DOMINGO III DE ADVIENTO -B-


Lectura del Profeta Isaías Is. 61, 1‑2a. 10‑11.

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado
para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un
traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.
Palabra de Dios

REFLEXIÓN

“VIVIR PARA SERVIR”
El profeta Isaías hace una especie de confesión de sus sentimientos, lo mismo que cuenta en otro momento cómo se sintió llamado por Dios; ahora confiesa que siente que el Espíritu del Señor se le ha regalado y no es algo para quedarse con Él, sino que es un don que se le ha dado par que realice la misión a la que ha sido llamado:
1º- Para proclamar la buena noticia a los que sufren
2º- Para vendar los corazones desgarrados.
3º- Para proclamar la amnistía a los prisioneros y a los cautivos
4º- Para proclamar el año de gracia del Señor.
Este mismo espíritu ha sido dado a la iglesia, es el alma de la iglesia y la vida de cada uno de los que la componemos; no es posible que permanezca callado, como si estuviera muerto: no es posible que condescienda y se quede callado ante las cosas y los atropellos que se están dando.
La iglesia no puede dejar de proclamar la verdad y la justicia en favor de los que sufren. Bien es cierto que un gran sector de la iglesia es hoy en el mundo la voz de aquellos a quienes se les ha callado y no se les deja abrir la boca de mil formas, pero también es cierto que, en otros momentos y circunstancias, se calla y condesciende.
La iglesia, y cada uno de los que la componemos, estamos llamados a ser portadores de consuelo y de esperanza para aquellos que la han perdido: por la explotación a la que están sometidos, por la perdida del trabajo o por el sometimiento que tienen a unas formas inhumanas de subsistencia.
A la iglesia, y a cada uno de los que la componemos, se nos ha dado el Espíritu y hemos sido consagrados por Él, para que seamos proclamadores de la libertad y no permitamos que nadie ni nada se apropie el derecho de someter a alguien, de modo que se le haga perder su libertad de alguna manera.
Cada uno de nosotros fuimos ungidos y se nos dio el Espíritu del Señor… ¿Cómo se explica que nos deje insensibles y no sintamos en absoluto su presencia?


Salmo responsorial Lc. 1, 46‑48. 49‑50. 53‑54

V/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
V/. Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

V/. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

V/. A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de la misericordia.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 5, 16‑24.

Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo,
quedándoos con lo bueno.
Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre
totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.
El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Palabra de Dios

REFLEXIÓN

“COSTUMBRES Y CARISMAS”

S. Pablo se dirige a la comunidad de los tesalonicenses con toda una serie de exhortaciones para que no se vengan abajo ni se desvíen.
La comunidad de Tesalónicas es una comunidad ya hecha y madura, en la que empiezan a darse frutos, en la que han empezado a aflorar carismas, que a veces pueden entrar en colisión con costumbres que ya se han asentado y empiezan a ser tradición (“lo que se ha hecho de siempre”) y de repente alguien llega queriendo no dejar que se estanque una cosa.
Para evitar estos posibles encontronazos, les invita a que no dejen lo fundamental: La oración, que es donde se han de ver todas las cosas, delante de Dios; la acción de gracias a Dios y a los hermanos, que son los que le dan sentido a todo lo que hacemos. Por tanto, no se debe apagar el Espíritu, no se puede despreciar los dones que constantemente se van dando, pero hay que revisarlos a la luz de lo que es fundamental, hay que examinarlo todo a la luz de estos principios y quedarse con aquello que es bueno para la comunidad, mas no con aquello que trae discordia, división y a veces desprecio, eso se convierte en piedra de choque y en escándalo dentro de la comunidad, que hace que mucha gente se disperse cuando las cosas no salen como a cada uno le gustaría.
La exhortación de Pablo a los cristianos de Tesalónicas nos viene como anillo al dedo a cada una de nuestras comunidades, empezando por sus pastores, que llegan barriendo con todo lo que hizo el anterior, despreciando todo el camino que se ha hecho, la vida que se ha puesto y hasta el dinero que se ha gastado y a partir de él parece que todo es nuevo, sin darse cuenta que la iglesia es mucho más antigua que ninguno. Este peligro que está en la iglesia, se multiplica por mil en el mundo civil

Aleluya Is. 61, 1

Aleluya, aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre mí,
me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.
Aleluya.

Lectura del santo Evangelio según San Juan 1, 6‑8. 19‑28.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
— ¿Tú quién eres?
El confesó sin reservas:
—Yo no soy el Mesías.
Le preguntaron:
—Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
Él dijo:
—No lo soy.
— ¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
—No.
Y le dijeron:
— ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
Él contestó:
—Yo soy «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el Profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
—Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió:
—Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Palabra del Señor

REFLEXIÓN

“SER TESTIGOS DE JESÚS”

El texto del evangelio de hoy sitúa a Juan en el Jordán y cerca de Betania (Casa de testimonio) además, comienza el texto presentando a Juan como “testigo” y lo hace en un momento en que de Jerusalén han enviado una comisión para que le pregunte quién es él y es interesante que no dice su identidad, sino el sentido de su vida, su misión “Yo soy «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor»”: el sentido de su vida es preparar el camino al que viene, la razón de su existencia es establecer unas condiciones favorables para que el reino de Dios se implante, su persona y su vida no tienen otro sentido ni otro valor sino ser signo que oriente al reino.
La actitud de Juan es bien clara: en ningún momento deja que su persona aparezca como referente para nada: él no es Elías, no es el profeta que esperan, no es nadie con importancia, simplemente es un signo que está indicando que el mesías está entra el pueblo e invita a reconocerlo
La lección de Juan bautista es impresionante para cada uno de nosotros y para la iglesia entera: la iglesia ha de ser “lugar o espacio de testimonio” del reino y su existencia; no tiene otro sentido que establecer unas condiciones favorables para que el reino se implante; cada vez que un cristiano, un grupo, una institución… se pone como centro y por encima de cualquier otra cosa, deja de ser testigo y él mismo se convierte en referente, cuando cada uno debemos ser un signo que orienta hacia Jesucristo que ha de ser la única referencia.
Quizás el gran problema haya sido éste durante mucho tiempo: todos hemos luchado por ser centro, referente y hemos hecho propias y para nuestro curriculum las “obras” que hemos realizado: “Yo hice”, “Yo conseguí”, “Mi misa”, “Mi iglesia” “Mi”… y hemos ido haciendo de la iglesia una parcela particular, en la que cada uno se siente dueño absoluto y no hemos sido signos que ayudan a encontrarse con Jesucristo, de esa manera, al final está resultando que Jesucristo es el gran desconocido.