EL BAUTISMO DEL SEÑOR

De andar por casa
                 Es frecuente encontrar contradicciones como esta: inauguran un hospital cuando están todavía construyéndolo, pero es que va a terminar la legislatura y el que inició la obra no permite que la foto se la tome el que le sigue. Después ocurre que el nuevo que entra no piensa gastar un céntimo en lo que el otro inició y ahí queda el hospital como un enfermo esquelético. ¿Qué tal si Jesús y Juan hubieran estado en esa tesitura?

Lectura del santo Evangelio según san Mateo. Mt 3, 13-17
Se bautizó Jesús y vio que el Espíritu de Dios se posaba sobre él

EN aquel tiempo, vino Jesús desde Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara.
Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole:
    «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?».
Jesús le contestó:
    «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia».
Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él.
Y vino una voz de los cielos que decía:
    «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
Palabra del Señor.

REFLEXIÓN

                La gente entendía que quien se bautizaba con el maestro se hacía discípulo suyo… en consecuencia, Juan fue el maestro de Jesús, pero por otro lado, la oportunidad de Juan era única: ¡apuntarse ese tanto!
            Juan no quiere entrar en esa onda y que la gente pueda sacar conclusiones erróneas, y Jesús rompe todos los protocolos, porque entiende que lo fundamental no es el gesto, sino la actitud que lo mueve, que es lo que tiene que quedar siempre vivo: por parte de Juan el facilitar la entrada de Jesús y su reino y por parte de Jesús ser el testigo que trae la salvación y la paz al mundo. La forma será siempre lo de menos, incluso podrá cambiar, de acuerdo al momento, pero lo que no puede cambiar jamás es el contenido que es lo que le da el sentido tanto a Juan como a Jesús.
            Cuando se rompen los protocolos damos lugar a que Dios hable y aparece la verdad escueta que ilumina:     «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».