XXXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 


Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: "Yo soy", o bien: "Está llegando el tiempo"; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Palabra del Señor.

    La lectura de este domingo manifiesta que nos estamos acercando al final del tiempo litúrgico. El domingo próximo celebraremos la Solemnidad de Cristo Rey. Las lecturas giran en torno al fin de los tiempos, la esperanza en medio de la tribulación y la fidelidad perseverante.

    El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús frente al templo de Jerusalén. Era un edificio majestuoso, símbolo del orgullo religioso del pueblo. Sin embargo, Jesús anuncia: “No quedará piedra sobre piedra.” Con estas palabras, el Señor nos recuerda que nada en este mundo es eterno, ni los templos, ni las obras humanas, ni los sistemas que creemos firmes. Todo pasa. Solo Dios permanece.

    Pero Jesús no pronuncia estas palabras para asustarnos, sino para liberarnos del miedo. Él nos enseña a vivir con confianza, aun cuando todo parece desmoronarse. Habla de guerras, terremotos, persecuciones… situaciones que también hoy nos resultan familiares: crisis, violencia, incertidumbre. Y sin embargo, Jesús nos dice: “No tengáis miedo… ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.”

    Esa es la clave de la fe cristiana: la perseverancia confiada. No se trata de huir del mundo ni de quedarnos paralizados por el temor, sino de perseverar en el bien, de mantenernos firmes en la fe, haciendo el bien incluso cuando los demás pierden la esperanza.

    San Pablo, en la segunda lectura, nos habla de algo muy concreto: el trabajo cotidiano. Algunos en Tesalónica pensaban que el fin del mundo estaba tan cerca que ya no valía la pena trabajar. Pablo los corrige: el cristiano no se desentiende de la realidad, sino que trabaja, se esfuerza, colabora, construye. La espera del Señor no nos aparta de la vida, sino que nos compromete más en ella.

    Finalmente, el profeta Malaquías nos promete que, para los que temen al Señor, “brillará el sol de justicia”. Esa es nuestra esperanza: no un final trágico, sino una aurora de salvación. El fin del mundo no es destrucción, sino nuevo comienzo en Cristo.

DEDICACION DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

           
Hablaba del templo de su cuerpo.

Del evangelio según san Juan.
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
«El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?».
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Palabra del Señor.

    Hoy celebramos el día de la Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán, la catedral o la cátedra del obispo de Roma que es el Papa. 

    San Juan nos dice que Jesús sube a Jerusalén para la Pascua. Al entrar en el templo, encuentra vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Y entonces, hace un látigo de cuerdas, los expulsa, derriba las mesas, y proclama con fuerza:«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». 

    Estas palabras son un grito del alma de Jesús. Él no puede aceptar que la casa del Padre, el lugar de la oración, se haya transformado en un espacio de comercio, de intereses, de ruido. El templo debía ser el signo de la presencia de Dios, un lugar de encuentro, de adoración, de silencio sagrado. Pero se había convertido en algo muy distinto.

    El gesto de Jesús no es simplemente un acto de indignación: es una señal profética. Juan nos dice que los discípulos recordaron después las palabras del salmo: “El celo por tu casa me consume”.

    Ese “celo” es amor ardiente, pasión pura por Dios. Jesús muestra que nada puede ocupar el lugar del Padre. Todo lo que contamina, todo lo que banaliza lo sagrado, debe ser expulsado. Su gesto anuncia una nueva forma de culto: ya no será en un edificio de piedra, sino en su propio cuerpo, que será destruido y resucitado.

    Jesús proclama “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Con estas palabras, Jesús revela que Él mismo es el nuevo templo, el lugar donde Dios y el hombre se encuentran para siempre. Ya no se trata de ir a Jerusalén, sino de entrar en comunión con Cristo, el verdadero Santuario de Dios.

    Desde la resurrección y el envío del Espíritu Santo nosotros nos convertimos en Templo de Dios como nos dice el apóstol Pablo en su carta a los Corintios "vosotros sois templo del Espíritu Santo".

    Si Jesús purifica el templo de Jerusalén, también quiere purificar el templo de nuestra alma. Porque, a veces, nuestro corazón se convierte en un mercado: lleno de ruido, de apegos, de intereses, de cosas que ocupan el lugar de Dios.

    Quizá el Señor hoy quiera entrar en nosotros, con firmeza y ternura, para volcar nuestras “mesas”, para limpiar lo que nos aparta de Él, para devolvernos la paz interior y la autenticidad de la fe. Su acción no es violencia, sino misericordia que libera. Nos quita lo que nos hace daño para devolvernos la alegría de ser casa viva de Dios.


CONMEMORACIÓNN FIELES DIFUNTOS

 

           Hoy no hay un evangelio especifico puesto que podemos elegir entre varios, por eso os invitó a que meditemos este texto que se lee en el oficio de lecturas del Sábado Santo.

De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado.

El descenso del Señor al abismo

 

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. 

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva. 

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

 Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».

 A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. 

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido. 

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso. 

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva. 

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad.