II DOMINGO TIEMPO DE ADVIENTO. CICLO A

 Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.

Del evangelio según san Mateo.
Por aquellos días, Juan el Bautista se presentó en el desierto de Judea predicando:
«Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos».
Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo:
«Voz del que grita en el desierto:
"Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos"».
Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre.
Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo:
«¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente?
Dad el fruto que pide la conversión.
Y no os hagáis ilusiones, pensando: "Tenemos por padre a Abrahán", pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras.
Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego.
Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias.
Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga». Palabra del Señor.

    Seguimos avanzando en este tiempo de Adviento, un tiempo de espera, de vigilancia y de preparación. Hoy la Palabra de Dios nos quiere despertar por dentro, sacudir nuestra rutina y abrir un camino para que el Señor pueda venir a nuestra vida de manera nueva, profunda y transformadora.

    La primera lectura nos habla de un retoño que brotará del tronco de Jesé, un pequeño brote que surge de un árbol aparentemente muerto. Isaías anuncia que del desierto, de lo seco, de lo que parece sin futuro, Dios puede hacer nacer vida nueva.

    Esto es Adviento: creer que Dios puede hacer brotar esperanza donde solo vemos desgaste; reconciliación donde solo hay heridas; fuerza donde sentimos agotamiento. El Mesías viene a renovar nuestra vida desde dentro, no desde la apariencia, sino desde el corazón.

    En el Evangelio aparece Juan el Bautista, un profeta que no adorna sus palabras: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos.” Adviento es un tiempo que nos exige un cambio real, una revisión profunda de nuestra vida. Juan denuncia una religiosidad de fachada: “Tenemos por padre a Abraham’”. En otras palabras, no basta con tradiciones o gestos exteriores; el Señor quiere fruto, quiere una vida más alineada con su Palabra.

    San Pablo nos recuerda que las Escrituras se escribieron para nuestra enseñanza, “para que tengamos esperanza”. Qué importante es dejarnos iluminar por la Palabra, especialmente en estos días en que el mundo vive distraído y acelerado. La Palabra nos centra, nos purifica, nos reorienta.

    Preparar el camino no es fabricar una perfección imposible, sino permitir que Dios entre donde antes no lo dejábamos entrar.

I DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO A

 

 Estad en vela para estar preparados.

Del evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé.
En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía, se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán.
Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor.
Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejaría que abrieran un boquete en su casa.
Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Palabra del Señor.

    Comienza el Adviento, y con él una invitación del Señor para vivir este tiempo: estad en vela. El Evangelio de Mateo nos recuerda que la venida de Dios sucede en medio de la vida cotidiana, cuando menos lo esperamos. No se trata de miedo ni de anuncios catastróficos; se trata de vigilancia amorosa, de vivir con un corazón atento.

    Hoy, más que nunca, podemos comprender lo fácil que es vivir dormidos. Dormidos por la rutina, por el exceso de actividades, por las pantallas, por preocupaciones que nos consumen. A veces también por el desánimo, o incluso por el pecado. Este tiempo de Adviento nos invita a detenernos y preguntarnos: ¿En qué aspectos de mi vida me he adormecido? ¿Qué quiero que Dios renueve en mí este año?

    San Pablo nos exhorta: “Ya es hora de levantarse… revestíos del Señor Jesucristo.” Esa es la clave del Adviento: hacer espacio. Si no hacemos silencio interior, si no dejamos hueco, Cristo viene… pero no lo notamos. Él llega de modo discreto: en una persona que necesita nuestra ayuda, en una palabra que toca el corazón, en la Eucaristía de cada domingo, en la paz después de la oración.

    Este tiempo es una oportunidad para recuperar la esperanza. Esperanza que no es ilusión ni optimismo superficial, sino la certeza de que Dios camina con nosotros, y de que su venida es siempre una buena noticia. Cada Adviento es una nueva posibilidad de comenzar.

    Pidamos la gracia de vivir estas semanas con un corazón despierto, vigilante, sensible a la presencia de Dios. Que nuestra espera no sea pasiva, sino activa: con gestos de amor, reconciliación y apertura.


SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO

Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino.
Del evangelio según san Lucas.
    En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». Palabra del Señor
    Celebramos la solemnidad de Cristo Rey del Universo, la Iglesia nos invita a contemplar un misterio que contrasta profundamente con la lógica del mundo: el reinado de Jesús no se funda en la fuerza, el poder o la imposición, sino en el amor, el servicio y la entrega total de sí mismo.
    Nos encontramos con un Rey que no domina, sino que sirve, como podemos ver en el Evangelio, Jesús reina desde un trono inesperado: la cruz.
    Ahí está coronado, sí, pero con espinas. Está entronizado, sí, pero entre dos malhechores. Desde esa aparente derrota, Jesús revela la verdadera naturaleza de su realeza:no vino a ser servido, sino a servir;no vino a imponer su voluntad, sino a ofrecer misericordia;no vino a salvarse a sí mismo, sino a salvarnos a nosotros.
    El buen ladrón, al decir: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”, reconoce que aquel crucificado es un Rey diferente, un Rey cuyo poder no destruye sino que salva.
    En el evangelio de hoy nos topamos con un  Reino que ya está entre nosotros, el Reino de Cristo no es una utopía lejana. Es un Reino que ya crece en nuestro mundo cada vez que hacemos vida las Bienaventuranzas. Ese es el Reino que Jesús inauguró. Él no gobierna desde palacios, sino desde los corazones que se abren a su gracia.
    Hoy somos interpelados comos aquellos que lo miran en la cruz y nos interrogamos, ¿a quién dejamos reinar en nuestra vida?¿Quién reina realmente en mi vida? A veces dejamos que ocupen ese lugar otras “coronas” falsas: el egoísmo, el consumismo, la vanidad, el resentimiento, el miedo. Pero ninguna de esas fuerzas trae paz. Sólo cuando Cristo reina en nosotros hay verdadera libertad, gozo y sentido.
    San Pablo nos recuerda que Cristo nos ha hecho “herederos del Reino”. No somos súbditos temerosos, sino hijos amados llamados a compartir la gloria de su Reino. 
    Hoy, al terminar el año litúrgico, la Iglesia nos invita a mirar a Jesús, nuestro Rey, y a decirle con el corazón: “Señor, reina en mi vida, en mi familia, en mi trabajo, en mi comunidad. Haz de mí un instrumento de tu paz y de tu Reino.”

XXXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 


Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: "Yo soy", o bien: "Está llegando el tiempo"; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico.
Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes.
Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Palabra del Señor.

    La lectura de este domingo manifiesta que nos estamos acercando al final del tiempo litúrgico. El domingo próximo celebraremos la Solemnidad de Cristo Rey. Las lecturas giran en torno al fin de los tiempos, la esperanza en medio de la tribulación y la fidelidad perseverante.

    El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús frente al templo de Jerusalén. Era un edificio majestuoso, símbolo del orgullo religioso del pueblo. Sin embargo, Jesús anuncia: “No quedará piedra sobre piedra.” Con estas palabras, el Señor nos recuerda que nada en este mundo es eterno, ni los templos, ni las obras humanas, ni los sistemas que creemos firmes. Todo pasa. Solo Dios permanece.

    Pero Jesús no pronuncia estas palabras para asustarnos, sino para liberarnos del miedo. Él nos enseña a vivir con confianza, aun cuando todo parece desmoronarse. Habla de guerras, terremotos, persecuciones… situaciones que también hoy nos resultan familiares: crisis, violencia, incertidumbre. Y sin embargo, Jesús nos dice: “No tengáis miedo… ni un cabello de vuestra cabeza se perderá.”

    Esa es la clave de la fe cristiana: la perseverancia confiada. No se trata de huir del mundo ni de quedarnos paralizados por el temor, sino de perseverar en el bien, de mantenernos firmes en la fe, haciendo el bien incluso cuando los demás pierden la esperanza.

    San Pablo, en la segunda lectura, nos habla de algo muy concreto: el trabajo cotidiano. Algunos en Tesalónica pensaban que el fin del mundo estaba tan cerca que ya no valía la pena trabajar. Pablo los corrige: el cristiano no se desentiende de la realidad, sino que trabaja, se esfuerza, colabora, construye. La espera del Señor no nos aparta de la vida, sino que nos compromete más en ella.

    Finalmente, el profeta Malaquías nos promete que, para los que temen al Señor, “brillará el sol de justicia”. Esa es nuestra esperanza: no un final trágico, sino una aurora de salvación. El fin del mundo no es destrucción, sino nuevo comienzo en Cristo.

DEDICACION DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRÁN

           
Hablaba del templo de su cuerpo.

Del evangelio según san Juan.
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito:
«El celo de tu casa me devora».
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?».
Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».
Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús. Palabra del Señor.

