María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo.
José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por medio del profeta:
«Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Enmanuel, que significa "Dios-con-nosotros"».
Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer. Palabra del Señor.
En este último domingo de Adviento, la Palabra de Dios nos coloca ante una figura silenciosa pero fundamental en el misterio de la Navidad: San José. No pronuncia ninguna palabra en el Evangelio, pero su fe habla con fuerza.
El evangelista Mateo nos presenta una situación humana difícil. José descubre que María, su prometida, espera un hijo que no es suyo. Según la ley, podría denunciarla; según su corazón, decide protegerla. El texto lo llama “justo”, no porque cumpliera fríamente la ley, sino porque supo unir la ley con la misericordia.
En medio de su confusión, Dios se le revela en sueños. No le explica todo, no le da garantías humanas, solo le dice: “No tengas miedo”. José cree. Confía. Y obedece. Acepta a María, acepta al niño y acepta una misión que no comprende del todo, pero que viene de Dios.
Este niño se llamará Jesús, “Dios salva”, y será Emmanuel, “Dios con nosotros”. No es un Dios lejano, sino un Dios que entra en nuestra historia concreta, con dificultades, miedos e incertidumbres. Dios no elige un camino fácil para venir al mundo; elige una familia frágil, sostenida por la fe.
José nos enseña algo esencial en este Adviento: preparar la Navidad no es solo decorar o hacer planes, sino aprender a confiar en Dios cuando la vida no sale como esperamos. Él nos invita a escuchar a Dios en el silencio, a obedecer incluso cuando no lo entendemos todo, y a abrir espacio para que Cristo nazca en nuestra vida.
