el dolor es tremendo y la angustia constante tenía marcada mi persona entera...
En medio de todo esto podéis imaginar cómo me sentí cuando me enteré que habían matado a nuestro pariente Juan, que era de su edad: yo me moría de angustia y deseaba salir corriendo en su busca ; la misma cosa le ocurría a mis primas con sus hijos Santiago, Juan, Judas y Simón que andaban con él. Ellas empezaron a dudar de Jesús y lo culpaban de todo lo que estaba ocurriendo, yo era el blanco de todos los comentarios, a mi venían a parar todos los golpes.
Poco a poco la gente fue comprendiendo que se habían equivocado, más que nada por la fama que empezó a coger y mis vecinos estaban molestos con ellos mismos por lo torpes que habían sido: tenerlo 30 años entre ellos y no conocerlo; mucha gente recordaba la cara de Jesús cayéndole las lágrimas y eso después les conmovió y no lo olvidarían nunca.
MIÉRCOLES SANTO
VIVIR LOS ACONTECIMIENTOS DESDE FUERA.


Narrador:

Madre, en ese vivir en el silencio de la aldea de Nazaret debió tener sus más y sus menos.
Todos conocemos algunos momentos fuertes que nos narran los evangelios, pero tú viviste al lado de Jesús cada minuto de aquellos 30 años escondidos que nadie conocemos más que tú.
Me imagino que hablasteis de tantas cosas… No te voy a pedir ahora que nos cuentes todo lo que viviste, pero sí te voy a pedir que , por lo menos, nos compartas cómo viviste tú esos momentos que nos cuenta el evangelio: ¿cómo veías que la gente interpretaba lo que hacía y lo que decía tu hijo?
Nosotros conocemos la versión que nos dan los evangelios, el testimonio de los apóstoles que estuvieron al lado de Jesús, pero la realidad también tuvo otros ángulos que no aparecen por ningún sitio y uno de esos fue el que vivió la Madre del Señor
Ella fue viendo lo que decía la gente, cómo interpretaban lo que decía Jesús; las burlas y los aplausos, las versiones torcidas y maliciosas... Y en medio de todo eso, la única realidad que llenaba su mente constantemente era su hijo, por lo que, cualquier cosa que tuviera que ver con él, a ella la ponía en tensión. ¿Cómo quedar impasible cuando le decían que Jesús era un delincuente peligroso, o que estaba encabezando una rebelión contra los romanos, o que era un blasfemo que estaba atentando contra el templo y burlándose de la religión?
Estoy pensando en el momento en que llegó a Jerusalén y se fue al templo, aquello tuvo que ser impresionante, pues el eco duró hasta muchos años después de su muerte.
Pero no hago más que preguntarme: ¿Cómo te llegaban todas estas noticias y cómo tenías el coraje para encajarlas?

María:

Bueno, ya sabéis lo que ocurrió. Sin embargo, la noticia llegó inmediatamente a Nazaret y eso que estaba completamente apartada. No podéis imaginar todo lo que se decía y lo que me contaron: me dijeron que había montado una rebelión contra los romanos y que Él iba dirigiendo en la cabeza, que la había empezado en el templo expulsando a los comerciantes, porque eran colaboradores de los romanos; me decían también que había habido muertos, pillaje etc.
A mi se me salía el corazón y me ahogaba en la confusión. Pero yo estaba absolutamente segura que si eso había ocurrido, alguien se había aprovechado de la situación, pues mi hijo no haría eso por nada del mundo: mi Jesús no permitía la violencia, pero la angustia me mataba, porque yo no sabía qué había pasado ni cómo estaría él.
No me quedaba otro recurso que volverme a Yahvé, estaba segura que mi hijo no haría una cosa que ofendiera a Dios, a su “Papi”, a nuestro “Abba”. En Él me sostenía y de Él recibía las fuerzas para deshacer los chismes en mi cabeza.
Luego me dijeron otra versión: decían que había discutido con los sacerdotes al ver la degradación a la que había llegado el templo y que, entonces, citando al profeta Zacarías dijo a los mercaderes: “Quitad esto de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en una cueva de ladrones” y que inmediatamente se lanzó con los discípulos a golpear a los sacerdotes y a los comerciantes, dando como resultado muchos heridos...
La primera parte de esta versión sí que podía creérmela, porque Jesús no toleraba utilizar ni manchar el nombre de Dios, pero la segunda parte, no me encajaba por ningún sitio: esa reacción no era de mi Jesús ni tampoco se la permitiría a sus amigos.
En medio de todo este cruce de informaciones yo me sentía morir y se me agolpaban las preguntas: ¿Cómo estaría mi hijo? ¿Qué habrían hecho los sacerdotes y los comerciantes? ¿Lo estará buscando la policía? ¿qué estará necesitando? ¿Dónde estará?
Este fue el comienzo de toda una serie de sobresaltos que me fueron llegando día a día uno tras otro, cuando llegaban a mi eran siempre la 4ª o la 5ª versión de los hechos. Siempre tardaba en enterarme qué había ocurrido exactamente, pero mientras tanto, el corazón lo tenía siempre oprimido.

Narrador:

Disculpa, madre, que te interrumpa de nuevo, es que yo siento que en mi se me revuelve el interior, pues me cuesta aceptar algo tan duro e injusto. Estoy pensando en tu familia, los padres de los compañeros de Jesús que eran parientes vuestros, imagino que te apoyarían ¿o no es así?

