PRIMERA LECTURA
Lectura del
libro del Éxodo 24, 3‑8
Esta es la sangre de la alianza
que hace el Señor con vosotros
En
aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y
todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: -“Haremos todo lo que dice el
Señor.+
Moisés
puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un
altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y
mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como
sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la
otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y
se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió:
-“Haremos
todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.+
Tomó
Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: -“Ésta es la sangre de la alianza
que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.”
Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
LA INFIDELIDAD DEL PUEBLO
El pasaje del
Éxodo que nos presenta la liturgia es la conclusión de la Alianza que Dios hace
con su pueblo (Ex. 18,24). Es importante
que tengamos en cuenta algunos aspectos que son esenciales dentro de lo que
significa una alianza: es Dios quien toma la iniciativa y ofrece al pueblo su
ayuda y su protección; escoge a Moisés para que sirva de intermediario entre Él
y el pueblo.
Esa alianza supone un compromiso por
parte de Dios que se compromete a llevar adelante; al pueblo solo le queda
aceptarlo y comprometerse a asumir las cláusulas que se establecen, en este
caso serán los MANDAMIENTOS, que es un código de relaciones humanas con el que
el pueblo se compromete a no permitir ser esclavo de nadie ni convertirse en
esclavizador de nadie, es decir: Dios quiere borrar la experiencia de
esclavitud que han vivido en Egipto y que no se vuelva a repetir.
El texto narra el ritual que se
acostumbra a sellar un pacto, presentando el altar donde se ofrecen las
víctimas, rociándolo con la sangre, que es donde se cree que reposa la vida,
indicando que el que rompa el pacto se convierte en culpable y reo de la vida
del pueblo.
Siglos después Jesús volverá a
retomar el signo: “sangre de la nueva Alianza” (mc.14,24; Mt. 26,28)
Esta Alianza garantiza al pueblo seguridad, autonomía y protección, pues
sabe que Dios está respaldando y tiene la seguridad de que Dios no falla. Ante
esta seguridad, el pueblo responde también: “Haremos todo lo que manda el Señor
y lo obedeceremos”
Pero desgraciadamente, el hombre
sigue repitiendo desde el mismo comienzo hasta nuestros días su infidelidad a
través de toda la historia, olvidándose de Dios, de sus compromisos, y de su
propio destino aferrándose continuamente a otros dioses que lo van esclavizando
Salmo responsorial Sal 115,12‑13.15 y 16bc. 17‑18
(R/.:13)
R/. Alzaré la copa de la
salvación, invocando el nombre del Señor.
)Cómo pagaré al Señor todo el
bien que me ha hecho?
Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre. R/.
R/. Alzaré la copa de la
salvación, invocando el nombre del Señor.
Mucho le cuesta al Señor la
muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo, hijo de
tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.
R/. Alzaré la copa de la
salvación, invocando el nombre del Señor.
Te ofreceré un sacrificio de
alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.
R/.
R/. Alzaré la copa de la
salvación, invocando el nombre del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Lectura de la
carta a los Hebreos 9, 11‑15
La sangre de Cristo podrá
purificar nuestra conciencia
Hermanos:
Cristo ha venido como sumo
sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más
perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado.
No usa sangre de machos cabríos
ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez
para siempre, consiguiendo la liberación eterna.
Si la sangre de machos cabríos y
de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen el poder de consagrar
a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de
Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como
sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas,
llevándonos al culto del Dios
vivo.
Por esa razón, es mediador de
una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados
cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la
promesa de la herencia eterna.
Palabra de Dios.
REFLEXIÓN
EL SACERDOCIO DE LA NUEVA ALIANZA
El sacerdote de
la Antigua Alianza, representado en Moisés, es el hombre intermediario entre
Dios y los hombres: el que expresa al pueblo la voluntad de Dios y el que
realiza los sacrificios que el pueblo ofrece a Dios como expiación por sus
pecados o agradecimiento o alabanza. El
pueblo no quiso ver el rostro de Dios y pidió a Moisés que fuera él quien se
entendiera con Dios.
En el Nuevo Pacto o Alianza ha
quedado superado este concepto y esta misma realidad: Jesús es el nuevo
intermediario entre Dios Padre y los hombres, Él es el mediador de la Nueva
Alianza y el realizador supremo de ella.