    Hoy celebramos el día de la Dedicación de la basílica de san Juan de Letrán, la catedral o la cátedra del obispo de Roma que es el Papa. 

    San Juan nos dice que Jesús sube a Jerusalén para la Pascua. Al entrar en el templo, encuentra vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Y entonces, hace un látigo de cuerdas, los expulsa, derriba las mesas, y proclama con fuerza:«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». 

    Estas palabras son un grito del alma de Jesús. Él no puede aceptar que la casa del Padre, el lugar de la oración, se haya transformado en un espacio de comercio, de intereses, de ruido. El templo debía ser el signo de la presencia de Dios, un lugar de encuentro, de adoración, de silencio sagrado. Pero se había convertido en algo muy distinto.

    El gesto de Jesús no es simplemente un acto de indignación: es una señal profética. Juan nos dice que los discípulos recordaron después las palabras del salmo: “El celo por tu casa me consume”.

    Ese “celo” es amor ardiente, pasión pura por Dios. Jesús muestra que nada puede ocupar el lugar del Padre. Todo lo que contamina, todo lo que banaliza lo sagrado, debe ser expulsado. Su gesto anuncia una nueva forma de culto: ya no será en un edificio de piedra, sino en su propio cuerpo, que será destruido y resucitado.

    Jesús proclama “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Con estas palabras, Jesús revela que Él mismo es el nuevo templo, el lugar donde Dios y el hombre se encuentran para siempre. Ya no se trata de ir a Jerusalén, sino de entrar en comunión con Cristo, el verdadero Santuario de Dios.

    Desde la resurrección y el envío del Espíritu Santo nosotros nos convertimos en Templo de Dios como nos dice el apóstol Pablo en su carta a los Corintios "vosotros sois templo del Espíritu Santo".

    Si Jesús purifica el templo de Jerusalén, también quiere purificar el templo de nuestra alma. Porque, a veces, nuestro corazón se convierte en un mercado: lleno de ruido, de apegos, de intereses, de cosas que ocupan el lugar de Dios.

    Quizá el Señor hoy quiera entrar en nosotros, con firmeza y ternura, para volcar nuestras “mesas”, para limpiar lo que nos aparta de Él, para devolvernos la paz interior y la autenticidad de la fe. Su acción no es violencia, sino misericordia que libera. Nos quita lo que nos hace daño para devolvernos la alegría de ser casa viva de Dios.


CONMEMORACIÓNN FIELES DIFUNTOS

 

           Hoy no hay un evangelio especifico puesto que podemos elegir entre varios, por eso os invitó a que meditemos este texto que se lee en el oficio de lecturas del Sábado Santo.

De una homilía antigua sobre el grande y santo Sábado.

El descenso del Señor al abismo

 

¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra temió sobrecogida, porque Dios se durmió en la carne y ha despertado a los que dormían desde antiguo. Dios ha muerto en la carne y ha puesto en conmoción al abismo. 

Va a buscar a nuestro primer padre como si fuera la oveja perdida. Quiere absolutamente visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de su prisión y de sus dolores a Adán y a Eva. 

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: «Mi Señor esté con todos». Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: «Y con tu espíritu». Y tomándolo por la mano le añade: Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz.

 Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: «salid»; y a los que se encuentran en las tinieblas: «iluminaos»; y a los que dormís: «levantaos».

 A ti te mando: despierta tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del huerto, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado. 

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido. 

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso. 

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva. 

El trono de los querubines está preparado, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos, se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad. 

    

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Del evangelio según san Mateo.
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo». Palabra del Señor.

    Hoy celebramos una de las fiestas más hermosas del calendario litúrgico: la solemnidad de Todos los Santos. No solo recordamos a los santos canonizados, cuyas imágenes vemos en nuestros templos, sino también a tantos hombres y mujeres sencillos que vivieron con fidelidad el Evangelio y ahora gozan de la presencia de Dios, aunque sus nombres no estén escritos en los libros.

    Esta fiesta nos recuerda nuestra vocación universal a la santidad. No es una llamada reservada a unos pocos escogidos, sino la meta de todo bautizado. En el Apocalipsis escuchábamos la visión de una multitud inmensa, de toda raza, lengua y nación, que alababa a Dios. Esa multitud somos también nosotros, peregrinos en la tierra, caminando hacia el cielo.

