DOMINGO -III- DE ADVIENTO -B-

PRIMERA LECTURA

 Lectura del Profeta Isaías     Is.  61, 1‑2a. 10‑11.
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado
para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para proclamar el año de gracia del Señor.
Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un
traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas.
Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos.
Palabra de Dios

REFLEXIÓN

“DEJACIÓN DE OBLIGACIONES”    

                Este tercer domingo de Adviento se abre con un texto clásico: Is. 61,1-2: es el texto central del llamado “Tercer Isaías”, pero es también el texto referente para S. Lucas (14, 16). La centralidad que tiene es precisamente por establecer  expresamente el objetivo  de la acción de Dios que quiere realizar a través del profeta o a través de Jesús: tanto el AT. Como el NT. Se centran en el mismo objetivo: los hijos y hermanos que sufren la injusticia.
                Y esto tiene una explicación muy sencilla: si venimos diciendo y a cada momento aparece Dios como PADRE misericordioso, sería un contrasentido que se haga el sordo o el ciego a la injusticia que aplasta a unos hijos y a otros los deja que se conviertan en aplastadores de sus hermanos, esto repugna a la imagen de Dios y a  su naturaleza. Por tanto, si esta realidad existe y es algo patente,  la acción de Dios, fundamentalmente ha de estar dirigida a romper esta incongruencia, pues en ella se ventila su credibilidad.
                En esta acción del Padre y del Hijo se emplea de la misma manera el Espíritu Santo que será el que impulsa al profeta y al mismo Cristo y a todos los creyentes a no quedarse insensibles ante la injusticia y para percibir al pobre y al atropellado como el objetivo de su acción y su definición  expresa con los más abandonados.
         La proclamación que hace Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad” no es sino una declaración del compromiso que el Espíritu de ponerse al lado de las víctimas de la historia. Por eso mismo serán estas víctimas las que más anhelarán la venida del reino de los cielos.
         El texto no nos puede dejar insensibles y ha de llevarnos a una fuerte revisión de nuestra postura de huida hacia el espiritualismo y a la falta de compromiso con la construcción de la justicia en el mundo, abandonando la obligación que tenemos de establecer la justicia y la verdad en el mundo en que vivimos.
               
 Salmo responsorial     Lc. 1, 46‑48. 49‑50. 53‑54
V/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
V/. Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
V/. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mi:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.
V/. A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel su siervo,
acordándose de la misericordia.
R/. Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador.

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses     5,  16‑24.
Hermanos: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. En toda ocasión tened la Acción de Gracias: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.
No apaguéis el espíritu, no despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo,
quedándoos con lo bueno.
Guardaos de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la paz os consagre
totalmente, y que todo vuestro ser, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la Parusía de nuestro Señor Jesucristo.
El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Palabra de Dios


REFLEXIÓN
 “NO APAGAR EL ESPÍRITU”    
Si en la primera lectura de Isaías veíamos cómo el Espíritu de Dios se compromete con la historia del hombre para no dejarlo en manos del mal, en este pasaje de la carta a los Tesalonicenses que nos trae la liturgia, Pablo invita a la comunidad a no perder ese mismo espíritu: “No apaguéis el espíritu” y en especial les pide que no pierdan el don que el Señor les ha dado de ser “Profetas”: “no despreciéis el don de profecía” y en consecuencia, den testimonio de la verdad en todo momento.  Este don de  profecía es justamente la capacidad de descubrir la injusticia y denunciarla; es la capacidad de descubrir al atropellado y ponernos a su lado.
Es lamentable ver cómo hemos reducido todo el mensaje y lo hemos vaciado  de contenido y cómo hemos ido arrinconando ciertas actitudes que deberían ser las que nos identifiquen y nos hemos quedado con cuatro ritos que hacemos como gestos sociales des conectados completamente de la fe en Jesús y, hemos renunciado a un compromiso con los débiles y a favor de la justicia para quedarnos recluidos en un rincón al calor de una liturgia “caliente” y ritualista que no nos compromete con nada ni con nadie y que nos reduce a una relación individualista con Dios separados y, hasta en contra de nuestros hermanos. Es el “neoprotestantismo” que invade la iglesia como una de las expresiones de esta nueva religión (NA) que impuso el sistema en que vivimos y que inundó la iglesia y se metió en ella asfixiando la fraternidad y la solidaridad que son las expresiones más genuinas del AMOR que Cristo nos dejó como único mandato.

Aleluya     Is. 61, 1

Aleluya, aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre mí,
me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.
Aleluya.

