DOMINGO XXIII TIEMPO ORDINARIO -A-





Lectura del profeta Ezequiel 33,7‑9
 Si no hablas al malvado, te pediré cuenta de su sangre
Así dice el Señor: "A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabra de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al malvado: "¡Malvado, eres reo de muerte!", y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado la vida."
Palabra de Dios

REFLEXIÓN

“NO QUIERO SER CÓMPLICE DE MUERTE”

         El pueblo ha cometido sus errores y le ha costado la destrucción y la caída en manos de Nabucodonosor. En esta situación de hundimiento, el profeta Exequiel levanta la voz invitando a  la esperanza y anunciando un nuevo movimiento de restauración nacional, pero esta vez Dios va a utilizar una nueva estrategia: lo ha colocado como vigía (atalaya) para que otee el horizonte, observe los signos que se van dando de muerte y destrucción o de vida y se los comunique al pueblo para que cambie de conducta y de esa manera cada uno se va a convertir en responsable de su propio destino, pero él tendrá que decírselo, porque de lo contrario, sobre él caerá la culpa de la sangre del otro, es decir, cada uno se convertirá en cuidador de su hermano.
            La salvación o la perdición se convierten en asunto de todos y no es cuestión privada, aunque eso tampoco exime a cada uno de su culpa, pero se le pedirán cuentas a aquellos que pudieron advertir y no lo hicieron.
            Ante esta situación resuenan en mis oídos las palabras que le escuché a un joven decir a su padre: “¡Déjame en paz, no te metas en mi vida!” o la expresión contraria que constantemente escuchamos decir a muchos padres con respecto a sus hijos: “Ya es mayor, yo no puedo meterme en su vida”, o también: “Tengo que respetar su conciencia y no puedo decirle nada…”.
            Ambas expresiones, por una y otra parte son un grave error, pues el padre no puede dejar que su hijo se estrelle, por mucho que le pida que lo deje en paz, aunque el hijo decida estrellarse y lo haga, pero el padre con su dejación se convierte en cómplice.
            La otra postura es una dejación total de la obligación que un padre, una madre, un amigo… o quien sea,  tiene de ser “vigía”, anunciador del peligro para evitarlo, aunque el otro no quiera escucharlo y me insulte por meterme en su vida: “si tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre”.
            Y la última consideración que me planteo es la siguiente: ¿qué ocurrirá cuando el mismo malvado me invita a hacer el mal y no solo no le advierto del peligro, sino que me uno a él, sabiendo que eso puede traer unas consecuencias tremendas no solo para  los dos, sino para mucha gente?
            Es en este sentido en el que me planteo siempre la misma cuestión: ¿Qué juicio hará de nosotros la próxima generación cuando vea la complicidad que hemos tenido todos en destruir  la vida y establecer la muerte como sistema?
            La pregunta no puede quedar en el aire sin solución, porque la tiene: yo no me  callaré, también escucharé. Pero no me quiero hacer cómplice de la muerte de nada ni de nadie.


Salmo responsorial: 94

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón."
Venid, aclamemos al Señor, /
demos vítores a la Roca que nos salva; /
entremos a su presencia dándole gracias, /
aclamándolo con cantos. R.
Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón."
Entrad, postrémonos por tierra, /
bendiciendo al Señor, creador nuestro. /
Porque él es nuestro Dios, /
y nosotros su pueblo, /
el rebaño que él guía. R.
Ojala escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón."
Ojala escuchéis hoy su voz: /
"No endurezcáis el corazón como en Meribá, /
como el día de Masá en el desierto; /
cuando vuestros padres me pusieron a prueba /
y me tentaron, aunque habían visto mis obras." R.
Ojala escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón."


