V DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C

 

 El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.

Del evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más». Palabra del Señor.
    Cuando nos acercamos a este evangelio, nos surge una pregunta desde nuestro interior, ¿Jesús es capaz de perdonarlo todo?
   Hoy al igual que entonces, existen acusados y acusadores. Pero en este ámbito justificadamente podríamos decir que la ley de Moisés lo dice. Y también en la actualidad se antepone demasiadas veces la ley y olvidamos el amor.
    Le presentan al Dios del amor una mujer pecadora, le piden que cumpla la ley y ¿qué nos encontramos? Que sale perdonada. La ley del amor es el motor de vida del Maestro, es más, va mas lejos, "aquel que este libre de pecado que tire la primera piedra", el Señor manifiesta de esta manera las falta de amor de todos ellos, y los llama al amor para amarle.
    Hoy también nos dice a  nosotros lo mismo, dejémonos amar por Él y de esta manera, el pecado, se alejará de nosotros, la misericordia florecerá en nuestro interior y viviremos en plenitud la ley nueva de Cristo, que nos es  sino  convertir nuestro corazón de piedra en un corazón de carne que da vida al mundo. 
    Nos invita a dejar en el camino nuestras piedras para así poder caminar junto a Él hacia la Pascua ya cercana donde solo encontraremos a Cristo crucificado para adherirnos a Él y destruyendo nuestro pecado, poder resucitar junto a Él y obtener la corona de gloria que no se marchita, como nos dice el apóstol Pablo.




IV DOMINGO DE CUARESMA, CICLO C

Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido.


Lectura del evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
"Padre, dame la parte que me toca de la fortuna".
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
"Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros".
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
"Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus criados:
"Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado".
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud".
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado".
El padre le dijo:
"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado"».Palabra del Señor.
    Nos encontramos en el cuarto domingo de cuaresma, domingo de la alegría y es verdad, en el evangelio descubrimos la gran misericordia del Padre que tiene con el hijo y por eso la alegría inmensa que tiene el Padre por el hijo perdido y encontrado, como vemos son sentimientos propios que podemos experimentar todos nosotros.
    El evangelio de hoy es muy evocador, lo podemos ver desde muchos puntos de vista, pero quizás lo primero sería adentrarnos en cada uno de los personajes que aparecen.
    Lo primero que descubrimos es la gran misericordia y fidelidad que tiene el padre con el hijo menor, dándole la parte de la herencia que le corresondía, aun sabiendo que iba a malgastarla, y no por ello, su gran misericordia al regreso de ese hijo una vez que ha malgastado toda su vida, al recibirlo, con los brazos abiertos.
    Sus dos hijos son contradictorios entre sí, el menor bien sabemos lo que hace y el mayor vive como un siervo, al no conocer plenamente el amor de su padre hacia Él.
    El centro del evangelio es la fiesta, el padre hace fiesta por el hijo perdido y ofrece lo mejor que tiene porque lo ha recobrado con vida.
    Desde este punto podemos adentrarnos nosotros también en esta historia, cuantas veces nos alejamos del Padre aún sabiendo todo lo que nos ha dado y malgastamos la vida, incluso perdiendo la dignidad de cristianos. Dios continuamente sale a nuestro encuentro para hacer fiesta y nos ofrece el mejor de sus corderos, Jesucristo, aquel que es la vida del mundo. Nos invita a no ser esclavos de nosotros mismos como el hijo mayor, para adentrarnos en nuestra propia historia de salvación, a participar en la vida de Cristo, puesto que no nos llama siervos sino amigos, porque conocemos todo lo que el Padre quiere. El hijo mayor esperaba su herencia una vez que el padre faltase para revestirse de su propia autoridad.
   En este tiempo cuaresmal miremos en nuestro interior, para reconocer que nos hemos alejado de Él y vayamos al encuentro del Padre, él nos recibirá con misericordia y nos volverá a dar la dignidad de los hijos de Dios, hará fiesta para ser todos uno en Cristo Jesús.