Lectura del santo Evangelio según San Juan     1, 6‑8. 19‑28.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran:
— ¿Tú quién eres?
El confesó sin reservas:
—Yo no soy el Mesías.
Le preguntaron:
—Entonces ¿qué? ¿Eres tú Elías?
Él dijo:
—No lo soy.
— ¿Eres tú el Profeta?
Respondió:
—No.
Y le dijeron:
— ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?
Él contestó:
—Yo soy «la voz que grita en el desierto: Allanad el camino del Señor» (como dijo el Profeta Isaías).
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron:
—Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió:
—Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Palabra del Señor


REFLEXIÓN


CONSTATACIONES 
            Podemos darnos cuenta cómo en todas las organizaciones, aunque el fin en teoría  sea otro, en la práctica muchas de ellas  se reducen a establecer un reglamento, guardar un orden establecido y con ello se conforman. Para hacer esto existe una persona que ordena y manda y al resto no le queda otra alternativa que tragar, aguantar someterse a lo establecido y tirar adelante.
            Lo vemos reflejado en la embajada que se presenta ante Juan: él no es más que  un “Testigo” y su misión es dar testimonio: como su predicación ha empezado a calar en el pueblo, inmediatamente es interrogado por la autoridad religiosa, que no puede aceptar que se rompan las normas y que, por otro lado, son demasiados los intereses políticos que tiene y no puede dejar que las cosas se le escapen de las manos y pierdan el control de la situación, por eso van e interrogan a Juan:
                        .Lo primero que temen es que sea el “Mesías”, pues como lo conciben como Rey temporal, ellos se vendrían abajo.
                        Preguntan si es Elías o Moisés, pues en Israel son dos figuras bíblicas cuya aparición se espera de un momento a otro.
            Cuando ven que no es nada de esto, se quedan tranquilos y entonces le preguntan por su misión y por su autoridad para hacer lo que está haciendo.
            Ante esta embajada oficial Juan da testimonio y después lo dará ante sus discípulos.
            Esta forma de hacer de la autoridad judía no es la que Cristo quiso para la comunidad cristiana y si alguien se cree en ella con la primacía del Espíritu, debe revisar su postura, puesto que el Espíritu no es propiedad exclusiva de nadie.
            Cristo se quedó con nosotros vivificándonos y dándonos fuerza por medio de su Espíritu: (Mt. 10,17-20; Jn. 14,16; 16,12-15; 15,26; 20,22; Lc. 24,49)
            En cada uno de nosotros actúa y se manifiesta como quiere, pues además, como miembros de un mismo cuerpo, cada uno desempeñamos nuestra función.
            De ahí que S. Pablo dé tanta importancia a la manifestación del Espíritu y se oponga a que queramos  extinguirlo o a que despreciemos las profecías; es más,  para que nadie se crea sabio, dice que lo que se diga sea examinado por la comunidad y se queden con lo bueno.
            Todo el que no tenga esta actitud de escucha, de atención y de respeto a los demás, está fuera de tiesto, pues lo único que intenta hacer  es “su” obra y no la de Dios a quien ha sustituido.
            El anverso de esta postura lo vemos perfectamente reflejado en la figura de Juan Bautista: tuvo la posibilidad de dárselas de superdotado en espíritu, puesto que lo confundían con el mismo Mesías, con Elías e incluso con el mismo Moisés, que son las tres figuras más grandes para el pueblo de Israel y, sin embargo, no tiene dificultad alguna en confesar su simplicidad y su pobreza; y, más aún, da testimonio de otro que es superior a él, que está en medio de ellos y al que –dice- “No es digno de desatar ni la correa de su sandalia”.
En nuestra realidad, muchos de nosotros, quizás no hubiéramos resistido la tentación de habernos levantado como rivales del mismo Cristo estando en su puesto, ya que lo tenía todo a su favor..
            Sin embargo, en la postura de Juan no hay rodeos: él es un hombre sencillo, fiel a Dios y a sí mismo, que reconoce sus limitaciones y se mantiene en su lugar y en la verdad; por eso precisamente su testimonio es reconocido y alabado por el mismo Cristo.
            Esta es la postura del verdadero cristiano, con la que se puede afianzar una relación dl verdadero hijo de Dios: porque vive de cara a su Padre, con quien podrá darse una relación de AMISTAD, de ORACIÓN  y de ACCIÓN DE GRACIAS, que son las tres cualidades que S. Pablo pone como base de una auténtica vida cristiana y que tienen su culmen en la Eucaristía, donde toda la comunidad se reúne para participar hasta de una forma sensible de la misma vida que nos informa: Cristo hecho alimento y fuerza de la comunidad y de cada uno..