De la misma manera que en el Sinaí,
la iniciativa ha partido de Dios, pero ahora ha sido Dios mismo quien se ha
puesto de autor, convirtiéndose en víctima que derrama su sangre y se ofrece a
sí mismo, una vez por todas y para siempre. Desde este momento, Dios ha asumido
la naturaleza humana y la ha elevado a la categoría de “Hijo de Dios” con lo
que cada creyente ha pasado a formar parte del cuerpo de Cristo vivificado por
su Espíritu, con lo que todos participamos de sus mismas cualidades: Él es el
sumo y eterno sacerdote y de Él participamos todos en su sacerdocio, con lo que
nuestras vidas, puestas a su servicio, se convierten en las víctimas y el
sacrificio agradable a Dios.
Esta es la gran obra de la Nueva
Alianza: la reconciliación de la naturaleza humana con Dios, restableciendo de
esa manera el orden que se había roto desde el principio. Y Dios sigue siendo
fiel, a lo que el hombre sigue repitiendo su historia, pero aun así, DIOS NO
FALLA.
Aleluya Jn 6,
51
Yo soy el pan vivo que ha bajado
del cielo
-dice el Señor-;
el que coma de este pan vivirá
para siempre.
EVANGELIO
Lectura del santo evangelio según san Marcos 14, 12‑16. 22‑26
Esto es mi cuerpo. Ésta es mi
sangre
El
primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron
a Jesús sus discípulos: -“¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de
Pascua?”
Él envió a dos discípulos,
diciéndoles: -“Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de
agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta:
¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”
Os
enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes.
Preparadnos allí la cena.”
Los
discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había
dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras
comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio,
diciendo: -“Tomad, esto es mi cuerpo.”
Cogiendo
una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo: -“Ésta es mi sangre,
sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber
del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.”
Después
de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos.
Palabra del Señor.
REFLEXIÓN
LA CENA DE JESÚS
A la hora de plantearnos delante de este pasaje en el que
se nos muestra lo más importante que hizo Jesús y lo que estuvo preparando toda
su vida: Él vino para realizar la voluntad del Padre y al final de su vida,
después de poner en marcha su proyecto, para que éste pudiera ser llevado
adelante necesitaba dejar toda la fuerza, la vida que lo llevaría adelante.
En este proyecto se involucraba
también Él y quería que quedase bien claro a todos que no los dejaba solos, que
se quedaba con nosotros, que nuestra lucha, nuestra historia la había hecho
suya y no estaba dispuesto a abandonarla y hace el nuevo “pacto” la NUEVA
ALIANZA sellada con su sangre.
Este acontecimiento se va a quedar
como el gran referente al que siempre tendremos que mirar, pues en él lo
encontraremos vivo y actuando: “cada vez que hagáis esto, hacedlo en memoria
mía”: su alianza de amor se va a renovar cada vez que nos reunimos a
celebrarla.
Quiere que quede claro todo lo que
ha hecho por nosotros y lo que significa esto para nuestras vidas: la
Eucaristía es la única fuente de fortaleza para llevar adelante su proyecto;
los que creemos en Él necesitamos reunirnos, escucharlo y escucharnos,
compartir nuestra lucha, nuestros fracasos, nuestras alegrías y esperanzas…
Cristo nos invita a comer, no solo a
estar allí de espectadores, tenemos necesidad de identificarnos con Él, con su
forma de hacer y de vivir… esto es imposible conseguirlo en otro sitio.
Comulgar con Jesús es sentir vivo a
nuestro lado a alguien a quien queremos y con quien nos identificamos y vemos
que Él ha “entregado” su cuerpo y ha “derramado” su sangre por la salvación de
todos. Nosotros, que nos identificamos con Él, no tiene sentido nuestra vida si
no es para entregarla como Él lo hizo, no para defender nuestros intereses,
sino para realizar el proyecto por el que Él dio su vida.
Sin embargo, algo que está tan claro
desde el mismo principio para la iglesia, en el transcurso de los siglos vemos
cómo lo hemos ido manipulando y cambiándole de significado, acomodándolo a
nuestras conveniencias y la Eucaristía la hemos dedicado a bendecir armas, a
coronar reyes y tiranos, a celebrar victorias de guerras, a convertirla en el
marco para conciertos de música y, últimamente, en actos sociales de todo tipo
y hasta en motivo u ocasiones para recaudar dinero… o para hacer un show
litúrgico.
Nos
guste o no, tenemos que reconocer que al devaluarla de esa forma, la iglesia
entera ha perdido hasta su credibilidad, pues muchas veces no refleja el rostro
de Cristo, sino de otra cosa.