De andar por casa
Antes de casarse era una auténtica
maniquí y él era un D. Juan lleno de detalles y gestos preciosos que hacían
esperar un matrimonio feliz.
Se casaron y se terminaron las
pinturas, los gestos amables y las sonrisas. ¿Qué pasó? Pues ella anda
proclamando: “¡Si lo llego a saber!” y él por otro lado va diciendo: “¡Todas
son iguales!”. Qué pasó con la sal de ese amor?
✠ Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
Mt 5, 13-16
Vosotros sois la luz del mundo
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Palabra del Señor.
El gran triunfo de una
persona está en ser capaz de guardar que su luz no se apague en todo el camino
de la vida: ni la crítica, de la gente, ni las calumnias, ni la enfermedad, ni
los intereses creados, ni las dificultades… ni las decepciones logran apagar su
luz, sino que se mantiene firme hasta el final; a eso se le llama coherencia.
De la misma manera, los intereses
creados, las traiciones, las infidelidades, le hacen perder el sentido de la
paz, del respeto, del cariño, de la sencillez… esa es la sal que hace que la
vida tenga el sabor de la vida y del amor
Quien es capaz de mantener su vida
como una luz encendida o como una sal que da el gusto del amor, es un campeón;
eso es ser santo