CORPUS CHRISTI -B- -O9-








PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Éxodo 24, 3‑8
Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros

En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una:
-“Haremos todo lo que dice el Señor.”
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:
-“Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.”
Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo:
-“Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.”
Palabra de Dios.

REFLEXIÓN

“LA ANTIGUA ALIANZA”

El pueblo de Israel ha vivido en la esclavitud como resultado de su infidelidad; Dios le sale al encuentro y, después de haberle hecho ver cómo se compromete en su liberación, le propone una alianza: Dios se compromete a estar a su lado, a darle todo lo que necesite para salir adelante, no sustituye al pueblo en aquellas cosas que éste debe hacer, sino que se pone a su lado dándole fuerza, ánimo y el coraje que necesita para salir adelante, pero no lo va a anular en el esfuerzo que debe poner ni va a hacer aquellas cosas que el pueblo tiene que hacer.
Dios le plantea las condiciones y el pueblo respondió: “Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.”
Como signo visible del pacto que Dios ha hecho, Moisés levanta un altar a los pies del monte y sobre ese altar se ofrece un sacrificio de acción de gracias como reconocimiento al bien que Dios ha hecho.
En la medida que el pueblo es fiel a este pacto, gozará del éxito en la tierra, pero también, en la misma medida que es infiel, tendrá que cargar con las consecuencias de la ruptura.
La sangre de los animales sacrificados se asperja sobre el altar y sobre el pueblo, indicando que ambas partes se hacen responsables de aquella sangre por la ruptura del pacto.
Esa misma sangre se convertirá también en fuerza que aliente el compromiso y la fidelidad de ambas partes.
Cuando las circunstancias se vuelven adversas y aprieta la dificultad, será el recuerdo del pacto el que sigue dando ánimos para seguir luchando.
Dios se vincula al pueblo con su promesa y ese vínculo seguirá vivo mientras el pueblo se mantenga fiel y cumpla las cláusulas establecidas.
Hay una cuestión que queda en el aire: en nuestros días, cuando expresamente se han despreciado los diez mandamientos como referentes de nuestra cultura y se ha aceptado el relativismo, que es la anarquía total… ¿Qué ocurrirá?
Es cierto que esa Alianza del Sinaí quedó ya superada con la Nueva Alianza que hizo Cristo, pero en ningún momento la nueva alianza borró lo establecido en la Antigua, pues la Nueva Alianza presupone las bases que pone la Antigua, que no hace sino establecer los mínimos para ser persona y, sobre esos mínimos, Cristo establece el AMOR y las BIENAVENTURANZAS como cláusulas de la nueva Alianza. Pero ¿qué poder hacer cuando se quitan las bases de la antigua alianza y se desprecia y desconoce la nueva ?

Salmo responsorial Sal 115,12‑13.15 y 16bc. 17‑18 (R/.:13)

R/. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.

¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre. R/.
R/. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
R/. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo. R/.
R/. Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor.


SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11‑15
La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia

Hermanos:
Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.
No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.
Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios
vivo.
Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.
Palabra de Dios.

REFLEXIÓN

“LAS DOS ALIANZAS”

En la Antigua Alianza Dios le propone al pueblo un pacto: “Yo seré vuestro Dios y estaré a vuestro lado, os defenderé y os haré libres en medio de las naciones si es que vosotros cumplís lo que yo os mando hoy…” Y Moisés hace de intermediario entre Dios y el pueblo; ofrece un animal como sacrificio y la sangre del animal la derrama sobre el altar y sobre el pueblo indicando que quien rompa el pacto es el culpable de aquella sangre y tendrá que responder de las consecuencias. Ambas partes quedan comprometidas en el pacto.
Cada año el sumo sacerdote vuelve a recordar aquel pacto y el culto será lo que renueve su vigencia y hará que se recuperen las fuerzas. Una alianza recupera su fuerza y su valor en el culto, que es donde se actualiza, se personaliza, y se celebra.
En la Nueva alianza queda superado todo: Dios mismo se ha bajado, ha asumido la naturaleza humana que estaba rota, la ha elevado a la dignidad de Dios haciendo a la naturaleza humana partícipe de la naturaleza divina. Dios mismo es el juez y la víctima. Ha quedado saldada para siempre la antigua deuda.
El hombre ya no tendrá que renovar cada año el pacto ni tendrá que hacer más ritos expiatorios, simplemente tendrá que vivir en consonancia con esta nueva naturaleza que Dios le ha regalado. Este será el culto que tendrá que rendir: su misma vida, que será la manifestación de Dios.
En la Nueva Alianza es Cristo el protagonista; su sangre y su sacrificio es la clave y el fundamento de todo; aquí no se trata de “Renovar” la antigua alianza, sino de una alianza completamente nueva, pues hay un nuevo sacrificio, unas nuevas cláusulas, un nuevo mediador.
La muerte de Cristo ha roto los antiguos esquemas rituales; el mismo mediador se ha ofrecido como víctima expiatoria, con lo cual ha sido la misma humanidad que se ofrece a Dios; la sangre del sacrificio ya no es asperjada, sino ofrecida al pueblo como bebida, como fuerza y éste, al aceptarla, se hace parte de la víctima, es la forma de decir o responder como en la antigua alianza: “Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.”


Aleluya Jn 6, 51
Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo
-dice el Señor-; el que coma de este pan vivirá para siempre.


EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Marcos 14, 12‑16. 22‑26
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
-“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?”
Él envió a dos discípulos, diciéndoles:
-“Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.”
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:
-“Tomad, esto es mi cuerpo.”
Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo:
-“Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.”
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

“LA EUCARISTÍA ES LA NUEVA ALIANZA”

La fiesta del CORPUS es un desdoble del Jueves Santo: en aquella celebración se concentran muchas cosas importantes y es bueno tomar conciencia con más tranquilidad de cada una de ellas.
En esta celebración nos acercamos a lo que es “Columna vertebral” de la vida cristiana: LA EUCARISTÍA o la “Nueva Alianza” que es la que conforma el “Nuevo Pueblo” (la iglesia)
La celebración está enmarcada en un ambiente pascual de la antigua alianza, es decir: es el mismo clima de liberación, de compromiso el que la envuelve, son las mismas bases las que están presentes: la gratuidad por parte de Dios, el compromiso de fidelidad a lo pactado, pero aquí hay algo que cambia radicalmente: la sangre que e ha derramado como víctima es la del mismo Dios a quien está dirigido el sacrificio de expiación y acción de gracias. El que hace de intermediario de la Alianza es el mismo Dios que se sacrifica. Ahora queda todo en manos del pueblo que se hará responsable de todo, pues Dios ha puesto ya todo de su parte.
Necesariamente, un momento de estos nos tiene que llevar a una reflexión profunda y a una revisión constante de nuestra postura, puesto que la de Dios ha quedado clarísima: Él ha recuperado nuestra naturaleza caída, la elevado a la dignidad de “Hijos de Dios”, ha comprometido su presencia haciéndose alimento, bebida, fuerza, alegría, coraje para el camino; en Él y con Él nos lo ha dado todo para que construyamos la unidad en el amor, la verdad y la justicia y vivamos felices, que es su máximo deseo y el mejor de los cultos que le podemos rendir, el culto de la vida y de la felicidad.
El nuevo pueblo, la iglesia se convierte en sacramento para el mundo de esta nueva realidad.
Pero volvemos al mismo punto de siempre: la verdad está ahí como un referente luminoso, pero la realidad está tan lejos de ese referente en tantos momentos…
No puedo dejar de analizar ante el mensaje que nos trae la celebración de hoy, el acontecimiento que acabamos de vivir en este mes que ha pasado en el que cada semana ha participado por vez primera en la Eucaristía un grupo de niños, no solo de esta parroquia, sino de todas. ¿En qué se ha parecido lo que hemos celebrado a la Alianza que Cristo ha establecido con su iglesia?
Para que podamos hacernos una idea, basta como botón de muestra un dato: la primera comunión la han hecho este año en nuestra parroquia 60 niños y al domingo siguiente han vuelto 10 y sus padres dicen que no pueden obligar a sus hijos a hacer algo que no les gusta o que tienen otras cosas más importantes qué hacer. ¿Y hace una semana sí se le podía obligar, sí le gustaba y era importante lo que iba a hacer?
Puede la iglesia seguir manteniendo y justificando estas cosas y decir que está siendo fiel a la Alianza que Cristo hizo? No se puede permanecer con los ojos cerrados viendo luz en donde no hay más que oscuridad.