DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos.

Del evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas». Palabra del Señor.
    Después de sentirnos invitados al seguimiento de Cristo, como a Pedro el domingo pasado. Hoy nos invita a recorrer este camino pero de qué manera.
    Nos encontramos con las Bienaventuranzas proclamas por Jesús en el llano, un camino de vida que nos ofrece Cristo para llegar hasta a Él. ¿Cómo podemos entenderlas? Si tenemos en cuenta la primera lectura de este domingo nos invita a entenderlas desde la confianza, "bendito el que pone toda su confianza en el Señor". Desde lo humano no encontramos sentido alguno a ellas, pues a lo que nos invita vivir, es lo contrario a lo que nos ofrece el mundo.
    Si lo hacemos desde la esperanza del Resucitado como nos dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, nuestro caminar según las Bienaventuranzas se convierten en caminos de pobreza, humildad, compasión, ternura, ayudados por todos los dones que el Espíritu nos otorga para vivir este camino que nos ofrece Cristo para ir a su encuentro.
    Estemos atentos a los signos que Él nos da para que podamos adentrarnos en su amor,  sentirnos bienaventurados, felices, porque Él va delante de nosotros para guiarnos y darnos los dones necesarios para llegar al Reino de los cielos.

V DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

Dejándolo todo, lo siguieron.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Palara del Señor.
    En este domingo, el evangelio nos presenta la llamada  de los primeros discípulos, en particular de Simón Pedro. Esta historia nos invita a descubrir varios aspectos importantes de nuestra vida de fe.

    Simón Pedro y sus compañeros han estado pescando toda la noche sin éxito. Sin embargo, cuando Jesús les dice que echen las redes nuevamente, a pesar de su escepticismo inicial, obedecen y obtienen una pesca abundante. Esta parte de la historia nos recuerda que, a veces, nuestras propias fuerzas y esfuerzos pueden no ser suficientes. Nos invita a confiar en la guía de Jesús, incluso cuando las circunstancias parecen desfavorables. La fe puede llevarnos a resultados sorprendentes.

    Al ver el milagro de la pesca, Simón Pedro se siente abrumado y reconoce su propia situación de pecador, diciendo: "Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador". Este momento de humildad es crucial. Nos enseña que, al acercarnos a Dios, debemos reconocer nuestras limitaciones y debilidades. La humildad es el primer paso para abrir nuestro corazón a la transformación que Dios desea realizar en nosotros.

    Después de este encuentro, Jesús llama a Pedro y a los demás a ser "pescadores de hombres". Este es un momento decisivo en sus vidas. La invitación de Jesús no solo es a seguirlo, sino a participar activamente en su misión. Cada uno de nosotros también está llamado a ser un discípulo y a compartir el amor de Dios con los demás. Reflexionemos sobre cómo podemos responder a esta llamada en nuestra vida diaria.

    La historia también destaca la importancia de la comunidad. Pedro no está solo; está con sus compañeros pescadores. Juntos, experimentan el milagro y son llamados a la misión. En nuestra vida de fe, es fundamental recordar que no estamos solos. La comunidad de la iglesia nos apoya y nos anima en nuestro camino espiritual.

    Finalmente, nos encontramos con la respuesta de Pedro y los demás es dejar todo y seguir a Jesús. Este acto de dejar atrás lo conocido para abrazar lo nuevo es un símbolo de la transformación que Dios puede realizar en nuestras vidas. Nos invita a reflexionar sobre qué cosas necesitamos dejar atrás para seguir más de cerca a Jesús y cumplir con nuestra misión.

DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO

 

Mis ojos han visto a tu Salvador.

Del evangelio según san Lucas.
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma-, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él. Palabra del Señor.
    Este Misterio de la Presentación nos recuerda la importancia de la obediencia y el cumplimiento de las tradiciones judías para ese pueblo. Al llevar a Jesús al templo, María y José no solo cumplen con la ley, sino que también reconocen la grandeza de la misión de Jesús. Esto nos invita a reflexionar sobre como honramos nuestras propias tradiciones y cómo estas nos pueden guiar en nuestro camino espiritual. 
    Otro aspecto significativo es el encuentro con Simeón y Ana. Simeón, un hombre justo y piadoso, había esperado toda su vida para ver al Mesías. Su alegría al reconocer a Jesús como la luz que iluminaría a las naciones nos recuerda la importancia de la esperanza y la paciencia en nuestra vida de fe. Ana, por su parte, representa la perseverancia en la oración y la devoción. Ambos personajes nos inspiran a mantener viva nuestra fe, incluso en tiempos de espera y incertidumbre.
    Además, la presentación de Jesús en el templo simboliza la revelación de Dios al mundo. Jesús es presentado como la luz que viene a iluminar a todos, lo que nos invita a reflexionar sobre cómo podemos ser luz en la vida de los demás. ¿Cómo podemos compartir el amor y la esperanza que encontramos en nuestra fe con quienes nos rodean?

    Este acontecimiento nos recuerda la importancia de la comunidad. La presentación de Jesús no solo es un acto familiar, sino que también se lleva a cabo en el contexto de la comunidad del templo. Esto nos enseña que nuestra fe se vive en relación con los demás, y que el apoyo mutuo es fundamental en nuestro camino espiritual. La obediencia, la esperanza, la luz que llevamos dentro y la importancia de la comunidad en nuestra vida de fe. Nos invita a abrir nuestros corazones y a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean.