DOMINGO DE RAMOS -A-

EVANGELIO    Para la procesión de las palmas. 

+  Lectura del santo Evangelio según San Marcos 11, 1‑10.

Se acercaban a Jerusalén, por Betfagé y Betania, junto al Monte de los Olivos, y Jesús mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:
—Id a la aldea de enfrente, y en cuanto entréis, encontraréis un borrico atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta por qué lo hacéis, contestadle: El Señor lo necesita, y lo devolverá pronto.
Fueron y encontraron el borrico en la calle atado a una puerta; y lo soltaron. Algunos de los presentes les preguntaron:
—¿Por qué tenéis que desatar el borrico?
Ellos le contestaron como había dicho Jesús; y se lo permitieron.
Llevaron el borrico, le echaron encima los mantos, y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos, otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás, gritaban: —Viva, bendito el que viene en nombre del Señor.
Bendito el reino que llega, el de nuestro padre David.
¡Viva el Altísimo!

 MISA

PRIMERA LECTURA 

Lectura del Profeta Isaías 50, 4‑7.

       En aquellos días dijo Isaías:
Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado,  para saber decir al abatido una
palabra de  aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para  que escuche como los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he  rebelado ni me he echado
atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,  la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido;  por eso ofrecí el rostro
como pedernal, y sé que no  quedaré avergonzado.
Palabra de Dios

ABRIR LOS OÍDOS A LA VERDAD    

       El  profeta Isaías expresa su postura frente a la llamada que Dios le hace para salir
al frente de la situación en la que se encuentra su pueblo: no se trata de sacar
adelante intereses particulares, proyectos personales, ideas particulares… sino que
lo que está en juego es la salvación del pueblo y el proyecto de libertad que Dios
ha puesto para él: “El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he  rebelado ni
me he echado atrás”. Es la actitud del que honradamente se enfrenta a la VERDAD y
a la JUSTICIA y entiende que por encima de sus intereses, sus ideas y sus proyectos,
la verdad y LA JUSTICIA  son únicas y son las que han de marcar la dirección del
pueblo.
       El profeta lo ha entendido y es lo que traerá la paz, la alegría, la unidad y, en
consecuencia, la salvación del pueblo; él lo ha entendido, ha prestado atención y ha
puesto su vida a disposición, incluso a costa de que le cueste insultos y salivazos.
       Escuchar esto hoy, cuando nos encontramos que cada político y dirigente de
nuestra sociedad lleva adelante su proyecto, por encima, incluso en contra, del pueblo
que “teóricamente” lo ha elegido, uno siente un deseo profundo de entregarles el texto
y que lo lean, pero ya que no lo van a hacer, pues sus intereses distan mucho de la
VERDAD y la JUSTICIA y mucho más del bien común, el pueblo, que es el que sufre
las consecuencias de este atropello, sí que debería escuchar y aguzar el oído, como
dice el profeta, para escuchar la voz de la verdad y ponerla como referente para su
actuación

 
Salmo responsorial     Sal  21,  8-9.  17-18a.  19-20.  23-24

V/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 V/. Al verme se burlan de mí,
hacen  visajes, menean la cabeza:
 «Acudió al Señor, que lo ponga a  salvo;
que lo libre si tanto lo  quiere.»
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V/. Me acorrala una jauría de mastines,
me  cerca una banda de malhechores:
me taladran las manos y los pies, 
puedo contar mis huesos.
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 

 V/. Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

V/. Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alabadlo,
linaje de Jacob, glorificadlo,
 temedlo, linaje de Israel.
R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

 SEGUNDA LECTURA 


Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Filipenses 2, 6‑11.

       Hermanos:
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una
muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo,
y le concedió el «Nombre‑sobre‑todo‑nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble
—en el Cielo, en la Tierra, en el Abismo—,
y toda lengua proclame:
«¡Jesucristo es Señor!», para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios
 

“SE DESPOJÓ DE SU RANGO Y FUE UNO DE NOSOTROS”    

       Algo que cautivó y dejó fuera de juego a la comunidad primera, fue el constatar y
tener la certeza de la grandeza de Jesús:  y ver que Cristo, a pesar de su condición
divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango, y
tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.
       Jesús jamás utilizó su poder en beneficio propio y jamás presentó su rango para
sentirse superior a nadie. Esto quedará como el gran referente para todos, que lo
convierte en la palabra definitiva que orienta la actuación de todo creyente.
       Sin embargo, esto que quedó tan claro en todos los cristianos, aunque no dejara de
ser duro de asumir, de aceptar y de entender, sigue sin entenderse en la iglesia y
siendo duro de aceptar para  mucha gente cuando mira la actitud de Jesús frente al
compromiso que afronta, no dejan de justificar su flojera diciendo que Jesús lo hizo
porque era Dios y tenía fuerzas para eso y para más, con lo que descalifican a Jesús
como guía y referente a quien mirar en nuestro camino. Es que lo que entonces se
presenta no es a un Dios que se ha hecho hombre, sino a un Dios que rompe su
proyecto y exige a los hombres lo que Él no ha sido capaz de afrontar. 

 

Versículo antes del Evangelio
Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, 
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo,
y le concedió  el «Nombre‑sobre‑todo‑nombre».

EVANGELIO 


Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Marcos 14,  1-15, 47

[Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos  sacerdotes y los letrados pretendían prender a Jesús a traición y  darle muerte. Pero decían:
S. —No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso,  sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy  caro, de nardo puro; quebró el frasco y se lo derramó en la cabeza.  Algunos comentaban indignados:
S. —¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber  vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
+ —Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está  bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis  socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha  hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para  la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se  proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.
C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos  sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le  prometieron dinero. El andaba buscando ocasión propicia para  entregarlo.
El primer día de los ázimos, cuando se sacrificaba el cordero  pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: 
S. —¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua ?
C. —El envió a dos discípulos diciéndoles:
+ —Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?»
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.
C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús :
+ —Os aseguro, que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.
C. —Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro :
S. ¿Seré yo?
C. Respondió :
 +—Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del Hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!
C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
+ —Tomad, esto es mi cuerpo.
C. Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron.
Y les dijo:
+—Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
C. Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo:
 +—Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.»
Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.
C. Pedro replicó :
S. Aunque todos caigan, yo no.
C. Jesús le contestó:
+—Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos  veces, me habrás negado tres.
C. Pero él insistía:
S. Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C. Y los demás decían lo mismo.
C. Fueron a una finca, que llaman Getsemaní y dijo a sus  discípulos :
 +—Sentaos aquí mientras voy a orar.
C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y  angustia, y les dijo:
+—Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.
C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si  era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
+‑¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero  no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
C. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:
+‑Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y  orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la  carne es débil.
C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.  Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos  cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:
+‑Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad  que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los  pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los  doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos  sacerdotes, los letrados y los ancianos. El traidor les había dado una  contraseña, diciéndoles:
S. ‑Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.
C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:
S. —¡Maestro !
C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de  los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja  al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo
+ —¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza  de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me  detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.
C. Y todos lo abandonaron y huyeron.
Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le  echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron  todos los sumos sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo  fue siguiendo de lejos, hasta el interior del patio del sumo sacerdote;  y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un  testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo  encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él,  los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie,  daban testimonio contra él diciendo:
S. —Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este templo,  edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado  por hombres.»
C. Pero ni en esto concordaban los testimonios.
El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:
S. —¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que  levantan contra ti?
C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo  interrogó de nuevo preguntándole:
S. —¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C. Jesús contestó:
+ —Sí lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la  derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
S. —¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia.
¿Qué decidís?
C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron
a escupirle, y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S. —Haz de profeta.
C. Y los criados le daban bofetadas. 
Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del  sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente  y dijo:
S. —También tú andabas con Jesús el Nazareno.
C. El lo negó diciendo:
S. —Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó.
La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:
S. —Este es uno de ellos.
C. Y él lo volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron a Pedro:
S. —Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S. —No conozco a ese hombre que decís.
C. Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se  acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que  cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a  llorar.]
Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos,  los letrados y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y,  atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
S. —¿Eres tú el rey de los judíos?
C. El respondió:
+ —Tú lo dices.
C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas.
Pilato le preguntó de nuevo:
S. —¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
C.  Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba  en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían  cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a  pedir el indulto de costumbre.
Pilato les contestó:
S. —¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado  por envidia.  Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que  pidieran la libertad de Barrabás.
Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S. —¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
C. Ellos gritaron de nuevo:
S. —Crucifícalo.
C. Pilato les dijo:
S. —Pues ¿Qué mal ha hecho?
C. Ellos gritaron más fuerte:
S. —Crucifícalo.
C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y  a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior del palacio —al pretorio —y  reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron  una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle  el saludo:
S. —¡Salve, rey de los judíos !
C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y,  doblando las rodillas, se postraban ante él.
Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa.  Y lo sacaron para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del  campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rulo, lo  forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «La  Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo  crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver  lo que se llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la  acusación estaba escrito: EL REY DE LOS JUDÍOS. Crucificaron  con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda. Así se  cumplió la Escritura que dice: «Lo consideraron como un  malhechor.»
Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:
S. —¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres  días, sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C. Los sumos sacerdotes, se burlaban también de él diciendo: 
S. —A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el  Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y  creamos.
C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.
Al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la  media tarde. Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
+ ‑Eloí Eloí, lamá sabactani. (Que significa: Dios mío, Dios mío,  ¿por qué me has abandonado?)
C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S. —Mira, está llamando a Elías.
C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la  sujetó a una caña, y le daba de beber diciendo:
S. —Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.
El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.
El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:
S. —Realmente este hombre era Hijo de Dios.
[C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre  ellas María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de  José y Salomé, que cuando él estaba en Galilea, lo seguían para  atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del  sábado, vino José de Arimatea, noble magistrado, que también  aguardaba el Reino de Dios; se presentó decidido ante Pilato y le  pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al  centurión, le preguntó si hacia mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Este  compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo  puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra a la  entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de José, observaban dónde  lo ponían.] 
Palabra del Señor

 

REFLEXION 

CONDENA DE JESÚS   

Nos cuenta el evangelio que anduvieron detrás de Jesús desde la resurrección de Lázaro; los sumos sacerdotes, los senadores, los letrados… todos los dirigentes políticos y religiosos se pusieron de acuerdo para detener lo que se les venía encima a pesar de que no tenían pruebas concluyentes que justificaran una condena.

            Cogieron a Jesús en Getsemaní y lo llevaron a casa de Caifás, que era sumo sacerdote ese año: Allí en su casa reunió al consejo de noche, pues tenían miedo que durante el día la gente se amotinara defendiendo a Jesús.

Empezaron a buscar testigos que llevaran algunas pruebas en contra de Jesús, pero no encontraban y Caifás buscaba el más mínimo resquicio que le justificara lo que había hecho; utilizó lo que le dijeron unos que Jesús había dicho que iba a destruir el templo y eso lo interpretó como un atentado y cuando pregunto a Jesús y no quiso responderle, se sintió despreciado: “)No tienes nada que responder? )Qué son estos cargos que levantan contra ti? Pero Jesús callaba” pues sabía que la sentencia ya estaba dictada: querían matarlo y buscaban la más mínima excusa.

            Caifás lo acusó de blasfemo, de acuerdo a lo que sentencia la ley en Dt.17,12 donde se dice: “El que por arrogancia no escuche al sacerdote, puesto allí para servir al Señor, tu Dios, o al juez, ese hombre morirá…”

Pero sobre esto no estaban de acuerdo entre los miembros del Sanedrín, no había unidad de criterios, por tanto, era muy difícil condenar a una persona por “apostasía”, por aparecer como “seudo-maestro” o por no escuchar al juez o al sacerdote. Esto hizo que muchos del tribunal se marcharan de Jerusalén antes de entrar en conflictos internos.

A Jesús lo sentenció Caifás, pues se sintió despreciado al entender que Jesús no se dignó dirigirle la palabra ante el sanedrín, sintiendo su autoridad menospreciada y, entonces echó mano a esta ley.

Caifás sabía muy bien lo que hacía: habían logrado llegar a un consenso con los romanos: unos y otros se guardaban los límites y procuraban no molestarse de tal manera que la situación política  les iba bien a los saduceos, que eran la clase alta, a los colaboradores con el imperio con el que mantenían fuerte sus negocios, sobre todo el del templo y los de la alta jerarquía de los sacerdotes.

En esta situación de “compadreo político” Jesús era un estorbo: andaba diciendo que el templo no es el lugar del encuentro con Dios, con lo que echa por tierra todo el negocio, pues los sacrificios, el comercio que hay montado en el templo con la banca, los diezmos y primicia, los animales…

Ahora viene diciendo que el verdadero culto que agrada a Dios es dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, cuidad de los enfermos, de las viudas y los pobres.

Lo último que se puede escuchar es decir que los publicanos, las prostitutas, las mujeres, los samaritanos… son tan importantes como el mismo sumo sacerdote y que todos somos hijos de Dios… ¡hasta ahí podíamos llegar!

Caifás lo tiene muy claro: si se deja que esto prosiga y llega a coger fuerza en el pueblo se va al garete todo el tinglado: “Es mejor que muera un hombre y no todo el pueblo” Pero Caifás hace como suelen hacer todos los políticos: identifica sus intereses con los del pueblo: justifica la muerte de Jesús porque de lo contrario va a morir el pueblo, por no decir su estatus de privilegio que es el que está en peligro.

Por seguridad nacional hay que matar a Jesús; identifica la “Seguridad nacional” con su seguridad y la de todos los suyos. Es la estrategia de todos los políticos de todos los tiempos.

Proclama en el sanedrín que conviene que muera Jesús… Pero ¿A quién es al que le conviene? No es a los pobres, a los enfermos, a las viudas, a los marginados leprosos, ciegos, cojos, a los que mueren de hambre… A los únicos que les conviene matarlo es al poder religioso, al económico y al político que son los mismos que en todos los tiempos y en todas partes se oponen a que el reino de Dios se establezca, pues el momento en que esto ocurra se viene abajo el de ellos.

Sin embargo, en nombre de la defensa del pueblo tienen la cara dura de seguir  matando y obstaculizando la justicia, la verdad, la libertad y la paz y se proclaman portadores de la voluntad popular abrogándose la potestad, en nombre del pueblo, de hacer leyes que vayan en contra del mismo pueblo y en beneficio propio.

Da tristeza ver lo poco que hemos avanzado, a pesar de que Cristo nos dejara el modelo del justo que muere por esta contradicción que seguimos apoyando y aplaudiendo.