María:

No, hijo mío, no fue así: antes bien, ellos me culpaban a mi y a José , como ya os he dicho antes, de todo lo que estaba ocurriendo y me martirizaban más porque yo estaba completamente de acuerdo con el proyecto de mi hijo y lo que me dolía era no poder estar con él.
Desde mi escondite de Nazaret no pude hacer otra cosa que rezar y llorar pidiéndole a Yahvé que cuidara de mi hijo. Ahí fui entendiendo aquello que me dijo el viejito Simeón que una espada de dolor atravesaría mi alma ¡Vaya que fue un verdadero profeta!
Yo sentía unas ganas locas de encontrarme con mi hijo, de sentarme a su lado, de escucharlo y que él me contara lo que había pasado; quería despejar aquella gran incógnita que siempre llevaba sobre mi cabeza aunque jamás dudé de Jesús.
No podía seguir viviendo en Nazaret, pues el ambiente era muy tenso y yo estaba desesperada; hablé con mis amigos Manasés y Lía de Caná pidiéndoles que me admitieran un tiempo con ellos y me recibieron con todo el cariño. Me fui con ellos una temporada; allí era más fácil el encuentro con Jesús y sobre todo estaba un poco más informada de toda su actividad.
Una de las veces que vino a Caná me lo encontré muy cansado y un poco decepcionado, no porque desconociera el problema al que se había enfrentado, ya habíamos hablado muchas veces en Nazaret de todo esto, cuando aún vivía José, de todas las dificultades que supone cambiar la mentalidad y aquí el pueblo estaba acostumbrado a vivir como esclavo, se sentía a gusto de esa forma y no quería oír nada que le comprometiera a un cambio.
La gente aplaude mientras le vas dando pequeñas cositas, mientras veían que curaba a unos enfermos, pero el momento que les pidió que se definieran y pasaran a la acción, que cambiaran la manera de vivir y de pensar, ahí se acabó todo y todos se pusieron en contra.
Eso de pensar en los demás y buscar el bien común no lo soportan, cada uno va a lo suyo, sin importarle la vida y la suerte de los otros. Esto que estaba viendo y palpando a diario lo tenía muy triste. El veía cómo estaba dándoles su vida a pedazos y esto no generaba en ellos una conversión que los pusiera en la misma situación.
Fueron tres años muy duros en los que hubiera deseado estar metida de lleno en toda la problemática, pero él prefirió que me quedase en Nazaret y no verme envuelta en todos los problemas, sin darse cuenta que para mi fue aquello mucho más duro, doloroso y angustioso que estar a su lado sufriendo lo que viniera.
Hacía poco más de un mes que Herodes había cogido preso a Juan y lo había asesinado cortándole la cabeza; me entero que Jesús había decidido subir a Jerusalén; yo me moría de angustia, pues veía que mu hijo llevaba el mismo camino. Allí estuvo en Jerusalén hablando con los sacerdotes, con los letrados y con el pueblo al que hizo algunos milagros. El miedo y la preocupación me atormentaban, pues estaba segura que mi hijo no se iba a aguantar y que tarde o temprano harían con él y con sus amigos la misma cosa.


PROBLEMAS CON LA FAMILIA.

Narrador:

Madre, todos conocemos la veneración que Jesús tuvo por ti y por José, sin embargo, la relación con el resto de parientes no aparece muy clara en el evangelio y cada vez que salen a escena, siempre terminan malparados, pues da la sensación que no le ayudaron gran cosa en su ministerio. ¿Cómo viviste esta situación? ¿Es cierta nuestra apreciación?


María:

Me cuesta tener que hablar de esto, pero es verdad, mi familia, mis parientes, fueron siempre una fuente de dolor tremendo, pues nunca pude contar con ellos para poder apoyarme y Jesús tenía plena conciencia de esta dificultad.
Sí, mis parientes nunca entendieron a Jesús. Tuvimos durante un tiempo una buena relación, mientras Jesús fue pequeño pues él se llevaba muy bien y era amable y educado con todo el mundo y, lógicamente era muy cariñosos con todos sus parientes, pero cuando decidió dedicarse a las “cosas de su Padre” -como él decía- fue como si se hubiera infectado de peste, pues todos le dieron de lado y empezaron a criticarlo, a burlarse de él, a decir que se le habían subido los humos a la cabeza, y cuando empezó a tener fama y escuchaban todas las cosas que se decían de él, se reían, se burlaban y decían que de dónde se sacaba todo eso, pues todos habían estado en la misma escuela: el campo, las ovejas, el trabajo... y lo insultaban como no podéis imaginar, yo creo que la envidia a veces juega malas pasadas.
Llegó un momento en que se reunieron todos los parientes de Nazaret y vinieron a Caná para pedirme que les acompañara y a decirme que fuera yo la que detuviera a mi hijo, o de lo contrario lo harían ellos, pues decían que ya no aguantaban estar en el blanco de todas las críticas y de todas las burlas de la gente; según ellos, con su actuación estaba dejando por los suelos a toda la familia, así es que me cogieron y a la fuerza me llevaron con ellos a Cafarnaún para hacer un chantaje a Jesús. Llegamos y estaba en una reunión con mucha gente. Estaban discutiendo sobre su persona, pues unos decían que estaba poseído por el diablo y otros decían que alguien que hacía esas cosas ¡cómo iba a estar poseído por Satanás!. Jesús estaba allí en medio de todos ellos y les estaba diciendo que Nínive se había convertido ante la predicación de Jonás pero ellos no se convertían ni ante los signos que estaban viendo con sus propios ojos y él era mucho más que Jonás y que el mismo Salomón.
¡¡Santo Dios!! No podéis imaginar cómo se pusieron sus primos cuando lo oyeron decir esto: se abrieron paso y llegaron cerca de donde estaba y montaron un espectáculo. A mi me metieron en medio y yo sentía morirme, nada más pensar que mi hijo pensase que yo los apoyaba en lo que decían, o que no lo creía y que estaba de acuerdo con lo que ellos pretendían: obligarle a dar marcha atrás en el proyecto que había comenzado... ¡Dios mío! Prefería morirme antes de eso.
De repente me sentí allí en medio manejada como un instrumento de chantaje a mi hijo cuando le dijeron: “Tu madre y tus parientes están ahí” Echó una mirada alrededor y mirándonos dijo a todos:”mi madre y mi familia son todos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”
Vi cómo sus ojos estaban bañados en lágrimas al ver que ni su propia familia lo creía ni lo apoyaba y cuando le oí esto sentí que el mundo se me venía encima y quise que la tierra me hubiera tragado antes de ir yo allí con aquella comitiva.

Narrador:

Disculpa, madre, pero nada más pensar estar en tu piel, también me pone nervioso. Aquello debió ser tremendo, tanto para ti como para Jesús, pues ante la mirada de toda aquella gente, tú aparecías contraria a lo que Jesús estaba proponiendo ¿Cómo salisteis de este atolladero?


María:

No, aquello no fue un problema para nosotros, nunca tuvimos problemas de entendimiento. El estaba seguro que no lo traicionaría por nada y sabía que si yo estaba allí, había sido manejada para un chantaje. La verdad es que, eran tantas las ansias que tenía de verlo, que no caí en la cuenta de la trampa que me tendieron, en cambio Él, se dio cuenta enseguida.
Pero sí, fue un momento muy duro. Se acercó a mi muy triste, me saludó y le pidió a Juan que me apartara del grupo, no me dijo nada. Después supe que nuestros parientes se enfrentaron y le dijeron todo lo que quisieron aconsejándole que utilizara el estilo de los políticos, si es que quería hacer algo o de lo contrario que no contara con ellos, total, para el beneficio que le hacían.
Los despidió a todos cortésmente pero tremendamente decepcionado. Pocos meses después, tuvo otro encuentro con mis parientes en el que le urgían que dejara ya de hacer el tonto, que se casara y formara un hogar como hacen todos y llegaron hasta insultarlo, ahí decidió no dejarme más a su lado y me pidió no volver más a Nazaret. Estuve un tiempo con él y me sentí feliz pero después me volví de nuevo a Caná a casa de nuestros amigos donde estuve con Lía hasta el final de mis días.
Esta situación me permitió estar más cerca de él y poder compartir algunas cosas como el verlo triste cuando la gente no entendía lo que hacía, por ejemplo: multiplicó los panes y los peces y la gente lo buscaba porque les había llenado el estómago y eso era lo que querían: alguien que les hiciera la vida fácil, pero no veían más en el gesto que les hizo. Muchas veces tuve que consolarlo y animarlo a que siguiera adelante aunque en el fondo yo hubiera deseado que lo dejase todo, pues estaba viendo a donde iba a llegar y alguna vez ya lo hablamos, pero por encima del miedo y la angustia de la madre, que va por delante y ve todos los posibles peligros, de los que quisiera librar al hijo, yo entendía que su misión era más importante que mis temores y yo misma estaba dispuesta a morir a su lado, si es que era necesario.
JUEVES SANTO
ÚLTIMA SUBIDA A JERUSALÉN


Narrador:

Madre, te quedaste contándonos todo el sufrimiento que supone el ver que no te entienden y cada uno se mueve de acuerdo a sus intereses particulares, hasta el punto que se borran hasta los lazos de sangre y te quedas a la intemperie y en la más absoluta soledad.
Sí, hay cosas y situaciones que sobrepasan,
como el vivir de lleno con el corazón
aquello que la cabeza nos impone y para el corazón repugna
El corazón, que es una fuerza ciega
que ama y se entrega,
que prevé el final y no lo quiere,
mientras la cabeza dice que
eso que se rechaza es la solución.
Tu vida entera fue una lucha a muerte
entre tu cabeza y tu corazón,
entre la vida y la muerte,
una pasión permanente.
Te viste inmersa en una corriente
que arrastraba a la muerte
pero lo grande y maravilloso es ver
como tanto tú, como tu hijo,
la misma muerte no os venció.
No os dejasteis en sus manos
aunque os destrozara a los dos.
Mataron vuestro cuerpo,
pero no doblegaron vuestro espíritu.
Despojada del único apoyo
con el que teóricamente podrías haber contado en la vida,
el de tu familia,
te enfrentaste en la última etapa
al último trago de la copa del dolor,
era el brindis a la vida,
a la dignidad de la persona,
que ni la muerte más escandalosa de una cruz
pudo hacer que te doblaras y te rindieras.
María, quiero confesar mi orgullo
y también mi alegría
por el regalo que tu hijo nos hizo
y que tú aceptaste ser nuestra madre,
nuestra maestra y nuestra guía.
Nos preparamos para afrontar aquella semana horrenda
en la que al lado de tu hijo,
nos enseñaste a estar en las maduras y también en las duras.
Cuéntanos despacio cómo fue transcurriendo todo,
cómo lo viviste,
porque nosotros queremos unirnos a ti
para vivirlo a tu lado.

María

Cada vez que lo recuerdo me pongo nerviosa y hasta siento ganas de llorar.
Siempre quise olvidar los dos encontronazos que tuve con mis parientes porque no me gusta dejar que el rencor pueda echar raíces en el corazón, pero ahora aparecen de nuevo los mismos en escena empujando para un conflicto. A veces pienso que como no pudieron convencerlo, buscaban el que cogieran preso a Jesús y lo liquidaran, de esa forma ellos se quedaban tranquilos y veían calmada su envidia con la venganza.
Vinieron sus primos y le dijeron: “Sal de Galilea y vete a Judea donde tienes muchos discípulos y haz milagros entre ellos para que todo el mundo te vea”.
¡Qué pena que sus mismos parientes lo incitaran a ir a Jerusalén cuando sabían el peligro que corría!
Pero Jesús les contestó: “Todavía no ha llegado mi hora” subid vosotros a la fiesta, a vosotros no os odia el mundo, a mi sí me aborrece, porque yo doy testimonio de la verdad y dejo al descubierto las obras del mundo que son perversas...”
La verdad es que Jesús no quería subir con ellos, pues le iban a montar un espectáculo y se subió a escondidas con sus amigos.
Cuando yo estaba en Caná me llegaron noticias de aquella vez que fue a Jerusalén, cuando se puso en frente de todos los escribas y fariseos defendiendo a la mujer adúltera. También me contaron cómo se puso al lado del joven a quien curó, mientras sus padres lo dejaron solo, por el miedo a que tomaran represalias contra ellos. Ese era mi Jesús, ese era mi hijo, y por ser así lo mataron.