Lectura de la carta del apóstol S. Pablo a los Romanos 13,8‑10
Amar es cumplir la ley entera
 
Hermanos: A nadie le debáis nada, más que amor; porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley. De hecho, el "no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás" y los demás mandamientos que haya, se resumen es esta frase: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera.
Palabra de Dios


REFLEXIÓN

¿SE PUEDE TOLERAR EL MAL?
            Ya en la carta a los Corintios  capítulo 13 Pablo ha hecho una descripción maravillosa del AMOR con todas las notas que lo distinguen; ahora pasa de la teoría a la práctica, podríamos decir que es la segunda parte del himno al Amor, o la conclusión para la vida práctica, de todo aquello que expuso en la carta a los Corintios.
            El amor ha sido el mandato único que Cristo ha dejado a los suyos, es la nota distintiva de todo cristiano, como el carnet de identidad. Para Pablo es como una deuda que contraemos el día de nuestro bautismo y que durante toda nuestra vida tenemos que ir pagando: fuimos liberados por puro amor y tenemos que devolver el mismo amor que hemos recibido.
            Aquí pueden entrar en conflicto dos  conceptos que hoy están muy de moda: el amor y la tolerancia. La pregunta que puede saltar a escena es la siguiente: una persona que ama ¿podrá tolerar el mal  y el daño que supone a un ser querido? O dicho de otra forma: ¿Es tolerable el mal?
            Quizás un ejemplo lo pueda aclarar: el padre piensa que el hijo debe probar muchas cosas para que “sepa” de lo que va todo y pueda tener una experiencia  personal de la vida, para que después él pueda ejercer su libertad… y le “tolera” que tome sus pequeñas dosis de droga, de alcohol, que haga sus pequeños hurtos, que diga sus mentiras y experimente otras cosas… ¿Será eso tolerancia? ¿Será eso ayudar a crecer en la libertad? ¿Será eso amar y respetar a una persona?
            Frente a esta forma de actuar y concebir la libertad y la vida, me suenan como en un eco las palabras de  Jesús: “¡Ay de aquel que escandalice (confunda) a uno de estos pequeños, más le valdría que le cuelguen una piedra de molino y lo arrojen al mar!”

Lectura del santo evangelio según S. Mateo  18,15‑20
Si te hace caso, has salvado a tu hermano
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."
Palabra del Señor


REFLEXIÓN

¿PIRÓMANOS O BOMBEROS?
         Jesús se hace eco de la palabra de Ezequiel: la salvación o la condenación de mi hermano dependerá mucho de la actitud de amor que yo tenga hacia él y ese amor que a mí me distingue, no me puede dejar indiferente ante el hundimiento de mi hermano.
            Una forma de llevar a la práctica el mandato del amor que nos dejó y que expone S. Pablo en la 2ª lectura, es la forma de llevar a cabo la corrección fraterna.
            El texto que nos presenta la liturgia, es la continuación del discurso sobre la fraternidad, en donde Jesús expone su gran preocupación por los débiles, por los pequeños, por aquellos que no tienen fuerzas para caminar y necesitan de la ayuda de los otros, por los que se vienen abajo con gran facilidad, por eso, Jesús pide que todos se sientan solidarios con ellos, no para condenar, sino para ayudarles a salir adelante y fortalecerlos.
            El tema no es fácil y Jesús lo sabe, por eso podemos ver que en la misma forma de exponerlo hay un tono imperativo: “ve”, “repréndelo”, “llama a otro”… No son invitaciones, sino mandatos. No es algo fácil que sale con naturalidad, hay que hacerse violencia para llegar al otro, pero es que nos estamos jugando su vida.
Y Jesús propone una metodología o un camino de acercamiento, de cariño, de respeto… “acércate y hazle ver su equivocación…” Si se empecina, llévate un testigo, y si no os hace caso, decídselo a la comunidad y si no hace caso a la comunidad… quiere decir que él mismo se ha excluido: “considéralo como un gentil o un publicano”. El individuo rompe la comunión con la comunidad.
Ahora bien, frente a esa forma de llevar a la practica el mandamiento del amor, no nos queda más remedio que examinarnos para ver si es precisamente esa la formula que utilizamos, o si por el contrario el recorrido que hacemos es justamente todo lo contrario: cuando veo que el hermano está cometiendo un error, voy y se lo cuento al vecino, éste va y se lo cuenta aumentado a su otro vecino y éste otro hace lo mismo… al final, cuando el interesado se entera, de lo que inicialmente era una chispa, cuando el chisme llega a él es porque ya se ha levantado un incendio, de ahí que Jesús comparara al chismoso con un criminal  y dijera que el que así actúa merece el fuego eterno.