    El evangelio de hoy, con las Bienaventuranzas, nos da el retrato del santo. No se trata de personas perfectas ni de héroes inalcanzables, sino de quienes han vivido el amor en lo cotidiano:

  • Los pobres de espíritu, que no ponen su seguridad en el dinero.

  • Los mansos, que eligen la paz en lugar de la violencia.

  • Los que lloran, pero confían en la consolación de Dios.

  • Los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa del bien.

    En ellos se manifiesta el rostro de Cristo, el Santo de los santos. Ser santo no es otra cosa que dejar que Jesús viva en nosotros, que su Espíritu transforme nuestras actitudes, nuestros gestos y nuestras decisiones.

    Hoy, al mirar a tantos santos —famosos o anónimos—, podemos preguntarnos: ¿A qué me llama Dios hoy para vivir mi propia santidad?. Tal vez no sea haciendo cosas extraordinarias, sino siendo fiel en lo pequeño: amando en casa, siendo justo en el trabajo, sirviendo con alegría, perdonando de corazón.

    Que esta fiesta nos llene de esperanza. Los santos no son una elite, sino nuestros hermanos mayores, que nos animan desde el cielo y nos dicen: ¡Sí se puede vivir el Evangelio! Con su ayuda y la gracia de Dios, también nosotros llegaremos a compartir la gloria eterna.


 

XXX DOMINO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

El publicano bajó a su casa justificado, y el fariseo no.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola a algunos que confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: "¡Oh, Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo".
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: "¡Oh, Dios!, ten compasión de este pecador".
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido». Palabra del Señor.
    Este domingo continuamos con la temática del domingo anterior, la oración y en Dios, que siempre nos escucha si viene esta desde nuestro interior.
    Hoy nos encontramos con la parábola del fariseo y el publicano. Jesús proclama esta parábola para recriminar a los que por creerse justos menosprecian a los demás.
    Tanto el fariseo como el publicano van al templo a hacer oración, buscan quizás la ayuda o el consuelo de Dios, pero si nos fijamos la oración o incluso en la figura del fariseo y el publicano, vemos que son totalmente distintas. Distintas en cuanto su vida social y espiritual, la forma de hacer oración, su actitud ante Dios, totalmente contrapuestas. 
    El fariseo desde su orgullo ante Dios manifiesta con el domingo pasado la figura del juez injusto, no teme a Dios y no le importa nadie, en cambio, el publicano desde su humildad y reconocimiento de su pecado pide perdón desde el interior de su corazón. 
    Desde estas dos actitudes mira siempre el corazón arrepentido, y este será siempre perdonado y justificado ante Dios. Hoy Jesús nos pide que nuestra oración salga siempre desde nuestro interior, que nuestro arrepentimiento sea sincero y que no miremos a nadie con indiferencia, sino como aquel que junto a mí nos queremos encontrar con la misericordia y el amor que Dios derrama siempre que nos acerquemos a Él con un corazón arrepentido.


XXIX DOMINGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C. DOMUND

 

Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante él.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
"Hazme justicia frente a mi adversario".
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
"Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme"».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Palabra del Señor
    Hoy, el Evangelio nos presenta una enseñanza fundamental de Jesús sobre la oración perseverante. Nos habla de una viuda que, sin cansarse, insiste ante un juez para que le haga justicia. Este juez no teme a Dios ni respeta a los hombres, pero termina haciendo lo que ella pide por su insistencia.
    En tiempos de Jesús, una viuda era símbolo de vulnerabilidad, de alguien sin protección social. Pero esta viuda, a pesar de su debilidad, no se rinde. Tiene una fuerza interior que nace de su deseo de justicia.
    Este personaje nos recuerda que la fe no es pasividad, sino fuerza que impulsa a actuar, a buscar el bien, a no rendirse ante las injusticias de la vida.
    Jesús hace un contraste deliberado. Si incluso un juez injusto accede por insistencia, ¿cuánto más nuestro Padre del cielo, que es justo y bueno, escuchará a sus hijos que claman día y noche?
    Dios no es indiferente. Él escucha siempre, aunque a veces no responda como o cuando queremos. La fe nos lleva a confiar en que su respuesta siempre es amorosa y justa, aunque misteriosa.

    La parábola termina con una pregunta inquietante que nos hace Jesús:
"Pero, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?". La respuesta a esta pregunta nos lleva a una invitación: confiar y no perder la esperanza cuando las cosas se ponen difíciles, cuando la oración parece no tener respuesta, no dejemos de orar. Como la viuda, seamos insistentes, no por cansar a Dios, sino para mantener viva nuestra fe.

    La perseverancia en la oración transforma nuestro corazón, y muchas veces nos da una respuesta más grande que la que pedíamos.

XXVI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

     Recibiste bienes, y Lázaro males: ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:
"Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas".
Pero Abrahán le dijo:
"Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros".
Él dijo:
"Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento".
Abrahán le dice:
"Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen".
Pero él le dijo:
"No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán".
Abrahán le dijo:
"Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto"». Palabra del Señor.
    El domingo pasado Jesús nos manifestaba que no podíamos servir a dos señores: a Dios y al dinero. Hoy nos invita a tener la fe, la esperanza y la caridad solo puesta en Él.
    En esta parábola descubrimos que aunque lo tengamos todo, si el centro de nuestra vida no es Dios, no tenemos nada. Es más, el mismo amor de Dios no estaría en nosotros. Al rico Epulón lo único que le preocupaba en su tormento era que sus hermanos no fueran a ese lugar, aún así seguía siendo materialista "si un muerto va a verlos cambiarían".
    En contraposición nos encontramos con Lázaro, aquel pobre que solo se alimentaba de las migajas que caían de la mesa, éste fue al seno de Abraham, Dios lo envolvió con su claridad.
    A nosotros se nos invita a escuchar, a encontrarnos con el resucitado, a interiorizar su Palabra y hacerla vida, para que otros tengan vida en Él. Si miramos a nuestro alrededor descubrimos que nos buscamos a nosotros mismos a costa de lo que sea, esta parábola nos debe de ayudar a pensar que es lo que hacemos con todo lo que Dios nos ha dado, de cómo lo comunicamos a los demás y sobre todo si somos capaces de vivir la gran experiencia del encuentro con Cristo resucitado.
    

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

No podéis servir a Dios y al dinero.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
"¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando".
El administrador se puso a decir para sí:
"¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa".
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
"¿Cuánto debes a mi amo?".
Este respondió:
"Cien barriles de aceite".
Él le dijo:
"Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta".
Luego dijo a otro:
"Y tú, ¿cuánto debes?".
Él contestó:
"Cien fanegas de trigo".
Le dice:
"Toma tu recibo y escribe ochenta".
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero». Palabra del Señor.
    El evangelio de este domingo  pone de manifiesto el lugar que le damos a Dios en medio de nuestras vidas. Después de esta parábola evangélica Jesús nos apremia diciendo que  no podemos servir a dos señores, porque nos apegaremos a uno y descuidaremos al otro.
    La verdad es que en muchas ocasiones nuestra vida se mueve en esta dicotomía, Dios o dinero, aunque lo material no nos puede conducir a la felicidad o al sentido pleno de nuestra vida, y eso lo descubrimos muchas veces. Bien sabemos que el sentido pleno de nuestra existencia lo encontramos solo en Dios, que el  Bien Sumo. 
    Es cierto que cuando se habla en este evangelio de dinero, abarca mucho más que es: poder, placer, protagonismo, todo aquello que enaltece al hombre por un momento y que descubre después en su vida que al final no ha sido feliz, no ha encontrado el camino perfecto, el sentido pleno a su vida.
    Solo entregando nuestra vida, tiempo, riqueza, encontraremos la felicidad plena de sabernos amados por el Amor, y esa riqueza y alegría no nos la podrá quitar nada ni nadie como nos dice Jesús en otro momento.

SOLEMINDAD DE LA SANTA CRUZ.

 


Tiene que ser elevado el Hijo del hombre.

Del evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Palabra del Señor.
    Este domingo fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la contemplamos desde un punto de vista que quizás no es el más habitual: La cruz gloriosa de Cristo que nos trae la salvación.
    En este signo salvífico descubrimos el amor total de Dios por el hombre, "tanto amó Dios al mundo, que envió, que nos da a su Hijo" para mostrarnos ese amor y trasformar el mundo.
   En la misma cruz de Cristo se nos da la vida, una vida que nos llama a la eternidad: "para que tengan vida eterna".
   De la misma manera que el pueblo de Israel al mirar, al contemplar la serpiente de bronce quedaban sanos de la picadura de la serpiente que es el pecado, a nosotros se nos invita a la contemplación de la Cruz, para configurarnos con el crucificado y de esta forma encontrar sentido a nuestras propias cruces de cada día. Pidamos y oremos por los que están viviendo la cruz en estos momentos para que no le falte nunca el consuelo y la esperanza de aquel que murió y resucitó por nosotros.

