XVII TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

 

Vende todo lo que tiene y compra el campo.
Del evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?».
Ellos le responden:
«Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo». Palabra del Señor.

    Nuevamente nos encontramos en el Evangelio que Jesús nos sigue hablando en parábolas, hoy más que nunca tenemos que estar atentos a todo lo que nos dice.
    En la primera lectura de este domingo Dios dice a Salomón: "Pídeme lo que deseas que te dé". Su respuesta fue sabiduría para gobernar a su pueblo. Hoy también el Señor nos pregunta a nosotros lo mismo, ¿qué respuesta le daríamos?.
    Partiendo de está pregunta podemos descubrir que el reino de los cielos es un gran tesoro que aquel que lo encuentra lo cambia todo por él. Ese tesoro es el Reino de los cielos y quien lo encuentra lo tiene todo, como nos dirá santa Teresa "solo Dios basta".
    De igual modo vivir en este reino de los cielos también nos dice Jesús que exige un gran precio, la entrega de lo que tenemos para poder poseerlo, para poder hacernos de él y vivir en él. Este reino es para todos, para los judíos y los gentiles, para todos nosotros, los que vinieron, estamos y estarán es un reino universal, puesto que Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. 
    Sabiendo esto nos surge otra pregunta para dar respuesta a la petición de Dios,  ¿qué valor tiene para nosotros el Reino de Dios? Sabiendo que es Jesucristo, ¿cómo lo dejamos entrar en nuestra vida?
    Miremos al corazón y pidámosle, el don de la fe y la respuesta diaria a la vocación adquirida por cada uno de nosotros, para que el valor supremo de este Reino de Dios sea para nosotros nuestra entrega y servicio a Él.

XVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CILCO A

 

Dejadlos crecer juntos hasta la siega.
Del evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.
Él les dijo:
“Un enemigo lo ha hecho”.
Los criados le preguntan:
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.
Pero él les respondió:
“No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”». Palabra del Señor.
    Nuevamente Jesús se presenta en este domingo, hablándonos en parábolas. En este caso la parábola de la semilla y la cizaña. Todos sabemos muy bien, qué es la buena semilla y qué es la cizaña. Una, la que está destinada a crecer, madurar y dar fruto; la otra, también crecerá, madurará pero su fruto no valdrá para nada, sino que será arrancada y tirada al fuego.
    Así es la vida de fe, esa semilla sembrada por el sembrador en días anteriores como escuchábamos en la Palabra de Dios, es la semilla buena que tiene que dar fruto, aquí nos surge una pregunta ¿qué tipo de semilla soy trigo o cizaña?.
     Hoy más que nunca se nos pide que seamos buena semilla delante de Dios y de los hermanos, para que nuestro fruto manifieste el amor del Padre al mundo.
     En este evangelio hay algo que nos puede hacer pensar, ¿qué hacer con la cizaña? nosotros con nuestra impaciencia lo tendríamos claro: arrancarla desde el principio para que no moleste, pero el pensar de Dios es totalmente distinto al nuestro, "dejadla porque si no arrancarías la semilla también", por lo tanto, descubrimos que la forma de pensar de Dios es paciente, y no solo eso sino que es misericordia pura. 
    Esta acción de Dios  posibilita que la cizaña se convierta en semilla, lo que para el hombre es imposible no lo es para Dios. Si nos miramos a nosotros mismos, ¿qué diríamos que somos buena semilla o cizaña? a lo largo de nuestra vida se manifiestan las dos.
    Que el Dios de la vida nos haga semilla buena para dar fruto en abundancia, y sobre todo cuando seamos cizaña, que este mismo amor del Dios de la vida nos convierta con su Espíritu en trigo que cayó en tierra buena para dar fruto, pues para Dios nada hay imposible. Así lo podemos ver en la figura de Santa María Magdalena que por amar mucho se le perdonó mucho y fue gracias a su conversión,  la primera discípula en anunciar la Resurrección de Cristo en medio de nuestro mundo.
    

XV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

 

Salió el sembrador a sembrar.
Del evangelio según san Mateo.
Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al mar. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó y toda la gente se quedó de pie en la orilla.
Les habló muchas cosas en parábolas:
«Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y como la tierra no era profunda brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó.
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron.
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta.
El que tenga oídos, que oiga».
Se le acercaron los discípulos y le preguntaron:
«¿Por qué les hablas en parábolas?».
Él les contestó:
«A vosotros se os han dado a conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no.
Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumple en ellos la profecía de Isaías:
“Oiréis con los oídos sin entender;
miraréis con los ojos sin ver;
porque está embotado el corazón de este pueblo,
son duros de oído, han cerrado los ojos;
para no ver con los ojos, ni oír con los oídos,
ni entender con el corazón,
ni convertirse para que yo los cure”.
Pero bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. En verdad os digo que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.
Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino.
Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que escucha la palabra y la acepta enseguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumbe.
Lo sembrado entre abrojos significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ese da fruto y produce ciento o sesenta o treinta por uno». Palabra del Señor
    El Evangelio de este domingo, podemos decir que no necesita ninguna explicación, ya que está bien explicado. No obstante, podemos sacar algunas ideas para nuestra vida.
    En este domingo toda la parábola gira en torno a Dios y al hombre,  con la imagen de la semilla y el sembrador. Descubrimos que este sembrador o es muy generoso o no lo hace bien, pues esparce semilla por doquier sin importar donde cae, y nos encontramos que la tierra no toda es igual ni puede producir lo mismo.
    En la extrapolación de esta parábola a la vida cristiana, descubrimos que el sembrador es Dios, y lo hace generosamente, en todos los lugares y rincones de la tierra, esa tierra que somos todos nosotros. Cada uno en nuestras circunstancias y situaciones tenemos que dar fruto de la semilla que hemos recibido, cada uno según sus esfuerzos.
    Es verdad como dice la escritura que en muchas ocasiones los agentes externos a la semilla puede hacer que no dé fruto, por eso se nos interpela  ¿cómo dar fruto? o mejor ¿qué hacemos con la semilla que Dios nos ha dado?. No importa la tierra que seamos, pues bien sabemos que en los lugares menos pensados nos encontramos que la tierra da su fruto, flores que están en lugares solitarios, árboles y arbustos que germinan en lugares quemados o secos, etc., esto nos quiere decir que con nuestro esfuerzo y con la ayuda de la gracia de Dios podemos dar fruto, siendo la tierra que sea. 
    Bien sabemos que esa semilla es la fe, por lo tanto ¿qué hacemos con esa fe, la dejamos arrinconada hasta el momento que nos haga falta, o más bien trabajamos para que  produzca sus frutos, muchos o pocos? Al buen Dios, no le importa mucho la cantidad sino la disposición que tenemos cada uno delante de Él para hacer germinar la fe.
    Seamos tierra buena para que con nuestros frutos podamos ser reflejo del Sembrador y que a su vez con el soplo del Espíritu también podamos convertirnos en sembradores de esperanza y de paz.

XIV DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO A


 Soy manso y humilde de corazón.

Del evangelio según san Mateo
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien.
Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera». Palabra del Señor.
    En este tiempo veraniego que hemos comenzado ya de pleno, parece que también las lecturas nos hablan de ello. Jesús nos invita a descansar pero en Él.
    El texto que se nos ofrece descubrimos que siempre y en todo lugar tenemos que alabar y agradecer al Padre toda nuestra vida y tiempo, así lo hace Jesús y así nos lo enseña. "Te doy gracias, Señor de cielo y tierra" porque a los pequeños y sencillos les has abierto tu corazón para que descansen en Tí. Toda la vida del Señor es una vida de conexión con el Padre, por lo tanto, de oración. 
    Muchas cosas y situaciones nos pueden agobiar en este tiempo estival, pero aún así Cristo esta cerca de nosotros para compartir nuestra vida, para que también en estas situaciones aprendamos de Él, solo tenemos que tener un corazón humilde y sencillo como el suyo para ser a la vez portadores de los yugos y cruces de los demás.
    Hoy Jesús nos quiere decir que podemos descansar y a la vez encontrarnos con Él en este descanso, en la oración, en las relaciones interpersonales, en el descanso propiamente dicho, con la familia, amigos, en todos aquellos que se nos acercan y quieren compartir con nosotros la fe, la amistad, etc. Es ahí donde también podemos encontrarnos con Él, para darle gracias por ellos y poder compartir sus yugos y cruces.  

XIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO, CILO A

El que no carga con la cruz no es digno de mí. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí.
Del evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:
«El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí, la encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá recompensa de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo, tendrá recompensa de justo.
El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pequeños, solo porque es mi discípulo, en verdad os digo que no perderá su recompensa». Palabra del Señor.
    A lo largo de los domingos anteriores, de ser elegidos y enviados para anunciar la buena noticia sin miedo a todo el universo, Jesús es más exigente en el evangelio de hoy, quiere que vivamos su amor de manera incondicional. Para ello, pone de ejemplo lo más grande que nos da Dios: nuestros padres e hijos, aquellos por los que seriamos capaces de dar la vida. Hoy el Maestro nos dice que quien ame más a ellos que a Él no es digno de seguirle.
    Esta exigencia no es que dejemos de amarles, puesto que Él mismo nos lo da como propio reflejo de Dios, nos invita a honrarles, etc., por lo tanto, qué nos quiere decir,  pues que el amor que le debe a Él el verdadero discípulo ha de ser más fuerte, mas pleno, ya que Él mismo es el amor con mayúsculas. 
    En este Evangelio podemos contemplar que Dios es el origen, el centro y el final de todo nuestro camino de evangelización, un camino no libre de cruces y sacrificios al igual que lo experimentó Cristo, es decir, quien no se identifica con Jesús no puede ser reflejo de Él.
    La pregunta que nos podemos hacer es ¿cómo amar a Dios entonces? En el hermano, como nos dice este pasaje, aunque sea solo dándole un vaso de agua; pero también entregándonos, aunque nos cueste la vida, no literalmente , sino en el día a día, de esta forma poniendo a Dios por encima de ellos, estaríamos amando a Dios, según su voluntad.
    Que Él nos conceda amarle según su corazón y sobre todo según las fuerzas que Él mismo nos otorga, así estaremos respondiendo a su camino de fe y salvación.