De andar por casa
Querido amigo: estamos metidos en el ritmo de
esta vida y un montón de veces sentimos que no sabemos ya por dónde andamos;
son tantas las cosas que nos envuelven y nos preocupan que cuando pensamos en
Dios llegamos a sentirnos un poco esa oveja descarriada… Lo malo es que, con
frecuencia, llegamos a concluir que no vale la pena cambiar pues Dios nos ha
dejado ya por imposible, como cosa perdida. ¡Eso es un error!
✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan.
Jn 10, 11-18
El buen pastor da su vida por las ovejas
«Yo soy el Buen Pastor. El
buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor ni dueño
de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba
y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el Buen Pastor, que
conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo
conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas.
Tengo, además, otras ovejas
que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi
voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor.
Por esto me ama el Padre,
porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que
yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para
recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre».
Palabra del Señor.
De
entre las páginas hermosas y entrañables del evangelio, sin lugar a duda ésta
es una de ellas, semejante a aquella otra en que nos cuenta la historia del
padre que llora la escapada del hijo y todos los días espera su vuelta y cuando
eso ocurre, no quiere ni escuchar el discurso que había preparado el hijo arrepintiéndose.
Lo que cuenta para el Padre es que ha vuelto su hijo como, lo demás le importa
ya poco; en este pasaje, vemos la alegría del encuentro de la oveja, no le
importa cómo fue que se perdió, lo que cuenta es que ha encontrado a su oveja
perdida.
El
gran error de todos los hombres es quedarse en el bache de la vida en el que
cayeron y llegaron a asumir que la vida es así, que no vale la pena luchar, que
no tenemos fuerzas para salir adelante, que a nosotros nos tocó en suerte vivir
así mientras otros viven a lo grande… y damos la batalla por perdida antes de
haber hecho al más mínimo movimientos por luchar.
Pero
lo más interesante es que el enemigo hace todo lo posible para que lleguemos a
esa conclusión porque de esa manera nos atropella y, encima, lo sentimos como
un benefactor: el daño que nos hace es por nuestro bien.