LA GRAN SEMANA

Narrador:

Madre, según nos vienes contando, hubo dos momentos claves en la vida de Jesús que fueron marcando dos grandes etapas: uno fue la boda a la que os invitaron vuestros amigos Manasés y Lía en Caná: allí, según nos decías, Jesús sintió que había llegado el momento de comenzar el proyecto del reino que traía; el otro gran momento fue cuando murió su amigo Lázaro: sus hermanas lo llamaron y allí había mucha gente que sabía que los unía una gran amistad y esperaban que Jesús hiciera algo.
El evangelio nos cuenta que habían llegado muchos de Jerusalén para consolar a Marta y a María y todos esperaban que Jesús estuviese allí, las mismas hermanas de Lázaro se extrañaron que no hubiera ido antes. Termina el episodio diciendo que los que habían ido fueron a contar a los fariseos lo que había hecho Jesús y los jefes de los sacerdotes convocaron una reunión del Sanedrín y determinaron matarlo. Dos momentos en los que existe una situación crítica. ¿Cuéntanos, cómo viste aquello?

María:

Efectivamente, la resurrección de su amigo fue el detonante que pondría en función todo el mecanismo de muerte.
El se dio cuenta que había llegado el momento cumbre en el que tenía que hacer pública su decisión incondicional de amar a los hombres.
Son dos momentos crítico en los que hace un favor y esto es el detonante de su actividad. Su vida era un acto de servicio a la humanidad y él sabía que ir en aquellas circunstancias a Jerusalén, le iba a costar la vida, pero el amor a sus amigos estaba por encima de todo, no se podía entender en él otra forma de hacer.
No, no era un loco que le había perdido el miedo a la muerte, o un tonto que se metía en el peligro como un incauto, es que no podía vivir viendo que alguien sufría; él quería mostrar que Dios es amor, que le duele ver a la gente sufrir y que lo único que quiere es ver a todo el mundo feliz y por esa causa a Jesús no le importaba perder hasta su vida.
El me permitió pasar aquella pascua con él a sabiendas que iba a morir, pero como hombre que era, quiso tener el único consuelo humano que sabía no le fallaría: su madre. Y mandó a Juan para que me llevara a Betania a casa de sus amigos.
Cuando llegué a Betania no se hablaba de otra cosa, fue un gran acontecimiento lo que había hecho Jesús con Lázaro y todos estaban de fiesta; la gente estaba entusiasmada con Jesús, pero cuando llegué y le miré a los ojos me di cuenta inmediatamente que no se encontraba bien, estaba preocupado.
Aquella noche no pude hablar con él y de madrugada llegó un enviado de Nicodemo con una nota en la que le decía: “ Márchate inmediatamente de Betania, a los fariseos les ha caído muy mal lo que has hecho con tu amigo Lázaro y van a matarte”.
Toda la fiesta acabó en un desconcierto, solamente él permanecía tranquilo y decidido a no marcharse. De todas formas siguió el consejo de Nicodemo para no poner en peligro a la familia, pero antes de marcharse nos dijo que en la Pascua estaría en Jerusalén.
Cuando se fue me besó y me dijo: “Siento haberte hecho venir así, pero ya ves, las cosas están mal, tú sabes que para esto he venido; no quería irme sin verte antes y sin recibir tu bendición. Quédate con mis amigos, aquí estarás bien. No te preocupes, nos veremos, pues todavía no ha llegado mi hora”.

Narrador:

Madre, ¿Qué sentiste al verlo partir, obligado a huir, como un malhechor, por el hecho impresionante de haberle devuelto la vida a su amigo? Intento meterme en tu interior y me rebelo.

María:

No podéis imaginar cómo me quedé, con una sensación de impotencia horrorosa, un dolor que me traspasaba y un desconcierto enorme. ¿Es posible que por hacer el bien se persiga a una persona y que nadie se atreva a defenderla y a dar la cara por ella?
Me quedé viéndolo cómo desaparecía en la oscuridad del amanecer y mi cuerpo estallaba de rabia, de dolor, de desesperación...¿Por qué, Dios mío, por qué esta injusticia?
Lázaro se indignó y se fue con el grupo. Yo me quedé destrozada, no entendía nada, no comprendía a la gente de mi pueblo que estaba incapacitada para tolerar el bien, parecía que el demonio estaba suelto y arremetía contra todos los que apostaban por el bien.
Allí me quedé con aquellas dos amigas, Marta y María; las tres nos abrazamos llorando mientras los vimos desaparecer en la oscuridad.
Aquellos días fueron angustiosos pues vimos aparecer por Betania mucha gente rara que andaban hablando con unos y con otros; supimos que las autoridades del templo habían montado un fuerte dispositivo de espionaje y habían infiltrado gente en el grupo de los que seguían a Jesús.
Una semana antes de la pascua volvió con Lázaro y todo el grupo de amigos. Tuvieron que entrar a la aldea a escondidas sin que los vieran juntos, pero aún así pronto se enteraron los sacerdotes y los fariseos que estaban allí. Tenían que andar con mucho cuidado, parecía que hubieran cometido un crimen..
Yo me moría de angustia y de rabia al ver lo que estaba pasando, sin encontrarle una explicación y me admiraba ver a mi hijo que estaba tranquilo y seguro animando a todos, sabiendo el peligro tan grande que corrían. Tampoco podía dejar de pensar en la gente de Galilea ¿Cómo habían podido llegar a estar tan ciegos? ¿Cómo habían podido llegar a confundir el bien con el mal y al contrario?
Cuando la gente de Betania lo vio, rápidamente llenó la casa y cada uno venía a advertirlo de todo lo que sabía y de los peligros que corría.
Ante todo esto que se decía y ante los temores que todos teníamos, lo vi que se levantó de pronto y tomó una decisión:”¡Se acabó de esconderse!”. Llamó a Lázaro y le pidió organizar una gran fiesta invitando a todos sus amigos, incluso a los que eran completamente contrarios.


