DOMINGO XXX DEL T.O. -C-

PRIMERA LECTURA

Lectura del libro del Eclesiástico 35, 12‑14. 16‑18
Los gritos del pobre atraviesan las nubes

            El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor, y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia. 
Palabra de Dios. 

REFLEXIÓN

DIOS NOS INVITA A DEFINIRNOS   
            El autor del libro del Eclesiástico podemos ubicarlo en el s.II aC. Y en esta época deja bien claro cuál es la postura de Dios frente a la justicia: “No tiene acepción de personas”: Dios no se deja comprar ni se deja influir por apariencias…pero eso sí: Dios es parcial, es decir: se pondrá siempre al lado de la verdad, de la justicia y, por supuesto, se pondrá a favor del atropellado, del inocente, del desvalido, del que sufre la injusticia y el atropello.
            La otra verdad que el autor quiere resaltar es la actitud de Dios que no se hace el sordo a la súplica del que sufre la injusticia y el atropello: “La oración del humilde atraviesa las nubes y no cesa hasta alcanzar su destino”.
            El autor recoge toda la experiencia de vida y de fe que se tiene y ve que, al final, la justicia y la verdad se imponen y en un gran porcentaje de momentos, no necesita exponer las cosas, pues todo se va poniendo en su sitio y todos lo ven con claridad.
            Con mucha frecuencia nos encontramos que en esta misma etapa de nuestra existencia humana, todas las cosas vienen a ponerse en su sitio, pues es imposible mantener la oscuridad por siempre cuando el sol está en pleno día.
            Todos tenemos experiencia de vivir incongruencias que nos hacen saltar los nervios ante el absurdo que lucha por imponerse. Por más que queramos, es imposible tapar la luz del sol y mantener la oscuridad por siempre, a no ser que nos escondamos, pero aunque lo hagamos, el sol de la verdad seguirá luciendo.
            Un cristiano no puede mantener la postura de darle todo igual y pasar de todo, a la larga y a la corta no le queda más remedio que definirse y, o lo hace por Cristo, o contra Cristo.

Salmo responsorial Sal 33, 2‑3. 17‑18. 19 y 23 (R.: 7a)

R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. 

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
 mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.
R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. 

El Señor se enfrenta con los malhechores,
 para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R. 
R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
 no será castigado quien se acoge a él. R.
R. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. 
 

SEGUNDA LECTURA

 Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo     4, 6‑8. 16‑18
Ahora me aguarda la corona merecida

Querido hermano: 
Yo estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. 
He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. 
Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. 
La primera vez que me defendí, todos me abandonaron, y nadie me asistió. Que Dios los perdone. 
Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. 
El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. 
A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén. 
Palabra de Dios. 

REFLEXIÓN

LA MEJOR CARTA DE PRESENTACIÓN   
            S. Pablo tiene un momento de desahogo con Timoteo y le confiesa con toda sencillez su actitud en la vida, que es lo único que le reporta la felicidad y la tranquilidad: ha dado todo lo mejor que tiene, ha sido fiel en la medida de sus fuerzas a la palabra que dio; ha hecho todo lo que está a su alcance…
            Esta es la mayor gloria y tranquilidad de una persona: poder presentarse con sus manos limpias delante de Dios y con la tranquilidad de haber hecho todo lo que estaba en sus posibilidades para cumplir la misión que se le encomendó. Quien hace lo que se le pide y en ello pone todo lo mejor que tiene, ha realizado en plenitud el mayor de los proyectos de su vida.
            No obstante, Pablo no deja de reconocer la realidad y es que, a pesar de que él se encuentra tranquilo, a su alrededor hay mucha gente que no solo no ve ni valora lo que se hace, sino que se convierten en obstáculos para su camino.
            Esta es la realidad constante de la vida, no solo de Pablo, sino de todo cristiano; es la lucha que hay que librar con los elementos, no solo internos de cada uno, sino con los externos, que parecen confabularse todos para impedir que hagamos lo que debemos.

Aleluya 2 Co 5, 19
Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, y a nosotros nos ha confiado la palabra de la reconciliación.

EVANGELIO

Lectura del santo evangelio según san Lucas 18, 9‑14
El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no

            En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: 
            -“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 
            “¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.” 
            El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: 
            “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.” 
            Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” 
Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

EL GRAN PECADO DEL ORGULLO    
Si nos damos cuenta, la mayor parte de las parábolas que cuenta Jesús están en torno a la vida sencilla de la gente, de forma que de alguna manera es fácil sentirse identificados con ellas. Ésta, en cambio, que nos presenta la liturgia de hoy, no es el ambiente de la generalidad: se trata de un recaudador de impuestos y de un fariseo y el lugar donde se desarrolla la acción es en el templo.
Por otro lado, el elemento que se trata es el tema del impuesto; hay uno que se paga al emperador, pero hay otro que se paga al templo, de tal forma que no pagarlo es tanto como no sentirse del pueblo, como despreciar a Dios.
Sabemos cómo era el sistema de recaudación de los impuestos: algo que salía a subasta y se lo quedaba quien tenía dinero para respaldar; quien más dinero ofrecía se quedaba con el puesto y debía sacar, no solo para pagar al estado, sino para él y sus servidores, contando para este “robo legal” con la ayuda de la fuerza del estado; por eso, el pillaje era una práctica normal aceptada por la ley, es por lo que eran odiados por el pueblo y considerados pecadores públicos y traidores a la patria los cobradores de impuestos.
La parábola pone el otro extremo: el personaje fariseo, estricto cumplidor de la ley y orgulloso de sentirse de la casta de los “puros”.
En la oración, el fariseo se centra en sí mismo y se regodea de su bondad delante de Dios, a quien saca a relucir todo lo bueno que hace y de lo que se siente orgulloso, hasta el punto que, por ley, se siente con derechos delante de Dios a ser escuchado y hasta a despreciar a los demás: él ayuna, paga el diezmo y cumple ritualmente con las oraciones establecidas… y él no se mancha por su amistad con los despreciables pecadores, él no se considera ladrón, injusto ni pecador… Dios no tiene más remedio que escucharle y ponerse a sus órdenes.
El publicano, en cambio, se sabe despreciado por todos, reconoce su pecado, pide perdón y agradece a Dios que, siquiera lo escuche; él sabe que no merece nada, cualquier detalle que se le tenga es un regalo que se le hace y lo agradece porque él solo merece desprecio, por tanto, lo último que se le va a ocurrir es despreciar a nadie o convertirse en juez de alguien, solo pide clemencia para él
Y termina Jesús la parábola diciendo: “Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no” porque el que se tiene por “justo” desprecia a los demás y no reconoce que Dios le regala la salvación, él sostiene que se la merece. En cambio el pecador reconoce su pecado, sabe que no es merecedor de nada y, lo poco que se le haga lo agradece y lo acoge como un gran regalo que siente necesidad de agradecer.