XXIII DOMINGO TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

 

        

Aquel que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.
Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; él se volvió y les dijo:
«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
"Este hombre empezó a construir y no pudo acabar".
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil?
Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz.
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes no puede ser discípulo mío.» Palabra del Señor.
    

En este domingo, Jesús, nos propone a caminar junto a Él. Todo cristiano debe de caminar durante toda su vida junto a Cristo y así lo hacemos día a día.
   Pero hoy Jesús, sabiendo de nuestra propia naturaleza nos indica  cómo tenemos que hacer este camino.
    Lo primero  es el vaciarnos para llenarnos de Él, esta acción es un acto de humildad, dejarnos educar por Él, para que el mundo pueda contemplar en nosotros el rostro amado del Padre.
    La segunda clave es coger la cruz, la nuestra junto con la cruz de los demás. Tenemos que contemplar la cruz de Cristo, estamos muy acostumbrados a contemplarla en los signos que llevamos en el pecho, en las pulseras, en el rosario, ¿pero cogemos la cruz de la vida?.
    La tercera clave que nos invita a llevar a termino es dejar todos los bienes, muchos de ellos son obstáculo para seguirlo, tenemos que descubrir en nuestra vida que es aquello que no nos permite seguirle. Es posible caminar en post de Él como nos dice. Sí, hoy lo descubrimos en la vida de santidad de estos dos santos nuevos, Carlo Acutis y Pier Giorgio Frassati hijos de nuestro tiempo que caminando en post de Él han llegado al final del camino y viven para siempre en la gloria del Padre.
    Santos Carlos Acutis y Pier Giorgio Frassati rogad por nosotros.

IV DOMINGO TIEMPO PASCUAL.CICLO C


Yo doy la vida eterna a mis ovejas.

Del evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, dijo Jesús:
«Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno». Palabra del Señor.
    En este cuarto domingo de Pascua, celebramos el domingo del Buen Pastor. Hoy contemplamos con mirada agradecida a Roma, con la alegría y el gozo que nos ha dado el Espíritu Santo, un nuevo Papa, León XIV. Y como nos dice la primera lectura de este domingo "Yo te he puesto como luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra"».
    Jesús se  presenta como el único pastor que nos conoce y nos llama por nuestro nombre a cada uno. Esta grandeza nos manifiesta que para Dios somos únicos, cada uno de nosotros, y nos invita a descubrirlo en nuestras vidas escuchando su voz.
    El Pastor que ha dado su vida por nosotros y que el Padre lo ha resucitado,  nos da la vida eterna y nos llama a su seguimiento para tener vida en Él.
    Caminemos en post de Jesucristo, Buen Pastor, para que tengamos vida y vida en abundancia, y dando gracias a Dios por el nuevo Papa que nos ha dado, León XIV, que Dios lo bendiga y lo ilumine siempre con su Espíritu Santo.

III DOMINGO DEL TIEMPO PASCUAL. CICLO C


 Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Del evangelio según san Juan.
En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».
Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».
Ellos contestaron:
«No».
Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».
La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.
Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor.
    Seguimos celebrando la Pascua con el gozo de la resurrección del Señor. Hoy nuevamente nos encontramos con el Resucitado. Nos invita a que lo descubramos en la vida cotidiana, en el día a día.
    Los discípulos vuelven a su quehacer diario y es ahí donde el Señor se hace presente, acordaros que es un evangelio similar a la llamada de los primeros discípulos cunado sucede la pesca milagrosa. Eso nos quiere decir que tenemos que ser testigos en nuestros propios ambientes, sin tener miedo a los que dirán con hemos escuchado en la primera lectura, "hay que obedecer a Dios antes que a los hombres".
    Por lo tanto a Dios no solo lo podemos buscar en los grandes acontecimientos, que seguramente, es más difícil, Él  nos indica que vayamos al principio de nuestra propia historia, al primer encuentro, allí nos esperará para compartir no solo el pescado sino también su vida, su esperanza, tristezas y alegrías mutuas.
    La esperanza que nos ofrece es que siempre es posible el encuentro, con Él mismo y con los demás en comunidad. Por eso, nos reunimos cada domingo para encontrarnos con Él.
    Hagamos presente al Señor en nuestras vidas para compartirlas con los demás como hace Él y así el mundo creerá y se alegrará con la alegría pascual, la misma que nos  da Él y que nadie nos podrá quitar.
    Hoy primer domingo de mayo, día de la madre, pensemos en nuestra Madre del cielo, Ella nunca perdió la esperanza en su Hijo y se mantuvo fiel hasta el final, y como no, dar gracias a Dios por cada una de nuestras madres, que el mismo Dios nos las dio como gratuidad y don. Que ellas las que están ya en su presencia intercedan por nosotros como siempre lo han hecho y las que están junto a nosotros las veamos como signo del gran amor que Dios nos tiene a cada uno.

