DOMINGO DE RAMOS




PROCESIÓN DE LAS PALMAS

 

 

EVANGELIO 

 

 Lectura del santo evangelio según san Lucas 19, 28-40

Bendito el que viene en nombre del Señor

 

En aquel tiempo, Jesús echó a andar delante, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: 

—«Id a la aldea de enfrente; al entrar, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", contestadle: "El Señor lo necesita".» 

Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el borrico, los dueños les preguntaron: 

—«¿Por qué desatáis el borrico?» 

Ellos contestaron: 

— «El Señor lo necesita.» 

Se lo llevaron a Jesús, lo aparejaron con sus mantos y le ayudaron a montar. 

Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos. 

Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la masa de los discípulos entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo: 

—«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en lo alto.» 

Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: 

—«Maestro, reprende a tus discípulos.» 

Él replicó: 

—«Os digo que, si éstos callan, gritarán las piedras.» 

Palabra del Señor.



  LITURGIA DE LA PALABRA


PRIMERA LECTURA


 

Lectura del libro de Isaías 50, 4‑7

No me tapé el rostro ante los ultrajes, sabiendo que no quedaría defraudado

 

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. 

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. 

El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. 

El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado. 

Palabra de Dios. 

 

REFLEXIÓN

 

LA FIDELIDAD DE DIOS”

            Algo que escapa a nuestros cálculos: la fidelidad de Dios a los hombres, le hace entrar justamente por allí por donde los hombres no entrarían ni la fuerza: por el sufrimiento y por la muerte.

            Pero es desde ahí donde logra conectar con el hombre: desde el abatimiento, donde al hombre ya no le quedan fuerzas y, por lo tanto, donde puede percibir que es Dios quien vive a su lado.

            Es también ahí donde los hombres nos identificamos en lo que somos: no es en los momentos de gloria donde decimos y demostramos lo que somos, sino en los duros y difíciles. Es en el dolor y el fracaso donde se ven los verdaderos amigos.

 

 Salmo responsorial Sal 21, 8‑9. 17‑18a. 19‑20. 23‑24 (R.: 2a)

 

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 


Al verme, se burlan de mí,

hacen visajes, menean la cabeza:

«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; 

que lo libre, si tanto lo quiere.» R.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 


Me acorrala una jauría de mastines,

 me cerca una banda de malhechores;

me taladran las manos y los pies,

puedo contar mis huesos. R.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 
 

Se reparten mi ropa,

echan a suertes mi túnica.

Pero tú, Señor, no te quedes lejos;

fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 


Contaré tu fama a mis hermanos,

en medio de la asamblea te alabaré.

Fieles del Señor, alabadlo;

linaje de Jacob, glorificadlo;

temedlo, linaje de Israel. R.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 

  

SEGUNDA LECTURA  


 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6‑11

Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo

 

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; 

al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.  

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. 

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre‑sobre‑todo‑nombre»; 

de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, 

y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. 

Palabra de Dios.

 

REFLEXIÓN

 

“CRISTO NO NOS DEJÓ EL EJEMPLO DE DIOS, SINO DE HOMBRE”

            Al entrar Dios en el mundo del hombre, asume con todas sus consecuencias  toda la dinámica en la que está inmerso el hombre:  renuncia a su condición divina de la que no hace uso y se viste la condición humana, poniéndose en el último puesto para que nadie se sienta excluido y nadie pueda decir que no estuvo a su altura: “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” hasta las últimas consecuencias, con lo cual, ha podido constituirse el salvador de todos,  pues no se salva sino aquello que se asume. 

 

Versículo antes del evangelio Flp 2, 8‑9

Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre‑sobre‑todo‑nombre». 

 

EVANGELIO:  PASIÓN DE JESÚS SEGÚN S. LUCAS  


 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 14‑23,  56
He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer

C. Llegada la hora, se sentó Jesús con sus discípulos y les dijo: 

+ —«He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el reino de Dios.» 