Narrador:

¿Cómo? ¿Que organizó una fiesta viendo la situación como estaba? Pero eso podía sonar a provocación ¿No te parece?

María:

Bueno, puede ser, de hecho cada uno interpretaba las cosas como quería. Yo os confieso que aquel momento fue entrañable: se estuvo despidiendo de todos; allí María rompió un frasco de perfume carísimo que tenía y lo derramó en los pies de Jesús besándoselos y secándoselos con sus cabellos. La sala se llenó de aquel perfume y en ese momento cada uno comenzó a expresar lo que sentía. Algunos se escandalizaron de ver que Jesús se dejara besar por María, otros llorábamos y Judas no pudo contener su avaricia y protestó diciendo que aquello era un derroche, con todos los pobres que había...
Jesús se puso muy serio y le respondió: “Judas, pobres tendrás toda la vida a tu lado, pero María se ha adelantado a ungirme para mi sepultura...”
María, cuando oyó decir esto, salió corriendo y llorando. Jesús interpretó aquel gesto como el tributo que un ser querido hace a un difunto. La fiesta terminó en desconcierto.
Al día siguiente, mandó a dos de sus amigos a que fueran a Jerusalén a preparar la cena, les encargó que se vieran con un amigo llamado Marcos y después fueran a casa de José de Arimatea, que era miembro del Sanedrín y vivía en el centro de Jerusalén en la zona más lujosa muy cerca del sumo sacerdote y de las autoridades principales.

Narrador:

¡No me digas que fue a meterse en el mismo barrio de sus peores enemigos!


María:

¡Sí! Todos empezaron a decirle que estaba loco, que se iba a meter en la boca del lobo. Le pedían que se quedara en Betania, en casa de Lázaro. Pero él no cedió: dio orden que fueran y le pidieran que les preparase la habitación para celebrar la pascua sabiendo, incluso que lo iba a poner en un fuerte compromiso.
Mi hijo no era de los que se asustan ni aceptan que alguien le obligue a algo; si él había decidido que este era su momento final era él quien dirigiría el plan, era la demostración de que lo que estaba haciendo no era por casualidad, sino que sabía perfectamente los pasos que había dado en su lucha durante su vida en contra del mal, ahora no iba a dejar que el mal se le impusiera y triunfara.
No le tuvo miedo a nada ni a nadie y, en medio de todo el dolor, esto me hacía sentirme orgullosa de él, era un valiente como no he conocido a nadie igual.
En un rato que pudimos hablar a solas me contó todo el plan que tenía y todo lo que iba a pasar. Me pidió que no anduviera de un lado para otro, que me mantuviera a su lado y que fuera fuerte, que tenía que mantener firme mi fe, tal como le había enseñado a él durante toda la vida, pues nuestro Padre del cielo estaba con nosotros.
Lo recuerdo como si estuviera aquí presente: estaba tranquilo, sereno; respiraba profundo, su mirada estaba llena de luz, como el que ha hecho un trabajo perfecto y se siente satisfecho; aquella cara radiante la surcó una lágrima y me abrazó fuerte contra su pecho.
Le sequé las lágrimas con mi mano y con mi pañuelo y con mi alma rota le dije que confiara en mi, que yo no le iba a fallar, que me tenía a su lado, que estaba muy orgullosa de él.
Después, llorando, le pedí que me perdonara si en algo no había estado a la altura o si alguna vez pude darle la sensación de que yo dudaba de Él, pero es que Dios ha sido tan incontrolable conmigo que jamás he podido saber por dónde me iba a salir.


Narrador:

Y a pesar de todo, nunca reivindicaste tus derechos de persona ni de madre... ¿Cómo fuiste capaz de hacer esto? ¿qué fuerza era la que te mantenía de pie, en medio de la tormenta?

María:

Yo tenía muy claro algo: Yahvé contó conmigo, con esta pobre persona, yo no soy más que una pobre esclava en sus manos, ¡con lo poco que yo podía ofrecerle...! ¿ cómo podría yo pretender exigir algo?, ¿cómo podría yo pensar en un regalo mayor que el que Dios me hizo: El poder estar al lado de Jesús, prestarle mis brazos y mi corazón para que le sirvieran de apoyo?
Así lo siento y así se lo dije: Hijo mío, ahora que me dices que todo ha llegado a su fin, lo único que deseo decirte es que me quiero ir contigo, pero si tú me mandas otra cosa, estaré firme hasta la muerte cumpliendo lo que me pidas, a pesar de que no logro entender nada de lo que está ocurriendo, pues no entiendo por qué te persiguen, ni por qué tienes que morir, ni lo entiendo, ni quiero que mueras y si mi vida se puede dar a cambio de la tuya, ahora mismo la entrego toda entera, no obstante, aquí me tienes a tu lado, iré donde tu vayas y haré lo que me pidas.
Confieso que no sé de donde saqué fuerzas para decir aquello, pero por encima de mi dolor y de mi confusión estaba Él y yo entendía que me necesitaba, era el único apoyo con lo que contábamos: el uno para el otro.
Él tenía plena conciencia del momento que atravesaba y quiso tenerme informada de todo, para que no me angustiara, porque lo peor que puede ocurrir es que encima camines en la oscuridad.
Me contó el plan que tenía y me fue diciendo a todo lo que tenía que enfrentarse esos días en Jerusalén, cosa que yo fui viviendo minuto a minuto cada uno de los días en total sintonía con Él.
También me dijo lo que posiblemente ocurriría, por ejemplo la desbandada que dieron todos sus amigos, por eso me pedía que yo no me viniese abajo, pues me tocaba de nuevo estar en el centro de todo: de mi iba a depender el que su proyecto siguiera adelante.
Destrozada por dentro al escucharle, pero tranquila y segura por fuera, lo levanté, puse mis manos sobre su cabeza y le limpié las lágrimas y cogiéndole el rostro le moví la cabeza diciendo: “¡Animo, hijo mío, eres un valiente!” y sentí que yo misma le empujaba a su muerte.
No podéis imaginar lo que esto significa para una madre, y sobre todo cuando yo estaba hecha polvo, quería gritar, llorar, coger a mi hijo y huir de aquel infierno.
No sé de dónde saqué las fuerzas para mantenerme en pie y poder servir de apoyo a mi hijo. Ahora que lo pienso, me doy cuenta que fue su amor lo me mantuvo firme, a pesar de que él estaba al límite de sus fuerzas, pero seguía siendo el motor que me alentaba a seguir viviendo.
El momento de angustia que vivía Jesús quedó enterrado en mis brazos y mi corazón quedó hecho pedazos. Esta era mi colaboración a la obra redentora de mi hijo y estaba decidida a beber con él hasta la última gota de dolor que a mi me tocara.
Nos volvimos con el grupo y yo esa de noche no pude pegar un ojo; la pasé orando y pidiendo a Dios: “Padre del cielo, si es que alguien tiene que pagar por el extravío de los hombres, acepta mi persona, pero líbralo a él. En todo caso, si es que no puede ser, déjame sufrir y morir con él, a su lado, para que se le alivie el peso de su dolor. Que venga sobre mi la espada que me dijo Simeón y que siempre he llevado encima como una pesadilla; que me atraviese a mi, pero que no se hunda en él, que no sufra solo y yo me quede al margen; quiero morir con él, si es lo que tu quieres.”
Cuando se despidió de todos los que estábamos en casa de Lázaro iba tranquilo y sonriendo; fue abrazándonos a todos y besándonos y terminó diciendo: “¡Hasta pronto, amigos, dentro de tres días regresaré”!
Estas palabras nos dejaron a todos desconcertados aunque a mi ya me había dicho que lo iban a matar, pero que al tercer día iba a resucitar de forma distinta a como lo había hecho Lázaro.
Después de esta despedida, yo fui viviendo al segundo todo lo que ocurrió pues me lo había dicho con detalle.
Nunca busqué nada para mi, y en los momentos de gloria, yo viví la alegría de su éxito, en silencio, pero ahora, cuando todos le dieron la espalda, él sabía que me tenía a mi de forma incondicional y ahí le pedía a Dios que me dejara ser madre sufriendo al lado de mi hijo, pues era el único consuelo que le podía dar; si yo fallaba, él podría venirse abajo, si yo me mantenía firme, él podría tener en mi una aliada contra todas las fuerzas del mal.
VIERNES SANTO

EN EL PROCESO DE JESÚS



Narrador:

Madre, te quedaste contándonos tu actitud y tu postura frente a la posición que Jesús tomó en los momentos cruciales de su vida, contrastando con la actitud que tomó el pueblo, tu familia y hasta sus mismos amigos más íntimos.
¡Qué hermoso, María!
Tus palabras son como una bocanada de aire fresco
que alienta nuestra fe y nuestra esperanza.
Son como una luz potentísima
que ilumina nuestras vidas en esta oscuridad
en la que nos desenvolvemos.
Jesús había venido a establecer la guerra contra el mal
y ésta era la última batalla que le quedaba,
en ninguna de las otras lo pudieron vencer,
tu le enseñaste a no doblarse ante nadie
y ahora le demostraste que era cierto lo que le decías,
no eran palabras huecas las que él oyó de tus labios
y se lo demostraste cuando llegó el momento:
como una valiente,
no lo dejaste que se viniera abajo.
Todo el mal del mundo se reunió para machacarlo,
fue el momento decisivo de la batalla
y se unieron todas las fuerzas del mal para derrotarlo,
pero tenían que saber que para lograrlo,
tendrían que machacar también a su madre.
Con eso no habían contado.
Eva fue la que abrió la puerta y pactó con el mal,
tal vez esperaban un nuevo pacto,
pero no calcularon que tú habías sido
la última cerradura de seguridad,
de otra puerta que no se abre jamás
para pactar con la muerte,
ni está dispuesta a ceder la victoria
sin haberla peleado.

María:

Gracias por todo eso que dices, yo no sé decirlo tan bonito, pero es verdad, así mismo lo siento. Yo no iba a dejar por nada que lo vencieran. Efectivamente, no calcularon que el amor de una madre no hay fuerza que lo derribe.
Aquella noche entendí todo el proceso de lucha que mi hijo había llevado; era la lucha de la humanidad que cayó en un momento y que ahora estábamos los dos para la revancha.
Si Dios había escogido a mi hijo para hacer esto, a mi me escogió para acompañarlo desde que vino al mundo hasta que se fue y yo sé que mi fe, mi resistencia de madre y mi fidelidad, le dieron a Jesús fuerza para mantenerse hasta el final; yo debía representar la humanidad que sigue a su lado, la que sufre y muere sin entender nada, pero sigue inquebrantablemente fiel.
Si en él se acumuló y asumió el dolor de los que luchan, yo asumí el dolor de los que aguantan y se les quita la voz y la posibilidad de defenderse.
Llegaron Juan, Felipe, Tomás, Santiago y Tadeo a Betania a comunicar que habían cogido preso a Jesús y toda la casa se llenó de nerviosismo. A mi no me dejaron ir a Jerusalén y comprendí que lo mejor que hacía era quedarme en mi cuarto llorando pues nada podría hacer en aquel laberinto.
Mis sobrinos fueron a avisar a sus madres que estaban en Jerusalén celebrando la Pascua y a las pocas horas estábamos el grupo entero de mujeres que siempre habíamos estado al lado de Jesús. Nosotras no podíamos movernos ni hacer nada pues a las mujeres no nos estaba permitido meternos en asuntos de ninguna índole y lo único que pudimos hacer fue dedicarnos a rezar.
La desesperación nos cogió a todas y hubo un momento en que ya no nos pudimos controlar y saltaron en lamentos y en gritos de tal manera que la aldea entera se alteró; yo me sobrepuse como pude y comencé a pedirles que fueran fuertes, cuando ya se calmaron un poco les dije: “ Amigas, es momento de comportarnos como mujeres que aman de verdad, no somos plañideras a sueldo, lo que mi hijo necesita en este momento no es nuestro llanto, sino nuestra fidelidad a todo lo que nos ha enseñado y nuestra unión con él; vamos a pedirle al Padre que le dé fuerzas para enfrentarse a todo lo que está sufriendo: en estos momentos lo tienen metido en la cárcel y lo están torturando; el pueblo y sus amigos lo han traicionado, nosotras no vamos a hacer lo mismo...”
Mis palabras las fortalecieron y se hizo un gran silencio roto solamente por algún suspiro que se escapaba de tiempo en tiempo.

