DOMINGO XVIII DEL T. O. -A-


De andar por casa
         Cuenta la historia que después de la guerra vino un tiempo de hambruna impresionante y en esos días en los que la gente se moría, llegó un soldado a la aldea, sacó de su mochila una piedra y empezó a decirle a la gente que aquella piedra tenía poderes mágicos y que podía hacer unas comidas impresionantemente ricas en alimento y en sabor.
         Para hacer la prueba pidió que alguien le prestara una olla y después de encender un fuego en medio de la plaza puso la olla y pidió que alguien la llenara de agua; cuando el agua estaba a punto de hervir cogió su piedra, la limpió bien y la echó en el agua; después se acercó, con una cuchara, probó y haciendo un gesto de placer dijo: le falta un poquitín de sal, si alguien quiere traer un poco y si alguien tuviera unos ajos y un par de cebollas con un tomate el sabor sería ya insuperable; rápidamente fueron una cuantas mujeres a sus casas y cada una trajo alguna cosa de las que había pedido que fue metiendo en la olla. Después de remover todo dio a probar a alguna de las mujeres y varios hombres y les preguntó: ¿Creen que le faltaría alguna cosa para completar el sabor? Y cada uno fue a su casa y se trajo un trozo de lo que consideró que faltaba: unos trajeron arroz, otros guisantes, otro trajo un trozo de morcilla…
         Cuando llegó el medio día la olla estaba llena de cosas, sabrosa y enriquecida con todo lo que habían metido.
         Cada uno se trajo su plato y comió toda la aldea y se llevaron en “tapes” todo lo que sobró.
         El soldado sacó su piedra, la lavó bien, la escondió en su mochila y se marchó a otra aldea.


Lectura del santo Evangelio según san Mateo. Mt 14, 13-21
“Dadles vosotros de comer”

            Al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se marchó de allí en barca, a solas, a un lugar desierto.
            Cuando la gente lo supo, lo siguió por tierra desde los poblados.
            Al desembarcar vio Jesús una multitud, se compadeció de ella y curó a los enfermos.
            Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: “Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren comida”. 
            Jesús les replicó: “No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer”. 
            Ellos le replicaros: “Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces”.
            Les dijo: “Traédmelos”.
            Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces, alzando la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos y se saciaron y recogieron doce cestos llenos de sobras.  Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
Palabra del Señor

REFLEXIÓN
            Es interesante detenerse en un detalle que acentúa el evangelio de una forma especial: Jesús se ha enterado de la muerte de Juan Bautista que de alguna manera representa la situación que están viviendo todos y se retira solo para orar.
            Cuando regresa se encuentra con ese realidad de injusticia, y opresión que está produciendo esa situación y que ha producido la muerte de Juan: automáticamente se detiene en los más débiles: enfermos y hambrientos; los cura y les da de comer.
            La actitud de Jesús contrasta con la respuesta de los discípulos que de alguna manera es la que da el pueblo en general: “Que cada uno vaya y se las arregle como pueda” y de los enfermos ni les toman en cuenta.
            La pregunta va hoy para nosotros: ¿En qué tenemos puesta la atención? ¿Cómo respondemos ante la situación que estamos viviendo?