C. Y, tomando una copa, pronunció la acción de gracias y dijo: 

+ —«Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.» 

 

Haced esto en memoria mía

 

C. Y, tomando pan, pronunció la acción de gracias, lo partió y se lo dio, diciendo: 

+ —«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» 

C. Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: 

+ —«Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.» 

 

¡Ay de ése que entrega al Hijo del hombre! 

 

+ —«Pero mirad: la mano del que me entrega está con la mía en la mesa. Porque el Hijo del hambre se va, según lo establecido; pero, ¡ay de ése que lo entrega!» 

C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros quien de ellos podía ser el que iba a hacer eso.

 

Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve

 

C. Los discípulos se pusieron a disputar sobre quién de ellos debía ser tenido como el primero. Jesús les dijo: 

+ —«Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve. 

Porque, ¿Quién es más, el que está en la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está en la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. 

Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo os transmito el reino como me lo transmitió mi Padre a mí: comeréis y beberéis a mi mesa en mi reino, y os sentaréis en tronos para regir a las doce tribus de Israel.» 

 

Tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos

 

C. Y añadió: 

+ —«Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos.» 

C. Él le contestó: 

S. —«Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte.» 

C. Jesús le replicó: 

+ —«Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes que tres veces hayas negado conocerme.» 

 

Tiene que cumplirse en mí lo que está escrito

 

C. Y dijo a todos: 

+ —«Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?» 

C. Contestaron: 

S. —«Nada.» 

C. Él añadió: 

+ —«Pero ahora, el que tenga bolsa que la coja, y lo mismo la alforja; y el que no tiene espada, que venda su manto y compre una. Porque os aseguro que tiene que cumplirse en mí lo que está escrito: "Fue contado con los malhechores." Lo que se refiere a mí toca a su fin.»

C. Ellos dijeron: 

S. —«Señor, aquí hay dos espadas.» 

C. Él les contestó: 

—«Basta.» 

 

En medio de su angustia, oraba con más insistencia

 

C. Y salió Jesús, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: 

+ —«Orad, para no caer en la tentación.» 

C. El se arrancó de ellos, alejándose como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba, diciendo: 

+ —«Padre, si quieres, aparta de mí ese cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.» 

C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la pena, y les dijo: 

+ —«¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en la tentación.» 

 

Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre? 

 

C. Todavía estaba hablando, cuando aparece gente; y los guiaba el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. 

Jesús le dijo: 

+ —«Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?» 

C. Al darse cuenta los que estaban con él de lo que iba a pasar, dijeron: 

S. —«Señor, ¿herimos con la espada?» 

C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. 

Jesús intervino, diciendo: 

+ —«Dejadlo, basta.» 

C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: 

+ —«¿Habéis salido con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario estaba en el templo con vosotros, y no me echasteis mano. Pero ésta es vuestra hora: la del poder de las tinieblas.» 

Pedro, saliendo afuera, lloró amargamente

 

C. Ellos lo prendieron, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro se sentó entre ellos. 

Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo:

S. —«También éste estaba con él.»

C. Pero él lo negó, diciendo:

S. —«No lo conozco, mujer.»

C. Poco después lo vio otro y le dijo:

S. —«Tú también eres uno de ellos.»

C. Pedro replicó:

S. —«Hombre, no lo soy.»

C. Pasada cosa de una hora, otro insistía:

S. —«Sin duda, también éste estaba con él, porque es galileo.»

C. Pedro contestó:

S. —«Hombre, no sé de qué me hablas.»

C. Y, estaba todavía hablando, cuando cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negaras tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

 

Haz de profeta; ¿Quién te ha pegado?

 

C. Y los hombres que sujetaban a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. Y, tapándole la cara, le preguntaban:

S. —«Haz de profeta; ¿Quién te ha pegado?»

C. Y proferían contra él otros muchos insultos.

 

Lo hicieron comparecer ante su Sanedrín

 

C. Cuando se hizo de día, se reunió el senado del pueblo, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y, haciéndole comparecer ante su Sanedrín, le dijeron:

S. —«Si tú eres el Mesías, dínoslo.»

C. Él les contestó: 

—«Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha de Dios todopoderoso.» 

C. Dijeron todos: 

S. —«Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?» 

C. Él les contestó: 

+ —«Vosotros lo decís, yo lo soy.» 

C. Ellos dijeron: 

S. —«¿Que necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca.» 

C. Se levantó toda la asamblea, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato.

 

No encuentro ninguna culpa en este hombre

 

C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo: 

S. —«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.» 

C. Pilato preguntó a Jesús: 

S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?» 

C. Él le contestó: 

+ —«Tú lo dices.» 

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: 

S. —«No encuentro ninguna culpa en este hombre.» 

C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: 

S. —«Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.» 

C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días. 

 

Herodes, con su escolta, lo trato con desprecio

 

C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. 

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal.

 

Pilato entregó a Jesús a su arbitrio

 

C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: 

S. —«Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.» 

C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo: 

S. —«¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.» 

C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

     Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: 

S. —«¡Crucifícalo, crucifícalo!» 

C. Él les dijo por tercera vez: 

S. —«Pues, ¿Qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.» 

C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. 

     Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. 

 

Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí

 

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. 

     Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. 

     Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 

+ —«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado." Entonces empezarán a decirles a los montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?» 

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.

 

Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen

 

C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 

Jesús decía: 

+ —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» 

C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. 

 

Éste es el rey de los judíos

 

C. El pueblo estaba mirando. 

Las autoridades le hacían muecas, diciendo: 

S. —«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» 

C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: 

S. —«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» 

C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» 

 

Hoy estarás conmigo en el paraíso

 

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: 

S. —«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.» 

C. Pero el otro le increpaba:

 

S. —«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» 

C. Y decía: 

S. —«Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino.» 

C. Jesús le respondió: 

+ —«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.» 

 

Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu

 

C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: 

+ —«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.»

C. Y, dicho esto, expiró. 

 

Todos se arrodillan, y se hace una pausa

 

C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo: 

S. —«Realmente, este hombre era justo.» 

C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho. 

Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando. 

 
José colocó el cuerpo de Jesús en un sepulcro excavado

 

C. Un hombre llamado José, que era senador, hombre bueno y honrado (que no había votado a favor de la decisión y del crimen de ellos), que era natural de Arimatea, pueblo de Judea, y que aguardaba el reino de Dios, acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde no habían puesto a nadie todavía. 

Era el día de la Preparación y rayaba el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás a examinar el sepulcro y cómo colocaban su cuerpo. A la vuelta, prepararon aromas y ungüentos. Y el sábado guardaron reposo, conforme al mandamiento. 

Palabra del Señor.

 

 

 

O bien más breve:   


 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 23, 1‑49

 

C. En aquel tiempo, se levantó toda la asamblea, o sea, sumos sacerdotes y escribas, y llevaron a Jesús a presencia de Pilato. 

 
No encuentro ninguna culpa en este hombre 

C. Y se pusieron a acusarlo, diciendo: 

S. —«Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey.»

C. Pilato preguntó a Jesús: 

S. —«¿Eres tú el rey de los judíos?» 

C. Él le contestó: 

+ —«Tú lo dices.» 

C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: 

S. —«No encuentro ninguna culpa en este hombre.» 

C. Ellos insistían con más fuerza, diciendo: 

S. —«Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde Galilea hasta aquí.» 

C. Pilato, al oírlo, preguntó si era galileo; y, al enterarse que era de la jurisdicción de Herodes, se lo remitió. Herodes estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días.  

 
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio 

C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento; pues hacía bastante tiempo que quería verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. 

Le hizo un interrogatorio bastante largo; pero él no le contestó ni palabra. 

Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. 

Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y se burló de él; y, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos Herodes y Pilato, porque antes se llevaban muy mal. 

 
Pilato entregó a Jesús a su arbitrio 

C. Pilato, convocando a los sumos sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, les dijo: 

S. —«Me habéis traído a este hombre, alegando que alborota al pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros, y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas que le imputáis; ni Herodes tampoco, porque nos lo ha remitido: ya veis que nada digno de muerte se le ha probado. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré.» 

C. Por la fiesta tenía que soltarles a uno. Ellos vociferaron en masa, diciendo: 

S. —«¡Fuera ése! Suéltanos a Barrabás.» 

C. A éste lo habían metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio.

Pilato volvió a dirigirles la palabra con intención de soltar a Jesús. Pero ellos seguían gritando: 

S. —«¡Crucifícalo, crucifícalo!» 

C. El les dijo por tercera vez: 

S. —«Pues, ¿Qué mal ha hecho éste? No he encontrado en él ningún delito que merezca la muerte. Así es que le daré un escarmiento y lo soltaré.» 

C. Ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo el griterío. 

Pilato decidió que se cumpliera su petición: soltó al que le pedían (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su arbitrio. 

 
Hijas de Jerusalén, no lloréis por mi 

C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. 

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por él. 

Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 

+ —«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: "Dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado." Entonces empezaran a decirles a los montes: "Desplomaos sobre nosotros", y a las colinas: "Sepultadnos"; porque, si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?» 

C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él. 

 
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen 

C. Y, cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 

Jesús decía: 

+ —«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» 

C. Y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte. 

 
Este es el rey de los judíos 

C. El pueblo estaba mirando.

Las autoridades le hacían muecas, diciendo: 

S. —«A otros ha salvado; que se salve a si mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido.» 

C. Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: 

S. —«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.» 

C. Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos.» 

 
Hoy estarás conmigo en el paraíso 

C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: 

S. —«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros.»  

C. Pero el otro le increpaba: 

S. —«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada.» 

C. Y decía: 

S. —«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.» 

C. Jesús le respondió: 

+ —«Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso.» 

 
Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu 

C. Era ya eso de mediodía, y vinieron las tinieblas sobre toda la región, hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: 

+ —«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu.» 

C. Y, dicho esto, expiró. 

Todos se arrodillan, y se hace una pausa. 

C. El centurión, al ver lo que pasaba, daba gloria a Dios, diciendo: 

S. —«Realmente, este hombre era justo.» 

C. Toda la muchedumbre que había acudido a este espectáculo, habiendo visto lo que ocurría, se volvía dándose golpes de pecho. 

Todos sus conocidos se mantenían a distancia, y lo mismo las mujeres que lo habían seguido desde Galilea y que estaban mirando.

Palabra del Señor.

  

REFLEXIÓN



 
JESÚS CULMINA SU OBRA

Jesús ha aparecido en un momento crítico de la historia de Israel donde impera la idea milenarista de la aparición de un momento a otro el nuevo “Mesías” que traería la liberación económica, política y social al pueblo. Se espera, por tanto un líder carismático que encarne estas expectativas populares y reproduzca los tiempos de David donde se establezca el derecho y la justicia.

En el Antiguo Testamento Isaías es uno de los profetas que con más claridad habla del tema y sostiene que la presencia del Mesías será el signo más claro de implicación y de presencia de Dios con su pueblo que va a romper la estructura de violencia y de poder que hay establecida. El Mesías será el encargado de establecer y hacer que se cumpla lo que Dios tiene determinado para su pueblo. El pueblo mantiene esta idea como algo absolutamente lógico: Dios ha escogido a su pueblo para que sea cabeza de todas las naciones, establezca la justicia y el derecho en todos los pueblos, por tanto, no cesará hasta que esta situación se implante y, tal como están las cosas, parece que ha llegado la hora en que se establezca el reinado de este nuevo Mesías que realice la venganza de todos aquellos que han hecho sufrir al pueblo.

En el NT. Es decir, en los tiempos de Jesús, basados en esta idea antigua, se sostiene el establecimiento de un Mesías político-militar que imponga esta fuerza y domine todas las naciones de la tierra convirtiendo a Israel en la nación fuerte y poderos que someta a todos los pueblos al poder de Yahvé.

