DOMINGO V DE CUARESMA –A-

PRIMERA LECTURA 

Lectura de la profecía de Ezequiel. Ez 37, 12-14
Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis

ESTO dice el Señor Dios: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros,  y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel.
Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor.
Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y comprenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago   —oráculo del Señor—».
Palabra de Dios.
 

REFLEXIÓN 

RECONOCER LA NECESIDAD DE DIOS     

El profeta Ezequiel ve la situación en la que ha caído el pueblo y lo percibe muerto, se ha metido en una tumba, ha optado por la muerte al apartarse de Dios y ha quedado reducido a un montón de huesos sin vida.
            A veces es necesario tocar fondo en la vida para darse cuenta que Dios es la VIDA y renunciar a Él, es renunciar a vivir y optar por la destrucción y la muerte
            El momento en que el pueblo llega a tomar conciencia de esto, Dios toma cartas en el asunto y empieza a actuar, abriendo la tumba en la que se ha metido, pues antes no lo hace ya que deja siempre al hombre intacta su libertad.
El pueblo está tomando conciencia del disparate que ha cometido: llevan deportados y reducidos a la esclavitud en Babilonia desde el año 586 a.C. y han llegado a tocar fondo: el desaliento, la desconfianza y la desesperación los ha invadido. La experiencia de Dios les hará volver a recuperar la confianza y la ilusión; para Israel, ese momento será como una nueva creación: los huesos será recubiertos con una nueva carne

Salmo responsorial

Sal 129, 1-2. 3-4ab. 4c-6. 7-8

R/.   Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. 

        V/.   Desde lo hondo a ti grito, Señor;
                Señor, escucha mi voz,
                estén tus oídos atentos
                a la voz de mi súplica.   
R/.
R/.   Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. 

        V/.   Si llevas cuentas de los delitos, Señor,
                ¿quién podrá resistir?
                Pero de ti procede el perdón,
                y así infundes respeto.   
R/.
R/.   Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. 

        V/.   Mi alma espera en el Señor,
                espera en su palabra;
                mi alma aguarda al Señor,
                más que el centinela la aurora.
                Aguarde Israel al Señor,
                como el centinela la aurora.   
R/.
R/.   Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

        V/.   Porque del Señor viene la misericordia,
                la redención copiosa;
                y él redimirá a Israel
                de todos sus delitos.   
R/.

SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos. Rom 8, 8-11
El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita entre vosotros

HERMANOS:
Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
Palabra de Dios. 

REFLEXIÓN: 

JESÚS, ALTERNATIVA DE SALVACIÓN    
S. Pablo hace un análisis de la realidad que se está viviendo en Roma, donde los instintos naturales se han impuesto como principios fundamentales de libertad y de actuación. Son el referente que se ha puesto como norma moral y de realización humana. Algo muy parecido a lo que está ocurriendo en nuestra actualidad, donde la norma moral es el relativismo y el subjetivismo es el motor que lo guía todo y convierte al hombre en referente moral y ético de toda actuación, con lo que se da rienda suelta a todos los instintos naturales que convierten la vida en una auténtica jauría y se establece la ley de la selva.
S. Pablo, ante esta realidad, invita a la comunidad a tomar una posición: o nos ponemos al lado de esta corriente renunciando a lo que somos, o aceptamos ponernos en la onda de Jesús, en consonancia con el bautismo que hemos recibido en el que se nos ha dado el Espíritu de Cristo.
La llamada que hace a los romanos nos viene a nosotros como anillo al dedo, pues vivimos una realidad muy semejante, en donde hemos perdido todos los referentes morales y sociales y se nos invita a burlarnos y despreciar todo aquello que nos supone un esfuerzo, una disciplina y un mirar al espíritu, cosa que se considera un atraso y nos deja a la deriva, pendientes siempre del último impulso de los instintos, con un orden corrompido.
En esta situación, vuelve a salirnos al paso Jesús como única alternativa de felicidad y salvación.

