SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA -A-

PRIMERA LECTURA 

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 2, 42‑47
Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común

Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que los apóstoles hacían en Jerusalén. Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y lo repartían entre todos, según la necesidad de cada uno. A diario acudían al templo todos unidos, celebraban la fracción del pan en las casas y comían juntos alabando a Dios con alegría y de todo corazón; eran bien vistos de todo el pueblo y día tras día el Señor iba agregando al grupo los que se iban salvando.
Palabra de Dios.
 

REFLEXIÓN 

EL DON DEL ESPÍRITU SANTO  

La resurrección de Jesús no es un asunto particular entre Dios Padre y Jesús, sino que significa la transformación de todo el orden, es la “re creación” del  ser humano, al que se le ha abierto a la transcendencia.

            Esta nueva dimensión y este horizonte que se han abierto, no quitan la debilidad  humana, que sigue sometida a sus fallos y a sus caídas constantes, la resurrección  no hace otra cosa que demostrarnos que el proyecto de la construcción del reino no es una utopía, pero tampoco quita la gran dificultad que entraña, pues no es cosa fácil y sin importancia, sino algo duro y difícil que puede costar hasta la misma vida; la muerte de Jesús ya nos está diciendo estas dos cualidades: que no es algo imposible, a pesar de toda la dificultad que entraña, pues Él lo ha hecho primero, e invita a seguirlo, pues  con su resurrección  nos atestigua que no es la muerte el final, sino la resurrección.

           El hecho de la resurrección no es un símbolo, ni una idea abstracta que queda para la liturgia. El Espíritu de Cristo resucitado vivifica y anima una vida completamente nueva, que hace romper el miedo, el respeto humano, el rencor, el individualismo y establece la fraternidad que lleva a compartir la vida en todos los niveles.

           El gran don de la resurrección es el Espíritu Santo, que nos lleva a organizar la vida de una forma distinta y, no solo nos hace ver y comprender las cosas de forma distinta, sino que nos da la fuerza que necesitamos para vivirlo.

           Mientras el sistema establece una forma de vida vivida en soledad, y en  egoísmo,  el Espíritu de Jesús resucitado orienta a una práctica de vida distinta: 1) sentir la necesidad de crecer en el conocimiento de Dios; 2) vivir en comunión de vida y de bienes; 3) Vivir en un clima de oración, de alegría y de sencillez. 

Salmo responsorial Sal 117, 2‑4. 13‑15. 22‑24 


V/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. (o, Aleluya)
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. 

V/. Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia.
Diga la casa de Aarón:
eterna es su misericordia.
Digan los fieles del Señor:
eterna es su misericordia.
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia. 

V/. Empujaban y empujaban para derribarme,
pero el Señor me ayudó;
el Señor es mi fuerza y mi energía,
él es mi salvación.
Escuchad: hay cantos de victoria
en las tiendas de los justos.
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.  

V/. La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente.
Este es el día en que actuó el Señor;
sea nuestra alegría y nuestro gozo.
R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

SEGUNDA LECTURA 

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pedro 1, 3‑9
Por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva 

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo.
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis que sufrir un poco, en pruebas diversas: así la comprobación de vuestra fe -de más precio que el oro que, aunque perecedero, lo aquilatan a fuego- llegará a ser alabanza y gloria y honor cuando se manifieste Jesucristo nuestro Señor.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación.
Palabra de Dios
 

REFLEXIÓN 

EL DON DE LA RESURRECCIÓN    

           Pedro hace una reflexión a la comunidad sobre la grandeza del regalo que Dios nos ha hecho a su iglesia, como una gran bendición que nos invita a reconocerlo y a sentirnos seguros del amor que Dios nos tiene.

           La muerte que nos tenía oprimidos y no nos permitía mirar al horizonte, ha sido destruida y hemos sido restablecidos a la libertad de los hijos de Dios que Cristo nos ha dejado en herencia, junto con el triunfo de la resurrección.

           A partir de ahora, se han cambiado los planos: el hombre vive y al mirar hacia adelante, no ve en el horizonte la muerte, sino la resurrección; y para que tengamos la seguridad de la promesa, tenemos ya el anticipo de la resurrección que es como la gran señal de la autenticidad de la promesa; esto será la fuerza más grande que da la seguridad en la lucha diaria, con la que los sufrimientos serán, para el que los inflige, su peor denuncia y motivo de vergüenza.

           Esta fe y esta confianza son como la luz que ilumina un nuevo camino y como la fuerza que nos anima a seguir caminando, hasta conseguir la meta esperada. 

Aleluya Jn. 20, 29 

Aleluya, aleluya.
Porque me has visto, Tomás, has creído
-dice el Señor.
Paz a vosotros.
Dichosos los que creen sin haber visto.
Aleluya. 

EVANGELIO 


Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19‑31
A los ocho días llegó Jesús
 
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los doce, llamado El Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero él los contesto:
Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
-¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.
Palabra del Señor
 

REFLEXIÓN
 

SER   “PERSONA DE FE”    

            Si fue duro el encajar la muerte de Jesús, no lo fue menos el aceptar que había resucitado y que vivía su Espíritu en ellos.

            El pasaje del evangelio de hoy nos muestra con claridad cómo la resurrección y sus efectos, no fue algo que se asumiera fácilmente: han escuchado a las mujeres que les han dicho que Jesús ha resucitado y que han hablado con Él; para cerciorarse de  la noticia, van a constatar sobre el terreno lo que han oído y ambos discípulos han comprobado que Jesús no se halla en el sepulcro; sin embargo, siguen cerrados en su idea y encerrados por el miedo: “los discípulos estaban con las puertas bien cerradas” y “ocho días después los discípulos continuaban reunidos en su casa”.

            A pesar de haber constatado el hecho y tener la certeza de que Jesús ha resucitado, sin embargo, el acontecimiento no ha calado todavía en su corazón y siguen dependientes de los prejuicios, las amenazas y el miedo, cosa que nos indica que la fe no es asunto de un momento ni de un convencimiento intelectual.

La verdadera fe consiste en un proceso de maduración en el que Jesús se va haciendo presente y con paciencia se hace sentir cercano, presente, animando y ayudando a madurar la fe en el camino, hasta que cabeza y corazón entran en conjunción

Es necesario que tomemos conciencia de estos detalles que nos pueden orientar mucho en nuestra percepción de los hechos que a cada momento estamos viendo y viviendo: constantemente estamos contemplando cómo se confiesa la creencia en Dios y en Jesús y en todo lo que haya que creer, pero luego existen una serie de condicionantes que impiden que la vida se adecúe con esos criterios y se vive una creencia que no pasa de la superficie, pues el corazón sigue actuando y sintiendo otra cosa, otros impulsos, muy lejanos a los de Cristo que no le llegan a tocar en nada la vida; y es que, para que se dé esa adecuación, es necesario haber vaciado el corazón de todos los intereses que lo tienen amordazado, para que pueda llenarse de la presencia del Señor; cuando esto ocurre, el hombre  se siente renovado de raíz y aparece como un hombre nuevo, entonces podemos llamar a la persona “hombre o mujer de fe”, mientras tanto no pasa de ser un simple  “creyente”.