Esta es la herencia que se recibe del AT. Y que en tiempo del imperio romano coge fuerza y tiene pretensiones de ataque al poder establecido, cosa que le llevará a la destrucción de Jerusalén.

La entrada de Jesús en Jerusalén es interpretada por la gran mayoría del pueblo y por muchos de los seguidores de Jesús como la llegada del líder que esperaban. En este marco tenemos que leer la narración de la pasión que nos trae S. Lucas.

No obstante, no podemos olvidar que S. Lucas es el evangelista que se siente especialmente “tocado” por las actitudes de Jesús sensible al dolor de los enfermos, de los marginados, de los pobres, de los huérfanos, de las viudas… de la dimensión misericordiosa de Dios expresada en Jesús y, lógicamente, esta sensibilidad se manifiesta en la narración que hace de la pasión, aspecto que lo vemos con toda claridad en los momentos de oración: cuando llama a Dios Abba (Lc 22,42); o cuando su Padre le da fuerza para enfrentarse al sufrimiento (Lc 22,43).

Otra de las características de la narración de la pasión en S. Lucas es que la CRUZ aparece como el máximo signo del amor de Dios en el que se revela la misericordia de Dios en medio del sufrimiento, por eso S. Lucas no se detiene en los aspectos negativos o crueles de la pasión como hacen otros, por ejemplo deteniéndose en los detalles de la pasión: en la flagelación, en las espinas… sino que, más bien resalta el amor del Padre hacia su Hijo y hacia todos los hombres, por ejemplo: se detiene en el detalle de acentuar que en lo alto del calvario  están al lado de Jesús un grupo de amigos y conocidos: Lc 23,49 y opta por poner como última palabra de Jesús el salmo 30,6 (31) que es una expresión de confianza en Dios Padre: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. En lugar de poner el salmo 21 (22) que Mateo pone en boca de Jesús como un grito desgarrador de abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”

En toda la narración veremos cómo Lucas va haciendo caer en la cuenta de detalles de perdón y de misericordia, por ejemplo, puede verse en la actitud que tiene con Pilatos, incluso hace decir a Pilatos que él no ve culpa en Jesús: (Lc 23,4.13-15.20-22); o cuando en el huerto le corta Pedro la oreja al que se lanzó a Jesús y Jesús lo cura inmediatamente (Lc 22,51); el hecho de la negación de Pedro (Lc 22,61); el de todos los judíos (Lc 23,34); el gesto que tiene con el buen ladrón (Lc 23,39-43); el reconocimiento del centurión manifestando que Jesús es inocente y lo proclama Hijo de Dios (Lc 23,47); el hecho de que su juicio sirviera para que se reconciliaran Herodes y Pilato (Lc 23,6-12).

De la misma manera lo vemos que durante el camino al Gólgota, solo Lucas pone en boca de Jesús palabras consoladoras a la mujeres y tiene presentes a sus hijos. En Lucas veremos cómo acentúa el cariño especial que Jesús tiene por las mujeres que son el sector marginado de la pobreza, y por eso para Él tienen un puesto especial en su vida: las admite en su grupo como discípulas y les tiene un trato especial de respeto y por eso aparecen en el relato de la pasión con un puesto preponderante.

Lógicamente, en todo el relato de S. Lucas el PERDÓN tiene un papel importantísimo y la actitud que presenta en toda la redacción es una expresión clarísima del amor del Padre que en la muerte de su Hijo ha expresado el amor supremo que tiene al hombre. En este hecho se ha cumplido todo lo que ha venido diciendo durante todo el AT. (Is. 61,1-2) Jesús ha venido para anunciar la libertad a los cautivos y dar la vista a los ciegos y la salud a los enfermos… Con su muerte se ha proclamado el año de gracia del Señor: ¿QUÉ MÁS PUEDE ESPERAR EL HOMBRE?