DOMINGO XXIV DEL T.O. -A-

PRIMERA LECTURA 

Lectura del libro del Eclesiástico. Eclo 27, 33 – 28, 9
Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados

RENCOR e ira también son detestables,
el pecador los posee.
El vengativo sufrirá la venganza del Señor,
que llevará cuenta exacta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo
y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados.
Si un ser humano alimenta la ira contra otro,
¿cómo puede esperar la curación del Señor?
Si no se compadece de su semejante,
¿cómo pide perdón por sus propios pecados?
Si él, simple mortal, guarda rencor,
¿quién perdonará sus pecados?
Piensa en tu final y deja de odiar,
acuérdate de la corrupción y de la muerte
y sé fiel a los mandamientos.
Acuérdate de los mandamientos
y no guardes rencor a tu prójimo;
acuérdate de la alianza del Altísimo
y pasa por alto la ofensa.
Palabra de Dios. 

REFLEXIÓN

“ACUÉRDATE”…     
            Es bueno retomar la invitación que el sabio Ben Sirá hace al final del s. III a.C. “Acuérdate”: es conveniente no olvidar ciertos asuntos, ciertas lecciones y acontecimientos que nos va dando la vida en la historia que venimos recorriendo: el sabio invita al pueblo a que recuerde siempre cuál es su fin  sobre la tierra y el sentido de su existencia; esto es lo más importante y lo que no debe cambiar por nada; de la misma manera ha de tener bien presente que la corrupción, el abandono de la justicia y del respeto a Dios lo ha llevado siempre al desastre y a la muerte.
            La invitación sigue teniendo hoy para nosotros la misma fuerza: “recuerda” los errores cometidos a través de la historia para que no vuelvas a caer en ellos y llegues al caos y al desastre; “acuérdate” que la corrupción de antaño llevó al país y al mundo a grandes guerras y a la muerte; “Acuérdate” que la destrucción del orden, de la moral, de los principios y valores fundamentales llevan consigo la violencia, el atropello y la infelicidad.
            Por otro lado, olvidar esos principios, rompe por completo lo que es el sentido común: el que guarda el odio y el rencor y no perdona a su prójimo, no puede esperar otra cosa para sí y, sobre todo, ¿Con qué cara puede pedir un perdón que él no da? Cada uno recoge lo que siembra, pues nosotros mismos vamos poniendo las reglas de juego en el que queremos movernos.

Salmo responsorial
Sal 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12 (R.: 8)

R/.   El Señor es compasivo y misericordioso,
        lento a la ira y rico en clemencia.
 
      V/.   Bendice, alma mía, al Señor,
                y todo mi ser a su santo nombre.
                Bendice, alma mía, al Señor,
                y no olvides sus beneficios.   
R/.
R/.   El Señor es compasivo y misericordioso,
        lento a la ira y rico en clemencia.

         V/.   Él perdona todas tus culpas
                y cura todas tus enfermedades;
                él rescata tu vida de la fosa,
                y te colma de gracia y de ternura.   
R/.
R/.   El Señor es compasivo y misericordioso,
        lento a la ira y rico en clemencia.
 

        V/.   No está siempre acusando
                ni guarda rencor perpetuo;
                no nos trata como merecen nuestros pecados
                ni nos paga según nuestra culpa.   
R/.
R/.   El Señor es compasivo y misericordioso,
        lento a la ira y rico en clemencia.

        V/.   Como se levanta el cielo sobre la tierra,
                se levanta su bondad sobre los que lo temen;
                como dista el oriente del ocaso,
                así aleja de nosotros nuestros delitos.   
R/.
R/.   El Señor es compasivo y misericordioso,
        lento a la ira y rico en clemencia.


SEGUNDA LECTURA 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos. Rom 14, 7-9
Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor

HERMANOS:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos.
Palabra de Dios. 

