PRIMERA LECTURA
Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la
sed de mi pueblo
Así
dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa
con sus valientes; caían para no
levantarse, se apagaron como mecha que se extingue.
«No
recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está
brotando, ¿no lo notáis?
Abriré
un camino por el desierto, ríos en el yermo.
Me
glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en
el yermo, para apagar la sed de mi
pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi
alabanza.»
Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
“NO OS QUEDÉIS QUEJÁNDOOS”
Con
frecuencia escuchamos a gente que nos dice: “Yo ya no creo en nada ni en nadie”
y, no solo lo escuchamos, sino que hasta lo confesamos, pues cuando nos
detenemos a pensar, nos damos cuenta que también lo sentimos nosotros.
Esta
situación es siempre el resultado de una cabeza que se corrompe y un cuerpo
social que se desintegra. En el pueblo de Israel ocurrió lo mismo.
Hoy
nos presenta la liturgia el texto de Isaías en el que un discípulo del profeta
que llamamos el “Segundo Isaías”, y que ha vivido la experiencia del destierro,
(algo parecido a la intervención de un país, pero con mucha más fuerza) y ha
podido ver cómo el pueblo se acaba, ha perdido su autonomía, su ilusión, su
esperanza… y todos se convierten en enemigos de todos, sin darse cuenta que es
la última trampa en la que se debe caer, pues nos quitan la capacidad de
reaccionar contra los que nos atropellan y nos revolvemos vengándonos con quien
menos culpa tiene, que son los que sufren el atropello a nuestro lado..
Cuando
se encuentra con esta situación y ve que no hay nada a dónde echar mano, para
formular un mínimo de esperanza,
entonces se remonta a la historia, a la experiencia del Éxodo, para
recordarles que aquello fue mucho peor que lo que ahora viven y, sin embargo,
Dios los sacó de allí; por tanto, no pueden dar por perdida la batalla,
pensando que es imposible levantarse, es cuestión de que se dispongan a
cambiar, pues Dios está dispuesto a repetir de nuevo la liberación.
El
profeta invita al pueblo a dejar de pensar en lo pasado y que abran los ojos a
la nueva realidad que se avecina: esa realidad que todos están deseando: se
están abriendo nuevos caminos en el desierto, nuevos senderos en la estepa…
Todo el cosmos está comprometido en esta nueva restauración, que llegará con
Cristo y el nuevo pueblo será el que proclame la alabanza de Dios.
Efectivamente,
todo aquello culminó con la venida de Cristo, que abrió los caminos, aclaró el
horizonte y, el nuevo pueblo que es la iglesia se estableció… Pero, ¿Qué
caminos marca hoy la iglesia? ¿Qué signos de esperanza muestra? ¿Qué luz
proyecta a la realidad que vivimos? Es muy posible que, en lugar de abrir los
ojos y darnos cuenta de la realidad que vivimos, aunemos esfuerzos y cambiemos,
caigamos en la trampa fatal de revolvernos contra nosotros mismos y, la única
fuerza que tenemos que somos nosotros mismos, cambiando de forma de pensar y de
vivir, la destruyamos y nos convirtamos en enemigos los unos de los otros, con
lo que quedamos a merced de los depredadores.
Salmo responsorial Sal 125, 1‑2ab. 2cd‑3.
4‑5. 6 (R.: 3)
R. El Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres.
Cuando
el Señor cambió la suerte de Sión,
nos
parecía soñar:
la
boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.
R. El
Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
Hasta
los gentiles decían:
"El
Señor ha estado grande con ellos."
El
Señor ha estado grande con nosotros,
y
estamos alegres. R.
R. El Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres.
Que
el Señor cambie nuestra suerte,
como
los torrentes del Negueb.
Los
que sembraban con lágrimas
cosechan
entre cantares. R.
R. El Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres.
Al
ir, iba llorando,
llevando
la semilla;
al
volver, vuelve cantando,
trayendo
sus gavillas. R.
R. El Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Filipenses 3, 8‑14
Por Cristo lo perdí todo, muriendo su
misma muerte
Hermanos:
Todo
lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús,
mi Señor.
Por
él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir
en él, no con una justicia mía, la de la
Ley , sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia
que viene de Dios y se apoya en la fe.
Para
conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus
padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección
de entre los muertos.
No
es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo
corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.
Hermanos,
yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo
que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la
meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo
Jesús.
Palabra de Dios.
“EL REINO DE CRISTO, ÚNICA META DEL
HOMBRE”
S.
Pablo hace una confesión pública de su situación y su cambio de perspectivas:
si tenemos un destino que es irreversible y es lo único que tiene consistencia
de definitivo para el hombre, es una
estupidez perder el tiempo en aquello que nos puede desviar y, hasta hacer
perder lo que es nuestra meta
definitiva.
Él
ha tenido un pasado glorioso dentro del
judaísmo: ha vivido como un perfecto judío, observante de la ley, hasta que encontró a Cristo, que es
quien llena y completa el sentido de la vida; la ley da respuesta al momento
inmediato y te mantiene tranquilo acomodándote a la situación que vives, pero
todo eso es temporal y pasajero, soluciona el momento presente, pero no tiene
más horizonte de futuro.
Sin
embargo, Cristo ha dado sentido al presente, al pasado y al futuro: la vida no
tiene otro sentido más que aquello que es definitivo: venimos de Dios y aquí
estamos esperando el momento de volvernos a Él; mientras tanto, el único
sentido que tiene todo, es ir caminando en dirección a Él, puesto que todo se
concluye en Él.
La
vida es como una carrera cuya meta es
Cristo, sería absurdo desviarse del camino que nos lleva a Él. Pablo ha
comprendido esto y está dispuesto a correr esa carrera, en ella se juega el
sentido de su existencia.
El
no piensa en la perfección, como antes le ocurría y se esforzaba, eso es
secundario; además, sabe que eso no es cosa suya, sino que ese regalo solo lo
hace Dios; a él, lo único que le interesa es llegar a la meta que Dios le ha
establecido y, por tanto, no pierde el tiempo, ni en lo que queda atrás ni en
lo que le puede distraer del camino, ni en lo que aún le queda por recorrer, pues
nada de eso le lleva a ningún sitio, solo le puede hacer perder la ilusión, la
fuerza y el sentido de lo que hace.
Pablo
se ha encontrado con Cristo, que es su
salvador y su sentido último de todo y no le interesa ni le fascina ninguna
otra cosa de este mundo; su única meta está en llegar a Cristo, hacer presente
su reino, el resto ya vendrá por añadidura.
Versículo antes del evangelio Jl 2, 12‑13
Ahora
-oráculo del Señor-
convertíos a mí de todo corazón,
porque soy compasivo y
misericordioso.
EVANGELIOLectura del santo evangelio según san Juan 8, 1‑11
El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra
En
aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer
se
presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose,
les enseñaba.
Los
escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y,
colocándola en medio, le dijeron:
-“Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
La
ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?”
Le
preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero
Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como
insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
. “El
que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.”
E
inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.
Y
quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante.
Jesús
se incorporó y le preguntó: -“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te
ha condenado?”
Ella
contestó:
-“Ninguno,
Señor.”
Jesús
dijo:
-“Tampoco
yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.”
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
“LA PERSONA COMO VALOR ABSOLUTO”
La
presencia de Jesús les resulta molesta, pues pone en evidencia la falsedad y el
vacío de sus vidas, puestas al servicio
del cumplimiento externo de una ley que, interiormente los deja fríos y
muertos, ya que no es el amor, ni el respeto a la persona, ni la justicia lo
que la mueve, sino el cumplimiento frío y seco de una letra muerta.
La
escena que nos presenta el evangelio de hoy es fortísima, el problema es serio
y comprometido: la ley de Moisés mandaba
que a la mujer que se la sorprendiese en
adulterio fuera apedreada; después llegan los romanos y, el Cesar retira la
autorización a las autoridades judías a imponer la pena de muerte a nadie, ese
poder es prerrogativa del imperio, que es el que determina quién merece vivir o
morir de acuerdo a sus intereses.
Jesús ha pasado la noche en oración en el monte de los
olivos y, al amanecer, se ha ido al templo a hablar con la gente que se acerca
por allí; se sienta con un grupo y está hablándoles del Reino de Dios y, de
repente, llegan un grupo de escribas y fariseos con una mujer que han
sorprendido en adulterio y le presentan la coartada perfecta: “esta mujer ha
sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a
las adúlteras; tú, ¿qué dices?
Si
contesta que la condenen, lo acusan ante los romanos de no acatar las leyes que
han puesto, si contesta que no es lícito
apedrearla, está declarándose en contra de lo que manda Moisés…
Le
ponen la mujer allí en medio para que decida. Él ha estado hablando del amor,
del respeto, de la misericordia de Dios, de la justicia, de la acogida… Ahora se le interpone la ley. como queriendo
echar abajo todo lo que ha venido diciendo. Jesús lo tiene muy claro: se coloca
al lado de la mujer frente a todos los mirones y los servidores de la ley que
lo rodean. Para Jesús la persona está por encima de la ley y hasta del mismo pecado.
A la mujer no le aprueba lo que ha hecho. ni tampoco aprueba a los que la
juzgan por lo que están haciendo.
Sobre el pecado y sobre la misma
ley establece el perdón y la misericordia, que es lo que salva a la persona.