 

EVANGELIO (forma larga)
Yo soy la resurrección y la vida

Lectura del santo Evangelio según san Juan. Jn 11, 1-45
EN aquel tiempo, aquel tiempo, había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo:
    «Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
    «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
    «Vamos otra vez a Judea».
Los discípulos le replicaron:
    «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?».
Jesús contestó:
    «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche tropieza, porque la luz no está en él».
Dicho esto, añadió:
    «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo».
Entonces le dijeron sus discípulos:
    «Señor, si duerme, se salvará».
Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural.
Entonces Jesús les replicó claramente:
    «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro».
Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
    «Vamos también nosotros y muramos con él».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
    «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
    «Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
    «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
    «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
    «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
    «El Maestro está ahí y te llama».
Apenas lo oyó se levantó y salió adonde estaba él, porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole:
    «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano».
Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
    «¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
    «Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
    «¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
    «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
    «Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
    «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
    «No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios ?».
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
    «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
    «Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
    «Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor.

EVANGELIO (forma breve)

Yo soy la resurrección y la vida

Lectura del santo Evangelio según san Juan. Jn 11, 3-7. 17. 20-27. 33-45

EN aquel tiempo, las hermanas de Lázaro le mandaron recado a Jesús diciendo:
    «Señor, el que tú amas está enfermo».
Jesús, al oírlo, dijo:
    «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella».
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba.
Solo entonces dijo a sus discípulos:
    «Vamos otra vez a Judea».
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
    «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo:
    «Tu hermano resucitará».
Marta respondió:
    «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo:
    «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó:
    «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Jesús se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
    «¿Dónde lo habéis enterrado?».
Le contestaron:
    «Señor, ven a verlo».
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
    «¡Cómo lo quería!».
Pero algunos dijeron:
    «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?».
Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús:
    «Quitad la losa».
Marta, la hermana del muerto, le dijo:
    «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días».
Jesús le replicó:
    «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»
Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
    «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado».
Y dicho esto, gritó con voz potente:
    «Lázaro, sal afuera».
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
    «Desatadlo y dejadlo andar».
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

Palabra de Dios 

REFLEXIÓN 

LA AMISTAD CON CRISTO TRASCIENDE FRONTERAS       

El encuentro de Jesús con Lázaro, sus hermanas y todos los que se encontraban dando el pésame, es el momento cumbre en donde se expresa de forma clara y contundente la presencia de Jesús como el enviado de Dios para el establecimiento del reino de Dios. El retorno a la vida de Lázaro es un símbolo del final glorioso de todos los que han mantenido una amistad con Jesús; de hecho, el evangelio dice expresamente: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro”, hasta el punto que la pérdida de su amigo lo conmovió; ese amor es el que ha hecho que se fortalezca una amistad que trasciende los esquemas de este mundo y asegura un final glorioso no de volver a la vida, sino de resucitar con Cristo.
A partir de este momento, nos cuenta el evangelio que decidieron dar muerte a Jesús, pues lo que acababa de suceder sería la prueba definitiva de la autenticidad de todo lo que había venido diciendo.
El pasaje de hoy nos puede llevar a una equivocación, pues cuando pensamos en nuestra resurrección, imaginamos una cosa igual a lo que ocurrió con Lázaro y eso es falso: Lázaro no resucitó, sino que se le dio una especie de tregua en la vida: “revivió” para después volver a morir, pues “resucitar” es algo muy distinto.
La resurrección para nosotros es un misterio, pues no alcanzamos ni a entender ni a explicar el encuentro con Dios y nuestra transformación en seres resucitados con Cristo.
No se trata, como siempre se pensaba, que la resurrección es una especie de ascender al segundo piso de la realidad –como nos diría Platón- y desde ese segundo piso ver las cosas de otra manera, de forma que los que están en ese segundo piso puedan bajar al primero y ponerse en contacto con los que viven en él.