PRIMERA LECTURA
Lectura de los Hechos de los Apóstoles 6, 1‑7
Escogieron a siete hombres llenos de
Espíritu Santo
En
aquellos días, al crecer el número de los discípulos, los de lengua griega se
quejaron contra los de lengua hebrea, diciendo que en el suministro diario no
atendían a sus viudas. Los apóstoles convocaron al grupo de los discípulos y
les dijeron:
No
nos parece bien descuidar la
Palabra de Dios para ocuparnos de la administración. Por
tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de
espíritu de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea; nosotros nos
dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra.
La
propuesta les pareció bien a todos y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y
de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás,
prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les
impusieron las manos orando.
Palabra
de Dios.
REFLEXIÓN
EL MINISTERIO EN LA IGLESIA
El pasaje del libro de los Hechos que nos trae la liturgia de este
domingo, presenta un momento interesantísimo en el que la comunidad tiene que
dar respuesta a un problema que se presenta: el número de los creyentes ha
aumentado y los apóstoles no pueden atender las necesidades que hay, sin dejar
de cumplir el ministerio propio de la palabra; no pueden ser el “hombre
orquesta” que lo ha de llevar todo por delante.
La comunidad (la iglesia) toma una
determinación: hacer que cada uno desarrolle los dones que el Espíritu le da,
de forma que se admite que, ante las necesidades, el mismo Espíritu da sus
dones para responder a ellas, con lo que la iglesia reconoce esos dones y la
persona los pone al servicio.
Se habla mucho de “democratizar” la
iglesia, pero tampoco el modelo de democracia que tenemos podemos decir que sea
la mejor alternativa para nada ni para nadie, pues la VERDAD no es el resultado de la puesta de
acuerdo de la mayoría, ni es fruto de un consenso entre unos cuantos. De hecho,
estamos viendo que la democracia no es otra cosa más que el compadreo de unos pocos
para imponer su poder sobre los otros a quienes se les quita la palabra con el
argumento de que así ha dispuesto la “mayoría”.
En la iglesia se sostiene el
principio de que es el Espíritu Santo quien anima, guía y da la respuesta a las
necesidades: en cada uno el Espíritu se manifiesta y da los dones para que
realice su función dentro del cuerpo, de modo que, cada uno de sus miembros
tiene su función; la iglesia, como en el caso que nos muestra el texto de hoy,
discierne los dones que el Espíritu da y propone para el servicio que se
necesita, entendiendo que no se trata de “categorías” de poder lo que se tiene,
sino capacidad que da el Espíritu para realizar
los “servicios” que necesita el resto del cuerpo (ICor. 12)
Lógicamente, cuando la iglesia
encuentra el servidor que necesita, éste, por coherencia no puede ni debe
negarse ya que los dones que ha recibido son para ponerlos al servicio.
Desgraciadamente hemos perdido esto
que nos es esencial y hemos copiado otras muchas cosas que no tienen que ver
nada con el origen.
Salmo
responsorial Sal 32, 1‑2. 4‑5. 18‑19
V/. Que tu misericordia, Señor, venga
sobre nosotros, como lo esperamos de ti. (o, Aleluya).
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como esperamos de ti.
V/. Aclamad, justos, al Señor,
que
merece la alabanza de los buenos;
dad
gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas.
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti.
V/. La palabra del Señor es sincera
y
todas sus acciones son leales;
él
ama la justicia y el derecho,
y
su misericordia llena la tierra.
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti.
V/. Los ojos del Señor están puestos en
sus fieles,
en
los que esperan en su misericordia,
para
librar sus vidas de la muerte
y
reanimarlos en tiempo de hambre.
R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre
nosotros, como lo esperamos de ti.
SEGUNDA
LECTURA
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 2, 4‑9
Vosotros sois una raza elegida, un sacerdocio real
Queridos
hermanos:
Acercándoos
al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa
ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del
templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrificios
espirituales que Dios acepta por Jesucristo.
Dice
la Escritura :
“Yo
coloco en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no
quedará defraudado.”
Para
vosotros, los creyentes, es de gran precio, pero para los incrédulos es la
piedra que desecharon los constructores: ésta se ha convertido en piedra
angular, en piedra de tropezar y en roca de estrellarse.
Y
ellos tropiezan al no creer en la palabra: ése es su destino.
Vosotros,
en cambio, sois, una raza elegida, un sacerdocio real, una nación consagrada,
un pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a
salir de las tinieblas y a entrar en su luz maravillosa.
Palabra de Dios
REFLEXIÓN
LA NUEVA
IMAGEN DE JESÚS RESUCITADO
S. Pedro, a la hora de exponer a la comunidad la nueva presencia
de Cristo en el mundo, echa mano a algo que todos conocen: la construcción de
una casa: hay un cimiento fuerte que es el que la sostiene y le da toda la
fuerza; cada creyente es una piedra, un ladrillo de ese edificio y Cristo es el
cimiento sobre el que se asientan todos los ladrillos.
Por lo tanto, nadie puede decir que
es un espectador, como el que desde fuera ve cómo se construye, cada uno
ocupamos nuestro puesto dentro de la construcción y cada uno sostenemos y
formamos parte del edificio, todos somos el edificio completo; lo bueno y lo
malo es de todos, el fallo de uno repercute en todos y lo grandioso de uno
repercute en todos.
Nada que se construya ha de estar
fuera de esa cimentación, porque no tendría consistencia.
La argamasa y la estructura del
edificio es el Espíritu Santo que le da vida, fuerza y cohesión a todo.
Los carismas que da el Espíritu a
cada uno son como la fuerza y la capacidad que el Espíritu Santo da para que
cada uno realice su función, por lo tanto, empezando por el sacerdocio
(servicio) y terminando por el que barre el templo o el voluntario de Caritas
que lleva el ropero o acoge a los inmigrantes… todos realizan la misión de la
iglesia, que es ser signo del reino que inauguró Jesucristo que ha resucitado y
todos juntos somos su nueva imagen en el mundo.
Por desgracia, como ocurre en toda
construcción, siempre hay algo que fue un chapuz, y es lo primero que se ve
cuando uno se acerca al edificio, donde alguno de los elementos que lo componen
empieza a fallar, por allí se resiente y aparecen los desperfectos.
De la misma manera, dentro del cuerpo de la iglesia, por desgracia,
no dejan de existir los chapuces y los chapuceros, pues esa es también la señal
más clara de que Cristo vino a salvarnos a todos y nos da la oportunidad de
sentirnos útiles en este mundo.
Pero antes de perder el tiempo en
ver los chapuces de la iglesia y criticarlos, es mucho más efectivo y honrado
mirarnos cada uno y ver si estamos aflojando en la misión que a nosotros toca
Aleluya Jn
14, 5
Aleluya,
aleluya.
Yo soy el
camino y la verdad y la vida -dice el Señor.
Nadie va al
Padre, sino por mí. Aleluya.
EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según San Juan 14, 1‑12
Yo soy el camino y la
verdad y la vida
En
aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-No
perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre
hay muchas estancias si no, os lo habría dicho, y me voy a prepararos sitio.
Cuando vaya y os prepare sitio volveré y os llevaré conmigo, para que donde
estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.
Tomás
le dice:
-Señor,
no sabemos adónde vas. ¿Cómo podemos saber el camino?
Jesús le responde:
-Yo soy el camino y la verdad y la
vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais
también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto.
Felipe
le dice:
-Señor,
muéstranos al Padre y nos basta.
Jesús
le replica:
-Hace
tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí
ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre?” ¿No crees que yo
estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que yo os digo no lo hablo por cuenta
propia. El Padre, que permanece en mí, él mismo hace las obras. Creedme: yo
estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras. Os lo aseguro: el
que cree en mí, también el hará las obras que yo hago, y aún mayores. Porque yo
me voy al Padre.
Palabra del Señor
REFLEXIÓN
JESÚS ES EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA
El
pasaje que nos trae la liturgia de hoy nos muestra con toda claridad un
ambiente complicado en el que está viviendo la comunidad, debido a todas las
dificultades que está atravesando y por los peligros en los que se encuentra,
que hacen que la fe se tambalee y haya mucha gente que empieza a dar marcha
atrás.
Jesús
ha estado hablando de las traiciones que se van a dar en el grupo, ha dicho que
lo van a matar, que van a dar la espantada… y los discípulos están confundidos,
no saben de la que va el tema.
Frente
a esta gran confusión, Jesús intenta alentarlos, decirles que no se vengan
abajo a pesar de que las cosas las tengan todas en contra y no lleguen a ver
con claridad; les pide que se fíen de Él, pues no los va a defraudar: “No
perdáis la calma, creed en Dios y creed también en mí”. La clave de todo está
en la fidelidad que le guarden, pues Él está seguro que no los va a dejar y,
por eso, mantenerse en Él es garantía de triunfo: “Yo soy el CAMINO y la verdad y la vida”.
Como
Jesús ve que la fe se tambalea, les pide que miren y se apoyen en lo que han
visto, lo que ellos mismos han constatado, por si no les es suficiente su
palabra: “Si no, creed a las obras”: lo que han visto que ha hecho es una
evidencia que no puede engañar. Esas obras son el testimonio de que su palabra
es la VERDAD, es la palabra del
PADRE que de ahora en adelante se convierte en criterio y referente de la
verdad.
La
palabra de Dios, ratificada con las obras de Jesús, que dan garantía a nuestra
esperanza, hace que nuestra vida recupere el sentido, es como encontrar el
camino y tener la seguridad de saber a dónde caminamos y el sentido que tiene
todo lo que hacemos, por eso, esa fidelidad a Jesús se convierte en VIDA para cada creyente que se decide a
seguir a Jesús en el camino.