II DOMINGO CUARESMA.CICLO C

  Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, tomó Jesús a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
Mientras estos se alejaban de él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía.
Todavía estaba diciendo esto, cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube.
Y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. Palabra del Señor.
    En este segundo domingo de Cuaresma,  nos encontramos con el evangelio de la Trasfiguración del Señor. Este momento es crucial porque revela la divinidad de Jesús y su conexión con la ley y los profetas, representados por Moisés y Elías. La voz de Dios se escucha desde una nube, afirmando que Jesús es su Hijo elegido y que debemos escucharle.
    Hoy se nos invita a adentrarnos en la oración para entrar en comunión no solo con Moisés y Elías, sino para entrar en el Misterio de la Transfiguración y contemplar la gloria propia de Jesucristo. Jesús se retira a orar antes de esta experiencia. Esto nos enseña que la oración es fundamental para nuestra vida espiritual y para discernir la voluntad de Dios. En este camino cuaresmal la oración nos ayuda a contemplar el camino de la cruz y a alimentar la esperanza en la resurrección. La Transfiguración muestra la gloria de Jesús y nos invita a reconocer su divinidad. Es un recordatorio de que, aunque enfrentemos dificultades, la luz de Cristo siempre brilla.
    La aparición de Moisés y Elías, la Ley y los profetas, fundamento del pueblo de Israel, nos manifiesta que Jesús cumple las promesas del Antiguo Testamento. Esto nos anima a ver cómo nuestras propias vidas pueden estar conectadas con el plan de Dios. La voz de Dios nos recuerda que debemos prestar atención a las enseñanzas de Jesús y seguir su ejemplo en nuestras vidas.
    La Transfiguración es un momento de revelación y transformación que nos impulsa a revitalizar y profundizar nuestra fe y a vivir de acuerdo con el mensaje de amor y esperanza que Jesús nos trae. 

    

I DOMINGO DE CUARESMA. CICLO C

   El Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado.
Del evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».
Jesús le contestó:
«Está escrito: "No solo de pan vive el hombre"».
Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
«Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: "Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto"».
Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra"».
Respondiendo Jesús, le dijo:
«Está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"».
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión. Palabra del Señor.
    Comenzamos la Cuaresma, tenemos ante nosotros cuarenta días de preparación para la celebración de la Pascua.
    Hoy Jesús se adentra en el desierto durante cuarenta días para ser tentado. El pueblo de Israel ya tiene experiencia de todo esto, sobre todo por la experiencia propia en el desierto hacia la tierra prometida, donde fue tentado en muchas ocasiones.
    Lo primero que descubrimos es que la tentación viene del Maligno.
    La primera tentación que experimento Jesús es la de la autosuficiencia, sintió hambre y al ser el Hijo de Dios, podía convertir las piedras en pan, es decir, no pasaría ninguna necesidad pues él mismo podría autoabastecerse de lo que quisiera. Jesús nos advierte: «Está escrito: "No solo de pan vive el hombre"». Tenemos también que alimentar la fe, por medio de la escucha de la Palabra y de los Sacramentos, no podemos dejar de lado la presencia de Dios en nuestras vidas.
    La segunda tentación es la soberbia, «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo». El propio hombre se manifiesta como el ser único y supremo de todo el universo, y no siente la necesidad de entrar en comunión con el Dios único y verdadero. La vida es mía y dispongo de ella como quiera.
    La tercera tentación nos lleva a la propia intención de tentar a Dios, «Está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». Todo lo contrario a la confianza en Él. Confiar en Él es cumplir su voluntad con la certeza de que en ese cumplimiento estamos llevando a cabo el plan salvífico de Dios en nosotros.
    Vivamos esta Cuaresma con el corazón abierto a este plan sabiendo que tras experimentar el dolor de la cruz podremos vivir la alegría de la Resurrección y la victoria de la vida sobre la muerte.


VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 De lo que rebosa el corazón habla la boca.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola:
«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?
No está el discípulo sobre su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano:
"Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano.
Pues no hay árbol bueno que dé fruto malo, ni árbol malo que dé fruto bueno; por ello, cada árbol se conoce por su fruto; porque no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos.
El hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque de lo que rebosa el corazón habla la boca». Palabra del Señor.
    La lectura de este domingo, va muy unida a la temática del domingo anterior. La parábola de la mota y la viga, aunque no es lo mismo una mota que una viga, la verdad es que ambos no ven bien. Por lo tanto, nos invita a descubrir cuál es el obstáculo que tenemos para no tener una plena visión.
    Hoy Jesús nos lleva a descubrirlo pero desde el corazón, un árbol bueno da frutos buenos, un árbol malo da frutos malos, o como decimos en el refranero, "nadie da lo que no tiene". Mirar desde el corazón de Jesús es contemplar la realidad desde una óptica superior,  desde su mirada .
    Su mirada nos invita a mirar a los otros con misericordia como vimos el domingo pasado, a descubrir nuestras debilidades propias y sobre todo a ponernos en el lugar del otro, desde la humildad y sencillez para que así podamos construir un mundo mejor.
    Pidamos al Señor la luz de su Espíritu para que adentrándose en nuestro corazón podamos dar frutos buenos y dar testimonio de Aquel que viene a curarnos de nuestras propias cegueras.

VII DOMINGO DEL TIEMO ORDINARIO. CICLO C

 Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso


Del evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien solo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros». Palabra del Señor
    El Evangelio de este domingo, es un texto muy exigente, comienza ya desde el principio con unas afirmaciones rotundas, "amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian". Ante nuestro enemigos todos estamos al acecho, pero Jesús nos invita a todo lo contrario, de esta forma da un sentido nuevo a la ley antigua.
Hoy Jesús nos descubre que nuestro verdadero sentido y quehacer si queremos seguirlo es dignificar a todo hombre aunque este se manifieste ante nosotros como enemigo. Nos descubre que si hacemos lo mismo que hacen los demás ¿qué mérito tenemos?.
    Los discípulos de Cristo hemos de llevar a cabo la obra del Señor, amad hasta las últimas consecuencias y haced el bien sin esperar nada a cambio, eso es lo que Jesús hace con nosotros, que aun siendo lo que somos nos ama y se entrega en su totalidad.
    Dejemos que su amor descanse en nosotros para que de esta forma también podamos ser portadores de amor y justicia.

DOMINGO VI TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

Bienaventurados los pobres. Ay de vosotros, los ricos.

Del evangelio según san Lucas
En aquel tiempo, Jesús bajó del monte con los Doce, se paró en una llanura con un grupo grande de discípulos y una gran muchedumbre del pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les decía:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Bienaventurados vosotros cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis!
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas». Palabra del Señor.
    Después de sentirnos invitados al seguimiento de Cristo, como a Pedro el domingo pasado. Hoy nos invita a recorrer este camino pero de qué manera.
    Nos encontramos con las Bienaventuranzas proclamas por Jesús en el llano, un camino de vida que nos ofrece Cristo para llegar hasta a Él. ¿Cómo podemos entenderlas? Si tenemos en cuenta la primera lectura de este domingo nos invita a entenderlas desde la confianza, "bendito el que pone toda su confianza en el Señor". Desde lo humano no encontramos sentido alguno a ellas, pues a lo que nos invita vivir, es lo contrario a lo que nos ofrece el mundo.
    Si lo hacemos desde la esperanza del Resucitado como nos dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, nuestro caminar según las Bienaventuranzas se convierten en caminos de pobreza, humildad, compasión, ternura, ayudados por todos los dones que el Espíritu nos otorga para vivir este camino que nos ofrece Cristo para ir a su encuentro.
    Estemos atentos a los signos que Él nos da para que podamos adentrarnos en su amor,  sentirnos bienaventurados, felices, porque Él va delante de nosotros para guiarnos y darnos los dones necesarios para llegar al Reino de los cielos.

V DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

Dejándolo todo, lo siguieron.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron. Palara del Señor.
    En este domingo, el evangelio nos presenta la llamada  de los primeros discípulos, en particular de Simón Pedro. Esta historia nos invita a descubrir varios aspectos importantes de nuestra vida de fe.

    Simón Pedro y sus compañeros han estado pescando toda la noche sin éxito. Sin embargo, cuando Jesús les dice que echen las redes nuevamente, a pesar de su escepticismo inicial, obedecen y obtienen una pesca abundante. Esta parte de la historia nos recuerda que, a veces, nuestras propias fuerzas y esfuerzos pueden no ser suficientes. Nos invita a confiar en la guía de Jesús, incluso cuando las circunstancias parecen desfavorables. La fe puede llevarnos a resultados sorprendentes.

    Al ver el milagro de la pesca, Simón Pedro se siente abrumado y reconoce su propia situación de pecador, diciendo: "Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador". Este momento de humildad es crucial. Nos enseña que, al acercarnos a Dios, debemos reconocer nuestras limitaciones y debilidades. La humildad es el primer paso para abrir nuestro corazón a la transformación que Dios desea realizar en nosotros.

    Después de este encuentro, Jesús llama a Pedro y a los demás a ser "pescadores de hombres". Este es un momento decisivo en sus vidas. La invitación de Jesús no solo es a seguirlo, sino a participar activamente en su misión. Cada uno de nosotros también está llamado a ser un discípulo y a compartir el amor de Dios con los demás. Reflexionemos sobre cómo podemos responder a esta llamada en nuestra vida diaria.

    La historia también destaca la importancia de la comunidad. Pedro no está solo; está con sus compañeros pescadores. Juntos, experimentan el milagro y son llamados a la misión. En nuestra vida de fe, es fundamental recordar que no estamos solos. La comunidad de la iglesia nos apoya y nos anima en nuestro camino espiritual.

    Finalmente, nos encontramos con la respuesta de Pedro y los demás es dejar todo y seguir a Jesús. Este acto de dejar atrás lo conocido para abrazar lo nuevo es un símbolo de la transformación que Dios puede realizar en nuestras vidas. Nos invita a reflexionar sobre qué cosas necesitamos dejar atrás para seguir más de cerca a Jesús y cumplir con nuestra misión.

DOMINGO DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR EN EL TEMPLO

 

Mis ojos han visto a tu Salvador.

Del evangelio según san Lucas.
Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».
Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.
Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:
«Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado ante todos los pueblos:
luz para alumbrar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel».
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:
«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma-, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».
Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.
Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él. Palabra del Señor.
    Este Misterio de la Presentación nos recuerda la importancia de la obediencia y el cumplimiento de las tradiciones judías para ese pueblo. Al llevar a Jesús al templo, María y José no solo cumplen con la ley, sino que también reconocen la grandeza de la misión de Jesús. Esto nos invita a reflexionar sobre como honramos nuestras propias tradiciones y cómo estas nos pueden guiar en nuestro camino espiritual. 
    Otro aspecto significativo es el encuentro con Simeón y Ana. Simeón, un hombre justo y piadoso, había esperado toda su vida para ver al Mesías. Su alegría al reconocer a Jesús como la luz que iluminaría a las naciones nos recuerda la importancia de la esperanza y la paciencia en nuestra vida de fe. Ana, por su parte, representa la perseverancia en la oración y la devoción. Ambos personajes nos inspiran a mantener viva nuestra fe, incluso en tiempos de espera y incertidumbre.
    Además, la presentación de Jesús en el templo simboliza la revelación de Dios al mundo. Jesús es presentado como la luz que viene a iluminar a todos, lo que nos invita a reflexionar sobre cómo podemos ser luz en la vida de los demás. ¿Cómo podemos compartir el amor y la esperanza que encontramos en nuestra fe con quienes nos rodean?

