DOMINGO XXIV DEL T. O.


PRIMERA LECTURA


Lectura del libro de Isaías. Is 50, 5-9

Ofrecí la espalda a los que me golpeaban

EL Señor Dios me abrió el oído;
yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
las mejillas a los que mesaban mi barba;
no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda,
por eso no sentía los ultrajes;
por eso endurecí el rostro como pedernal,
sabiendo que no quedaría defraudado.
Mi defensor está cerca,
¿Quién pleiteará contra mí?
Comparezcamos juntos,
¿Quién me acusará?
Que se acerque.
Mirad, el Señor Dios me ayuda,
¿Quién me condenará?

Palabra de Dios.

  

REFLEXIÓN

 

¿DÓNDE ESTAMOS?       

            El verdadero “siervo” no permanece cerrado, no se hace el sordo al clamor del pueblo, a las declaraciones de la injusticia, la mentira y la corrupción… se deja abrir el oído y el corazón.

            Tampoco se ampara en falsas argucias que le prometen el placer, el honor, el triunfo, el prestigio… incluso las ventajas para el reino; sabe perfectamente que el camino del reino es la afrenta, la violencia, los insultos… la cruz, es el único combate que derrota a satanás. Las tentaciones de la comodidad, del prestigio, de la imagen, de la fama, del dinero… ninguna de ellas va a traer como consecuencia la paz, la verdad, la libertad, el amor, la fraternidad, por más bonito que se nos pinte.

            El verdadero siervo no se echa atrás ante las dificultades y sí se enfrenta a las propuestas del mundo que son las del diablo, como el camino que lleva a la perdición. Sabe perfectamente que será en la lucha, en la dificultad donde va a encontrar la presencia de Dios solidarizándose con él y no en otro sitio.

            Es necesario que los cristianos también entendamos esto, para que la iglesia se convierta en el “siervo” que se le ubica y se le encuentra en el camino de lucha por el reino y no establecida en el sillón del poder

 

Salmo responsorial

Sal 114, 1-2. 3-4. 5-6. 8-9 (R/.: 9)

R/.   Caminaré en presencia del Señor
        en el país de los vivos.


 

        V/.   Amo al Señor, porque escucha
                mi voz suplicante,
                porque inclina su oído hacia mí
                el día que lo invoco.   
R/.

R/.   Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.


        V/.   Me envolvían redes de muerte,
                me alcanzaron los lazos del abismo,
                caí en tristeza y angustia.
                Invoqué el nombre del Señor:
                «Señor, salva mi vida».   
R/.

R/.   Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.


        V/.   El Señor es benigno y justo,
                nuestro Dios es compasivo;
                el Señor guarda a los sencillos:
                estando yo sin fuerzas, me salvó.   
R/.

R/.   Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.

        V/.   Arrancó mi alma de la muerte,
                mis ojos de las lágrimas,
                mis pies de la caída.
                Caminaré en presencia del Señor
                en el país de los vivos.   
R/.

R/.   Caminaré en presencia del Señor en el país de los vivos.


SEGUNDA LECTURA

Lectura de la carta del apóstol Santiago. Sant 2, 14-18

La fe, si no tiene obras, está muerta

¿DE qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, t si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos del alimento diario y uno de vosotros les dice: «Id en paz, abrigaos y saciaos», pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
Así es también la fe: si no tiene obras, está muerta por dentro.
Pero alguno dirá:
«Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe».

Palabra de Dios.

  

REFLEXIÓN

 

LOS HECHOS SON EL ARGUMENTO IRREFUTABLE    

            Con frecuencia hemos utilizado este texto de Santiago para argumentar en contra de aquellos que basan la salvación en la gratuidad de Dios y se quedan en una teoría muy bonita sin ser capaces de aterrizar.

            Es importante que tengamos claro que Santiago no se opone a sostener que, efectivamente, la salvación es gratuita y ha sido el gran regalo que Dios nos ha hecho, no por mérito nuestro, sino porque Él ha querido. Esto lo sostenemos sin dificultad alguna, pero sostener esto y creerlo, lleva consigo ser consecuente: ¿Cómo puedo yo sostener que el amor de Dios me ha salvado y que yo lo amo con todas mis fuerzas cuando hago todo lo contrario a lo que Él ha hecho conmigo? No se trata de hacer méritos para merecer el regalo que me han hecho, sino de hacer creíble mi palabra de que creo en el amor que Dios me ha tenido.

            No hay afirmación más clara de la fe, que la acción que nace del corazón como respuesta de lo que se confiesa y es por eso por lo que Santiago dice que una fe que se queda solo en palabras está vacía, no tiene consistencia alguna, de la misma manera que el amor que no se traduce en gestos de servicio y de entrega, son palabras que se lleva el viento sin consistencia alguna. 

 

Aleluya

6, 14

R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.

V/.   Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor,
        por la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.   
R/.

 

EVANGELIO

Lectura del santo Evangelio según san Marcos. Mc 8, 27-35

Tú eres el Mesías. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho

EN aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
   «¿Quién dice la gente que soy yo?».
Ellos le contestaron:
   «Unos, Juan el Bautista; otros, Elías, y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
   «Y vosotros, ¿Quién decís que soy?».
Tomando la palabra Pedro le dijo:
   «Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto. Y empezó a instruirlos:
   «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
   «¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo:
   «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».
Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

 

JUGARSE LA VIDA       

            Jesús lleva ya un tiempo con los apóstoles y los ve entusiasmados; vemos que el pasaje ocupa el centro del evangelio de Marcos, es un momento interesante para sondear por dónde van los ánimos y le lanza una pregunta que es decisiva: -“Y vosotros, ¿quién decís que soy?” Pedro se adelanta y responde en nombre del grupo: “Tú eres el Mesías que esperamos”, es decir: la teoría parece que la tienen bien clara, pero Jesús se da cuenta que eso que confiesan con tanta decisión no está arraigado y, sobre todo, no tienen muy claro lo que lleva consigo y –dice el evangelio- que “empezó a instruirlos” en todo eso que no aparecía tan claro: que el seguimiento a Jesús no es cosa de palabras, sino de hechos, de compromiso; que no es nada fácil y sensiblero, sino duro y comprometido hasta el punto que les puede costar la vida…

            Y no se equivocó, pues de hecho, cuando empezó a decirles lo que significaba aquella confesión espontánea que había hecho sin titubear, será el mismo Pedro quien saldrá de nuevo de forma espontánea negándose a seguir lo que estaba diciendo y rechazando la afirmaciones de Jesús como algo absurdo, prefiere seguir siendo sordo y mudo… y hasta ciego: “Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo” para que Jesús desista de seguir por ese camino, hasta el punto que tiene Jesús que pararlo y recriminarlo de la forma más dura que encontramos en el evangelio: -“¡Quítate de mí vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”, como si estuviera viendo en Pedro repetirse las tentaciones del desierto al comienzo de su vida pública.

            Y para que nadie se llame a engaños, se volvió a la gente y les dice con toda claridad: “-“EL que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.”

            Jesús no obliga a nadie a seguirlo, pero el que quiera hacerlo, ha de asumir el reto que lleva consigo: “negarse a sí mismo” y “jugarse la vida”.