DOMINGO DE RESURRECCIÓN. CICLO C

 


Él había de resucitar de entre los muertos.

Del evangelio según san Juan.
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Palabra del Señor.
    Hoy toda la liturgia de la Iglesia universal se centra en una palabra, Aleluya. La Iglesia se goza en la resurrección de Cristo de entre los muertos. Cristo ha resucitado para traernos la esperanza en una vida nueva.
    Las lecturas de hoy marcan el ritmo de toda la vida del cristiano, buscad. Cristo no está donde lo pusieron y María lo busca, ¿dónde lo han puesto?, a aquella mujer que amó mucho tiene la dicha de encontrarse con el Resucitado y le anuncia la misión.
    También nos encontramos con Pedro y Juan que fueron al sepulcro. Juan "vio y creyó"   nace así el testimonio de dar a conocer la vida en Cristo resucitado.
    A eso estamos nosotros llamados, a ser testigos del resucitado en la misión que Cristo nos da, busquemos los bienes de allá arriba como nos dice el apóstol Pablo testimoniando que el Maestro esta vivo. Seamos portadores de la esperanza, pues como nos dice el pregón pascual, la deuda de Adán está ya cancelada.
    Vivamos a alegría pascual con el mismo cántico de la Iglesia, el aleluya para que siendo testigos y misioneros de la resurrección llevemos esperanza a nuestro mundo, y de esa forma hagamos presentes al Dios de la vida, al Dios que rompió las cadenas de la muerte y nos abrió su corazón, donde está nuestra vida escondida en Él. Feliz Pascua de Resurrección.

DOMINGO DE RAMOS. CICLO C

 


Bendito el que viene en nombre del Señor.

Del evangelio según san Lucas.
En aquel tiempo, Jesús caminaba delante de sus discípulos, subiendo hacia Jerusalén.
Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles:
«Id a la aldea de enfrente; al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado nunca. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", le diréis así: "El Señor lo necesita"».
Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el pollino, los dueños les dijeron:
«¿Por qué desatáis el pollino?».
Ellos dijeron:
«El Señor lo necesita».
Se lo llevaron a Jesús y, después de poner sus mantos sobre el pollino, ayudaron a Jesús a montar sobre él.
Mientras él iba avanzando, extendían sus mantos por el camino. Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo:
«¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».
Algunos fariseos de entre la gente le dijeron:
«Maestro, reprende a tus discípulos».
Y respondiendo, dijo:
«Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras». Palabra del Señor
    Hoy es Domingo de Ramos, y nos encontramos con el misterio de la entrada de Jesús en Jerusalén.
    Comienza la Semana Mayor de los cristianos, la Semana Santa. Se nos invita a adentrarnos en el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
    Estamos llamados a descubrir en nuestras vidas estos Misterios y llevarlos no solo hacia el exterior en las procesiones sino en nuestro propio interior. 
    Contemplar a Cristo en su pasión, la que se lee en el evangelio de hoy es contemplar nuestra vida diaria, sufrimientos, traiciones, negaciones, muertes y resurrecciones.
    Contemplar la Pasión, es orar y meditar al igual que Jesús en estos momentos, descubrir el amor misericordioso del Padre que aunque parezca alejado del Hijo esta muy cerca de Él. Es orar y meditar el amor del Hijo que se nos da en totalidad, sacramental y corporalmente, este amor amando hasta el extremo. Es orar y contemplar al Espíritu derramado en la cruz al mundo para que después de cincuenta días sea manifestado por todos aquellos que lo han recibido.
    Vivamos estos días llenos de unción y encontrémonos con el Crucificado para dejarnos tocar por Él y de esta forma alegrarnos ante el encuentro definitivo al oír nuestro nuestro nombre como María al alborear el Domingo de Resurrección.