REFLEXIÓN

EL RESPETO BASE DEL ENTENDIMIENTO    

            Siguiendo la coherencia marcada en la reflexión, Pablo continúa en la misma línea que viene sosteniendo: Dios ha optado inquebrantablemente por nosotros; Él no retira ni cambia su decisión: todo lo que hace es para beneficio nuestro…
            La respuesta coherente es devolver la misma moneda, por tanto, nuestra vida no tiene sentido si no es en función de Dios: “Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor… en la vida y en la muerte somos de Dios”
            De esta forma, Pablo sale al paso del problema que está viviendo la comunidad, en la que se han montado una especie de bandos, en los que unos se consideran los “débiles” que son los que no han sido capaces de superar la fuerza de la ley que les prohíbe comer carne y se consideran vegetarianos y otros, los “fuertes”, que son los que se sienten liberados y comen de todo sin ningún problema, sin importarles los días de abstinencia (algo parecido a lo que ocurre hoy entre nosotros con la ley del ayuno y la abstinencia en la cuaresma).
            Entre ambos grupos, ha surgido una fuerte discusión y ambos se acusan de lo mismo, exactamente igual que ocurre hoy entre nosotros, entre los “progres” y los “retros”. La solución es la misma que Pablo presenta: respeto a la conciencia de cada uno y dejar que cada uno responda al Señor de la manera que mejor se sienta, crea y pueda. 

Aleluya
Jn 13, 34
R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.
V/.   Os doy un mandamiento nuevo —dice el Señor—:
        que os améis unos a otros, como yo os he amado.   
R/.

EVANGELIO
Lectura del santo Evangelio según san Mateo. Mt 18, 21-35
No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete

    EN aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
    «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
    Jesús le contesta:
    «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
    “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
    Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
    Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
    “Págame lo que me debes”.
    El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
    “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
    Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
    Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
    Entonces el señor lo llamó y le dijo:
    “¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
    Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
    Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
    Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

LA GRANDEZA DEL PERDÓN        

            Independientemente de toda la carga de dolor, de decepción, de atropello, de humillación que lleva siempre consigo la agresión o el daño realizado al otro, la venganza como respuesta no supone más que una descarga de adrenalina que alimenta el odio, el resentimiento y la cerrazón del corazón, llevándonos a vivir en la tristeza y en la amargura y al mismo tiempo generando otra respuesta de venganza.
            Ante esta experiencia de dolor y de amargura, es inevitable hacerse la pregunta: ¿Cómo sería un mundo donde no existiera el perdón y se estableciera el ojo por ojo y diente por diente? Al final llegaríamos a concluir que el mundo sería de los violentos y se establecería como norma la ley de la selva, donde permanecería siempre el más fuerte sin posibilidad alguna de vivir para los débiles y viviríamos imitando siempre a los violentos, a los criminales. Pero si nos damos cuenta, esto es, precisamente, lo que nos piden los instintos naturales que llevamos dentro.
            Si nos dejamos llevar por el odio, el rencor, el resentimiento como fuerza natural que nos arrastra, nos quedaríamos incapacitados para mirar al futuro con esperanza, para mirar la vida con alegría… pues la humanidad sería una especie de ser herido de muerte que solo busca satisfacer el rencor que lo inunda, sin otro objetivo que la revancha para calmar la herida que se ha recibido.
            Pero esto es una equivocación fatal, pues las heridas no se curan reavivándolas, sino perdonando; el resentimiento y la venganza no poseen un poder mágico que cure, únicamente provocan una sensación de satisfacción en un momento para caer en vacío mayor a continuación: alguien decía: ¿quieres ser feliz un momento? ¡Véngate! ¿Quieres ser feliz siempre? ¡Perdona!” (Henri Lacordaire)
            El proceso del perdón a quien más bien hace es al ofendido, como dirá genialmente J. A. Pagola: “El perdón libera del mal, hace crecer en dignidad y nobleza y da fuerzas para iniciar nuevos proyectos en la vida”.
            Es por esta razón por la que Jesús invita a optar por el camino más sano, noble, eficaz y grande: “: "No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.