    Este acontecimiento nos recuerda la importancia de la comunidad. La presentación de Jesús no solo es un acto familiar, sino que también se lleva a cabo en el contexto de la comunidad del templo. Esto nos enseña que nuestra fe se vive en relación con los demás, y que el apoyo mutuo es fundamental en nuestro camino espiritual. La obediencia, la esperanza, la luz que llevamos dentro y la importancia de la comunidad en nuestra vida de fe. Nos invita a abrir nuestros corazones y a reconocer la presencia de Dios en nuestras vidas y en las de quienes nos rodean.

II DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea.

Del evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dice:
«No tienen vino».
Jesús le dice:
«Mujer, ¿qué tengo yo que ver contigo? Todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dice a los sirvientes:
«Haced lo que él os diga».
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
«Llenad las tinajas de agua».
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les dice:
«Sacad ahora y llevadlo al mayordomo».
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al esposo y le dice:
«Todo el mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora».
Este fue el primero de los signos que Jesús realizó en Caná de Galilea; así manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Palabra del Señor.
    Comenzamos este tiempo ordinario con un signo por parte de Jesús, el evangelista Juan, siempre llama signos a las actuaciones de Cristo, ya que Él mismo es el gran signo de Dios para nosotros. El término signo manifiesta mucho más de lo que representa, hoy ante las bodas de Caná tenemos que ver más de lo que se nos dice.
    Jesús va a una boda, como una de tantas, o como nosotros vamos en nuestro tiempo, pero ocurre algo distinto, a los novios les falta el vino. María, la mujer de la nueva alianza intercede ante Jesús por los novios y Jesús, nos cuenta el evangelista, convierte el agua en vino. Este es el signo.
    En este evangelio descubrimos que Jesús es el esposo de la nueva alianza que prepara el vino nuevo, aquel vino nuevo que lo beberá nuevamente en el reino de su Padre. Jesús esposo establece la alianza con el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia, todos nosotros.
    Esto nos llama a descubrir a Cristo como aquel que se entrega hasta el final y da la vida por su pueblo, aquel que nos purifica no con el agua de la purificación de los judíos, sino con su propia sangre derramada en la cruz. Que nos alimenta como esposo con su palabra y su carne inmolada, como nos dice María, "haced lo que Él os diga".
    Nos invita a participar en este pueblo con los dones que nos da el Espíritu Santo, para edificar su Cuerpo místico que es la Iglesia, aquella que prepara el banquete pascual hasta la venida de su esposo. 
    Pongamos nuestra esperanza en Jesucristo para que al igual que los novios de Caná podamos vivir en plenitud las bodas nupciales de Cristo y beber en el Reino de su Padre el vino nuevo preparado por Él.
    

DOMINGO DE BAUTISMO DEL SEÑOR

 

«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»
Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».
Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo:
«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco». Palabra del Señor.
    Culminamos con este domingo el tiempo de Navidad con el Bautismo del Señor. Hoy Jesús se pone al lado del pecador para comenzar la misión: redimir al mundo del pecado. Hoy podemos descubrir cual es la misión de Cristo, como lo vemos en la primera lectura, con este misterio del bautismo del Señor él comienza su vida pública con el anuncio de la Buena noticia y nos invita a seguirle, puesto que Él nos bautizó con Espíritu Santo y fuego.
    Nos invita a reconocerlo en medio de  nuestro mundo y en la escucha de la Palabra, puesto que el Padre así lo dispone "en ti me complazco", nos invita a ser solo instrumentos como Juan el bautista, a preparar el camino. Nos invita a que recordemos nuestro propio Bautismo puesto que nacemos del costado abierto de Cristo en la cruz y nos convierte en misión, la misma que Él tuvo: dar a conocer el inmenso amor del Padre en medio de nuestro mundo.
    Vivamos en plenitud nuestro Bautismo y dejemos que Él sea manifestado en medio de la humanidad como el Cordero que quita el pecado, como siervo obediente hasta la cruz y como Juez y Señor de la historia que un día vendrá sobre las nubes del cielo.