Narrador:

Madre, ¿Cómo pudiste soportar la noticia, sabiendo lo que aquello iba a desencadenar hasta desembocar en la muerte? Yo no quiero ni imaginarlo.

María

¡Ni podrás hacerte una idea jamás!
En cuanto me enteré de la noticia, empecé a reconstruir en mi cabeza todo el proceso de dolor de mi hijo y lo fui viviendo a su lado; en un momento sentí que mi hijo me llamaba con voz desgarrada y me decía: “Madre mía, ven a mi lado, te necesito”. Como si un resorte me hubiera levantado, me puse en pie, me recogí el pelo, me puse el velo y me salí. Todas ellas, sin preguntar se vinieron detrás de mi.
Salí corriendo y así fui todo el camino hasta Jerusalén, yo iba como un zombi, pero sentía en mi cuerpo los latigazos que le daban a mi hijo y las espinas de la corona que le estaban clavando en la cabeza. Varias veces me caí en el camino con el sentido casi perdido y como un autómata me volví a levantar.
Llegamos a Jerusalén y la ciudad era un hervidero: todo el mundo cuchicheaba y hablaba bajito, como con miedo a ser escuchado en algo que estaba prohibido.
Toda la gente se dirigía hacia la puerta del palacio de Pilatos, otros se dirigían al monte de la calavera pues ya se sabía lo que iban a determinar hacerle, todo estaba ya apañado.
Llegamos a la plaza cuando Pilatos acababa de sacarlo después de flagelarlo y haber dicho públicamente que lo consideraba inocente. Le colocó un trapo rojo le dio una caña y le puso una corona de espinas y en esas condiciones lo puso frente al pueblo... ¡¡¡criminales!!! ¡¡¡Cínicos!!!
Lo habían destrozado y lo puso para que se burlaran de él, después se lo entregó a la gente para que hicieran con él lo que quisieran.
Me vine abajo y caí exhausta, era un espectáculo increíble. Allá vi a mi hijo delante de aquel pueblo a quien tanto bien había hecho, mientras un grupo de allegados al poder gritaba constantemente insultos y blasfemias y obligaba a todos que pidieran la crucifixión. ¡Y todos pidieron la cruz para mi Jesús y la libertad para un terrorista! Este era el primer fruto de la pasión de mi hijo.

Narrador:

¡Cierto! Éste era el primer fruto de su pasión, la libertad de un criminal; ésta era la primera deuda pagada que entregaba gratis la libertad a un terrorista. El segundo liberado sería el ladrón que crucificaron a su lado. Eran el signo de la humanidad que había vivido enemiga de Dios.
Ahora sales cada año a la calle a gritarnos a todos: “¿Por qué no aceptáis la libertad que Él os ha regalado?”
Madre, perdónanos, pues pienso que seguimos como aquel populacho: ¿Cuántos entendieron lo que tu hijo estaba haciendo?

María:

¡Nadie! Mientras mi hijo era destrozado la gente cuchicheaba y cada uno decía una cosa; había algunos que esperaban un espectáculo en lo alto del Gólgota, pues decían que Jesús debía hacer allí algún milagro para demostrarles lo que había venido diciendo todo el tiempo; otros hablaban del fuerte dispositivo de seguridad que habían montado los romanos y los sacerdotes para coger a todos sus seguidores e impedir algún posible motín que estaban esperando... pero allí no había nadie. La gente no pensaba en otra cosa que en el folklore.
Entraron a Jesús al palacio y nosotras intentamos irnos hacia la torre Antonia pero fue imposible, aquello estaba lleno de soldados que no dejaban pasar a nadie y nos fuimos en la dirección que caminaba toda la gente hacia la puerta de salida de la ciudad que conduce al Gólgota; nos metimos por una callejuela muy estrecha y nos refugiamos en un rincón, cuando de repente asomaron unos soldados despejando la calle; nos dejaron allí arrinconadas y al rato asomaron soldados a caballo golpeando a la gente para que dejaran libre el paso. Yo cerré los ojos y me uní a Jesús, y a los pocos instantes, cuando los abrí, me encontré con la imagen de mi hijo que venía con un madero sobre los hombros, lo tenía muy cerca de mi. Mis compañeras dieron un grito y María, no pudiendo contenerse, se abalanzó hacia él pero un soldado la empujó hacia atrás.
Él me estaba mirando, sentí que venía buscándome y buscaba en mis ojos lo que necesitaba para aquel momento: mi fe en él, mi fidelidad y mi adhesión incondicional.
No pudimos decirnos nada, solo nos miramos, pero en aquella mirada nos lo dijimos todo: él vio mi dolor y yo el suyo; él constató mi fe y yo sentí que le había servido de apoyo.
Creí que me moría de dolor y me aferré al Dios a quien mi hijo me había acostumbrado a llamar Padre y al que él lo sentía como su “Papi”.
Le pedí fuerzas para beber todo aquel sufrimiento y me fui detrás de mi hijo por aquella calle de muerte. Logré meterme entre la gente y llegué casi a las primeras filas del corro que rodeaba a los soldados, vi cómo lo tumbaron en el suelo y le clavaron las manos en aquel madero que había traído todo el camino sobre sus hombros.
Después lo fueron elevando sobre aquel palo que habían levantado y clavado en la tierra. En este momento se hizo un gran silencio. Aquello que yo había oído cuchichear a la gente esperaban que se diese en este momento, todos aguardaban el milagro espectacular. Yo, en cambio no esperaba nada, la gran estupidez ya estaba terminando: jamás la insensatez humana puede llegar a tan bajo límite, habían sido capaces de asesinar miserablemente a Dios y Dios se había dejado asesinar para salvar a los asesinos ¿Más espectáculo quieren?
Cuando terminaron de clavarle los pies y vieron que no ocurrió nada, se montó un griterío espantoso de insultos, piedras, escupidas... hasta el punto que tuvieron que intervenir los soldados romanos para despejar el lugar. ¡Lo que pude ver, Dios mío!
Yo me quedé de rodillas llorando en mi corazón, pues las lágrimas se me habían secado y vi acercarse a la cruz una mujer que empezó a gritarle barbaridades amenazándole con el puño. Me sorprendí al ver a uno que había sido paralítico y que Jesús lo había curado, se acercó y empezó a insultarlo, maldecirlo y se despidió escupiéndole; Me sentí indignada al ver a los sacerdotes y a los fariseos abrazarse y felicitarse porque se habían podido quitar aquella pesadilla.
Me sentía allí sola y no le encontraba sentido a verlo a él en aquellas condiciones y yo de aquella manera y con aquella impotencia, me sentía como un gusano que espera que vengan y lo pisen.
Ante todo este espectáculo bochornoso me desplomé, no podía más. Me levantaron y me dieron un poco de agua, querían que me fuera de allí.
Cuando me repuse, la gente seguía insultando, burlándose y gritando estupideces... Pero a mi no me interesaba ya nada de lo que decían, yo no pensaba en otra cosa que en mi hijo que se iba apagando como una lamparilla en lo alto de aquella cruz espantosa. Sentía necesidad de que él me viera a su lado, que supiera que no estaba solo, que junto a aquellos que lo insultaban estábamos otros, conmigo a la cabeza que estábamos dispuestos a dar la vida por él.
Pedí que me ayudaran a acercarme más a la cruz y me querían forzar a retirarme, tuve que sacar mi carácter para imponerme a ellos y logré que me acercaran a pocos metros. Vi que su mirada me localizó y no apartó más su vista de mi.
Sentí que se alegró de verme y también de ver al grupo de amigas que me acompañaban: mi prima María, la hermana de Lázaro: María a la que llamaban Magdalena, María la de Cleofás, la madre de Simón y de Judas Tadeo y nuestro inseparable Juan.
Me acerqué un poco más y sin dejar de mirarme me dijo con voz muy clara: “Madre, ahí tienes a tu hijo” y dirigiéndose a Juan le dijo: “Hijo, ahí tienes a tu madre”.
Ya en otro momento le había pedido que cuidara siempre de mi y ahora con estas palabras parecía dejar sellada su obra dando comienzo otra nueva dimensión.

Narrador:

Madre, perdona que te interrumpa de nuevo. En Juan nos presentó también a nosotros, éramos tu nueva familia. No puedo evitar la tentación de compararme con aquella otra que tanto te hizo sufrir y que empujó a la muerte a tu hijo. No lo entendieron, ni lo aceptaron y a la hora de la verdad nadie dio la cara por Él. Te dejaron sola. No me atrevo a hacerte la pregunta pero tampoco quiero guardármela, aunque prefiero que no me la contestes: María, ¿Sientes la diferencia en esta nueva familia? No me contestes, Termina de contarme lo que habías iniciado.

María:

Sí, después de aquellas palabras sentí que había llegado el momento supremo: este hijo que Dios me había dado, ahora me lo quitaba; era su Hijo, ahora me pedía de nuevo que aceptara ser la madre de otros hijos nacidos de esta muerte, que los amara como lo había amado a Él.
Ante esta nueva petición que me hacía, no pude contestar otra cosa que SÍ, que estaba dispuesta a terminar lo que Él había comenzado, aunque me costase otra pasión.
Él vino para hacernos hermanos, nos enseñó a llamar a Dios Padre y ahora, para que la fraternidad fuera más profunda, dejó para todos los hermanos en la fe la misma madre.
A los pocos instantes de decir estas palabras, dio un suspiro profundo, inclinó la cabeza y murió.
Yo me sentí liberada al ver que había terminado de sufrir y, contrariamente al resto de mis compañeras que gritaban y retorcían sus manos de dolor, yo me sentía serena.
Aquel que era el fruto de mis entrañas, el ser más grande que yo había conocido, ahora estaba hecho un guiñapo, destrozado, colgado como un hitajo sobre aquella cruz; algo terrible y horroroso.
Mirando a la cruz solo quise decirle: “Hijo mío, has muerto como un valiente, te han roto, te han pisoteado, te han destrozado... pero no han logrado que te dobles ni te arrodilles ante nada ni ante nadie, ni ante la misma muerte. Has sido un hombre libre, has dado la talla que debería dar todo hombre, Dios está orgulloso de ti. Gracias por haberme querido, solo te pido que me lleves pronto contigo”


Narrador:

¡Gracias!,
El amor de una madre
no lo vence ni la muerte.
Nos lo has dejado claro;
y hoy estás viva, como vivo está tu Hijo,
y podemos proclamarte con orgullo.
Tu amor y tu fidelidad
se han convertido en un referente
necesario y obligado para todos.
Un amor como el tuyo nunca muere,
tu lealtad es una bandera para todos nosotros
que hoy, ondea resucitada
como un signo indestructible.
El amor venció a la muerte,
la vida se impuso sobre el terror.
Hoy, madre, quedas dibujada
en el rostro de nuestras mujeres
en el corazón de todas las madres
que sufren las mismas consecuencias
que sufriste tú y que unen su dolor
al de sus hijos y su familia.
Tu dolor se ha convertido en gloria
que hoy confesamos y llevamos
como nombre que nos identifica.