IV DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B

 

Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.
Lectura del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
El ángel, entrando en su presencia, dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».
Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:
«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel:
«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».
El ángel le contestó:
«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, "porque para Dios nada hay imposible"».
María contestó:
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».
Y el ángel se retiró. Palabra del Señor.
    Con este domingo concluimos ya el tiempo de Adviento para comenzar el tiempo de Navidad, tiempo de encuentro  y presencia de la Palabra encarnada en nosotros.
       Hoy contemplamos la figura por excelencia del Adviento, María, ella mejor que nadie espero la venida de su Hijo como tal, y como cumplimiento de las promesas davídicas al pueblo de Israel.
       El rey David quiere construir un templo a Dios, puesto que él vive en una casa de cedro, y Dios le promete que Él mismo le va a hacer una casa, una dinastía que no tendrá fin. En este evangelio podemos ver que en Jesucristo es esta esa dinastía, cuyo reino no tiene fin. Hoy más que nunca podemos adentrarnos en esta dinastía por medio de aquel que va a nacer, tener los mismos sentimientos que María. Esperar su venida y hacer que nazca en nuestros corazones, desde ahí el Señor también llevará a cabo sus promesas en nosotros.
     Ojala podamos hacer que nuestra vida sea el lugar del encuentro con Cristo por medio del Espíritu y así poder también cantar el cántico de María y proclamar el Sí para que Dios haga en nosotros obras grandes.